Adrik
No soy un acosador, bueno, un poquito sí. Por eso estaba parado bajo el marco de la puerta, observando en la oscuridad, como Avalon dormía. Su respiración tranquila y acompasada era la mejor música que nunca antes había escuchado, solo podía ser superado por otra cosa, y era escuchar sus gemidos cuando… Sacudí la cabeza apartando esa idea de mi cabeza. Que ella me pidiese prestada mi habitación extra no quería decir que me aceptase a mí específicamente, es decir, a mí y todo el equipaje que llevo encima.
Una cama separada por una pared, eso era todo lo que ella necesitaba de mí. Pero quizás… Si me mantenía a su lado, tal vez se diese cuenta de que mi mundo, en el que también estaba el resto de su familia, no era tan malo.
El sonido de la cafetera poniéndose en marcha me sacó de mi ensimismamiento. Pronto sería la hora de levantarse, al menos para ella. Retrocedí sin apartar la mirada de ella, y cuando estuvo fuera de mi vista, giré sobre mis talones para enfilar la cocina. Hoy me había saltado mi sesión de entrenamiento, pero tenía la mejor de las excusas para haberlo hecho, y no era el haberme quedado trabajando hasta tarde el día anterior.
Repasé mis armarios, buscando algo sólido que poder ofrecerle a mi invitada para desayunar. Solo tenía un par de galletas. Demasiado poco para acompañar al café. Tendría que prepararle algo de fruta con yogur, algo que sabía le gustaba, aunque no sabía si también lo tomaría a estas horas. Saqué dos piezas, las lavé y troceé con eficiencia. No es que tuviese experiencia como chef, pero los cuchillos y yo nos llevábamos bastante bien. Lo vertí en un bol, y después lo cubrí para que no se oxidase.
Antes de que empezase a limpiar la tabla de cortar, percibí una sombra que se dirigía hacia mí. No podía ser otra persona que Avalon, así que esperé a que me anunciase su presencia.
—Huele a café.
—Buenos días a ti también. —Aunque mi mano movía con calculada precisión el trapo sobre la encimera, mis ojos no perdían detalle del aspecto de mi bella durmiente. La trenza que usaba para dormir se había deshecho parcialmente, mostrando mechones encrespados aquí y allí. Parecía que se había peleado con un gato y había perdido. Sus ojos todavía luchaban por abrirse del todo, señal de que le hacía falta dormir un poco más.
—Necesito días más largos. —Amortiguó un bostezo en el hueco que formaron sus brazos al acomodarse sobre la mesa.
—Así no puedes ir a trabajar. —Apenas levantó un poco la cabeza para poder verme con uno de sus ojos.
—Solo necesito una ducha, un poco de café y algo de azúcar para alimentar mi cerebro.
—Afortunadamente para ti, el servicio de baño y lavandería están incluidos en el alquiler. Tienes toallas limpias en el armario del pasillo, y tu ropa saldrá en un momento de la secadora. —Para que luego dijeran por ahí que no soy un hombre detallista y un amo de casa completo. No mencionemos el polvo, ese y yo nos tenemos un odio mutuo.
—¡Oh, no!, mi ropa no. —Saltó como una rana de encima del taburete en el que se había acomodado, aunque no sabía hacia dónde ir.
—Tranquila, he leído las etiquetas antes de lavarla. Te prometo que no he encogido tus pantalones.
—No es eso. —Giró de nuevo hacia mí, totalmente derrotada. —Es que la ropa que llevo al laboratorio tiene que pasar por un tratamiento especial. El jabón tiene que ser higiénico y nada de suavizante. —Y luego me llamaban a mí espartano.
—¿Sin suavizante? ¡Egh! —No me critiquen, primero prueben usar calzoncillos que no han sido tratados con esa maravilla de olor primaveral.
—En la ropa interior no, pero en el resto… Te acabas acostumbrando.
—Lo del jabón higiénico lo entiendo, incluso el lavar tu ropa separada del resto, pero lo del suavizante…
—Es por el aroma. No quiero que esos productos químicos interfieran en mis muestras.
—De acuerdo, solucionaré el problema. A fin de cuentas, yo lo he provocado. —Tomé el teléfono y empecé a buscar entre los contactos.
—No te preocupes, me vestiré e iré a casa a cambiarme. —Alcé la cabeza para observarla con el ceño fruncido.
—Has alquilado mi habitación para ahorrar tiempo con los traslados, no puedes ponerte a ir y venir precisamente ahora. —Le recriminé.
—Así preparo la maleta para el resto de los días que voy a quedarme. —Oírle decir eso me animó. No solo iba a ser esta noche, iban a ser muchas más.
—Entonces te acerco a recogerla.
—Tú tienes que trabajar.
—¿De qué sirve ser tu propio jefe si no puedes llegar tarde cuando te da la gana?
—¿Estás seguro?
—Totalmente. Ahora desayuna. —Extendí el bol hacia ella. —después te duchas, te vistes y nos vamos.
—A sus órdenes sargento. —Hizo el saludo militar, lo que me sacó una sonrisa.
