Adrik
Verla comer con los papos llenos, como cuando éramos niños y teníamos delante comida casera después de un largo día de correrías, me hacía sonreír como un idiota. Me sentía bien, liberado de toda la presión que como adulto soportaba. No sé si por creerme un niño, se me ocurrió actuar como tal. Estiré mi tenedor, y pinché un trozo de comida del plazo de Avalon.
—¡Eh! —Protestó ella al tiempo que trataba de impedírmelo con su propio cubierto.
—Que más da que me lo coma ahora, o más tarde. Al final nunca terminas lo que hay en el plato. —Sabía que con esa frase conseguiría enfadarla. La de veces que su padre le pinchaba con que comía muy poco.
—De eso nada.
—Ah, ¿no? —La reté con la mirada para que lo negara.
—Da igual si me lo como o no, no es educado robar comida del plato ajeno.
—Nunca he dicho que fuese una persona bien educada. Más bien soy un poco antisocial. —Avalon casi se atraganta.
—Entonces las chicas no caerían embobadas a tus pies. No nos gustan ni los maleducados ni los cochinos.
—Así que tú también estás coladita por mis huesos. Vamos, confiesa. —Verla sonrojarse me encantó, pero me habría hecho mucho más feliz el que dijera que era verdad, que estaba enamorada de mí.
—Lo que tengo es mucha hambre, y además estoy muy cansada, así que deja de maltratarme. —Agaché la cabeza, pero no podía dejar de sonreír.
—Cena, se te va a enfriar. —Pinchó un trozo de carne para llevarlo hasta su boca, pero antes de que esto ocurriese…
—¡Oh, porras!, es que tienes hambre. —Apartó su plato empujándolo hacia mí. —Esta es la mitad de tu cena, yo…
—No voy a quedarme con hambre, tranquila. Esa nevera de ahí, —señalé el electrodoméstico— está llena de fruta y yogures. Mi estómago acabará lleno esta noche, no tienes que preocuparte.
—Ya, pero habías hecho un pedido con lo que te apetecía cenar esta noche, y yo he cambiado el menú.
—Siempre pido un poco de más, para que así me quede algo para picar a media mañana. —Pasó un par de veces, así que no era una mentira.
—¿Ya no vas a buscar tu almuerzo a la cafetería? —Empujé de nuevo el plato hacia ella, que mansamente volvió a pinchar la comida con su cubierto.
—Hace tiempo que no, las personas con las que almorzaba ya no tienen tiempo para comer conmigo. —Noté el mismo instante en que se dio cuenta de que me estaba refiriendo a ella.
—Yo, lo siento. Es que llevo unos días algo abstraída en el trabajo.
—8 meses. Llevas 8 meses casi sin salir de ese laboratorio. —Sus ojos se abrieron sorprendidos. ¿De verdad no se había dado cuenta del tiempo que había pasado? En Las Vegas podría ser posible, incluso en Miami, a fin de cuentas, el clima apenas cambia. Pero aquí en Chicago, las estaciones se dejan notar fácilmente. Cuando ella llegó de su viaje todavía quedaba nieve en las calles, pasamos toda la primavera, y ya estábamos en el tramo final del verano. Aunque en su laboratorio la temperatura fuese constante, en el trayecto a su casa sí que debía notar esos cambios, al menos cuando bajase del coche para entrar en casa.
—No puede ser posi… ¡Oh!, vaya. —Parecía que había hecho algún tipo de cálculo mental que le confirmaban mis palabras. —Tanto tiempo. —dijo algo sorprendida. —Siento haberte dejado plantado.
—No te preocupes. El único dañado ha sido mi ego. ¿Tienes idea de lo difícil que es comunicar contigo cuando te encierras allí dentro? —Su padre me dijo que no era del todo malo, ya que, si algo ocurría en el edificio, ella no se enteraría hasta que su equipo de seguridad lo hubiese solucionado. Los cristales del exterior eran blindados, por lo que estaba a salvo allí dentro. Y si había un incendio, las alarmas sonarían en el interior, avisándola de que abandonase el edificio. El único que salía perdiendo ahí era yo, bueno, y también Leo. Si yo no conseguía comunicar con Avalon, él tampoco. Al final el aislamiento de Avalon no era del todo malo, me quitaba de encima a un moscardón.
—Se supone que necesito tranquilidad y concentración, llevar un teléfono encima no es lo más recomendable en esos casos.
—Pero tienes que despejarte por unos minutos de vez en cuando, así, cuando regresas al trabajo, no solo lo haces con más energía, sino que te ayuda a descongestionar la mente. El cerebro también necesita hacer alguna que otra parada para funcionar bien. —toqué su sien con mi índice.
—Lo sé. Pero quiero hacer tanto en tan poco tiempo… Casi he conseguido alcanzar mi objetivo, y es implantar la pieza orgánica con el menor trauma posible para el paciente.
—¿No se trataba solo de ponerle una nariz a Hana? —Al menos era lo que había conseguido averiguar de su proyecto. Avalon lo llevaba muy en secreto, salvo con Drake.
—Es muy pequeña, el posoperatorio puede resultar traumático para un niño. Además, una vez implantada, tendría que vigilar su recuperación casi a diario, porque podría estropear el arraigo. ¿Te imaginas tener que operarla porque ha torcido o despegado su nariz? No quiero hacerle pasar por ello dos veces. Cuando se la coloque, tiene que quedar bien y ella tiene que volver a su vida normal de bebé, haciendo lo que hagan los niños a su edad.
—Vas a darle una nueva vida a esa niña, y eso es muy loable. Pero no debes perder la tuya en el proceso. —Le vi morderse el labio inferior.
—No tengo mucha vida que perder. —Apreté el puño inconscientemente, me cabreaba que dijese eso. Ella era extraordinaria, se merecía vivir una vida plena, una vida… Que yo no podía darle, o sí, pero no de la manera que ella quería.
Un enorme bostezo escapó de su boca, aunque trató de ocultarlo.
—Será mejor que te vayas a la cama, estás agotada. —Ella no protestó.
—Un minuto. —Pinchó con el tenedor todos los trozos que quedaban en su plato, y después se puso en pie para llevarlo a lavar.
—Yo me encargo. —Se lo quité de las manos y la empujé suavemente hacia el pasillo. Sus pasos continuaron hasta la que sería su habitación esta noche, pero antes de entrar en ella, se giró hacia mí.
—Adrik, gracias.
—No he hecho gran cosa.
—Me das de cenar, me prestas tu cama. Mi cuerpo cansado te lo agradece enormemente.
—Puedes volver a venir cuando quieras. —Al menos esperaba que se acordase de mí cuando necesitase ayuda, aunque fuese algo tan sencillo.
—La verdad es que… ¿Me alquilarías tu habitación de invitados? —Aquella pregunta me dejó noqueado.
—¿Mi habitación?
—No va a ser la primera vez que salga de trabajar con hambre y con pocas ganas de conducir hasta la casa de mis padres. Tener una cama cerca y una