Estaba enjabonándome la cabeza, cuando el aviso de que alguien estaba atravesando el puente que comunicaba con el edificio Bowman. La seguridad era importante no solo en el edificio vecino, a nosotros tampoco nos gustaban las “sorpresas”. Con rapidez me quité el jabón del pelo, y salí en busca de una toalla para quitarme toda la humedad que pude de encima. No hay nada peor que correr con los pies mojados, pero la prioridad no fue esa, sino tener un arma a mano “por si acaso”.
Como esperaba, llamaron al timbre de la puerta apenas me había preparado para recibir a quién fuera. La imagen que aparecía en el monitor junto a la puerta era la de un Alex bastante… Divertido no era la palabra, pero sí que parecía que estaba disfrutando. ¿Qué estaría tramando? Mejor averiguarlo. Abrí la puerta, para encontrar como esa expresión cambió a una que podía interpretar con total claridad, mi atuendo no le esperaba.
—Llego en mal momento. —No era una pregunta. Avanzó hacia el interior del apartamento, llevando consigo una pequeña bolsa de ropa, una de esas que se suele llevar al gimnasio para cambiarte.
—Es evidente. —Tenía el pelo mojado y una toalla anudada a la cintura como todo atuendo, no necesitaba más pistas. Guardé el arma en uno de los cajones del recibidor, el mismo del que la había sacado.
—¿Avalon?
—En la ducha. —Las cejas de Alex se movieron rápidamente a ese gesto suyo de “estás muerto”, así que tuve que dar explicaciones. —Si sigues el rastro húmedo de mis pisadas, verás que llevan a la habitación a mi espalda. Tu hija se está duchando en el baño de aquella habitación, donde ha dormido. —Baños y duchas separadas, eso pareció serenarle.
—Bien. Le he traído ropa limpia. La conozco lo suficiente como para saber que hará todo lo posible por ir al trabajo desde aquí. —No sabía si era buen momento, a fin de cuentas no estaba en las mejores condiciones para enfrentarme a una lucha física con Alex, pero soy de los que no aplaza lo inevitable.
—Me ha pedido que le alquile mi habitación de invitados. —Las cejas de Alex se alzaron, estaba claro que le había sorprendido.
—¿En serio? —comprobé con una mirada al pasillo que todavía teníamos tiempo para una charla privada.
—Anoche salió agotada del trabajo, y era muy tarde. Lo de ir hasta casa superaba sus escasas fuerzas. Por lo que parece, una cena caliente, y meterse antes a la cama la compensa el pagar por la habitación. —Alex se acarició la barbilla con el pulgar mientras sopesaba la información.
—Avalon no es de las que da un paso sin pensarlo antes, así que tendrá buenos motivos para hacerlo.
—¿Qué haces aquí? —¡Mierda!, ni siquiera un leve crujido de la tarima nos avisó de que estaba allí. Alex tenía fama de ser sigiloso, pero su hija no se quedaba atrás.
—Te he traído ropa limpia. —Alex alzó la bolsa que había depositado sobre uno de los taburetes. Avalon se acercó a él con los ojos entrecerrados, desconfiando.
—Bien. —Menos mal que se había puesto un albornoz que había colgado tras la puerta del baño, porque así no quedaba nada de piel expuesta ante los ojos de su padre. Le sobraba media manga, y casi lo arrastraba por el suelo, pero era mejor que ir por ahí con una toalla. Aunque mi mente calenturienta no podía dejar de pensar que estaba desnuda debajo de eso. ¡Céntrate, Adrik!
—Adrik me estaba comentando que le has alquilado la habitación de invitados. —La cabeza de Avalon giró hacia mí, quizás algo contrariada. Vale, era un bocazas, seguramente ella quería ser la primera en comentárselo a su padre. Pero es que no entendía que él ya estaba aquí y no quería jugarme el cuello.
—Aún tenemos que negociar los términos, pero así es. —Ella alzó la barbilla desafiando a su padre, como si le retase a poner alguna objeción ante su decisión.
—¿Cuánto vas a cobrarle? —Aquí estaba el negociador.
—Ella se encarga de pagar la cuenta en El Fogón, y de lavarse su ropa. Puede que tenga que encargarse de lavar algo más. —Miré a Avalon, esperando que aceptara mis condiciones.
—No sé si… —Empezó a decir Alex, estaba claro que iba a darles un repaso más ventajoso a mis demandas. Ventajoso para Avalon, quiero decir.
—Acepto. —Avalon zanjó el asunto extendiendo su mano hacia mí para que formalizásemos el trato.
—Está bien, pero de la cuenta del restaurante me encargo yo. —Bufó Alex. Avalon estaba a punto de protestar, pero su padre la frenó con un gesto. —No se discute.
—Voy a vestirme. —Ella se dio la media vuelta con la bolsa en la mano. —Ah, e iré a casa a por algunas cosas este medio día. —Señaló a su padre con el dedo, como advirtiéndole que no abriese la boca. Él alzó las manos en señal de rendición.
—Informaré a tu madre. —Avalon asintió, y después continuó hacia su habitación.
—Te tiene dominado. —Dije hacia Alex. Pero el muy cretino sonrió de manera triunfal.
—Ya te tocará.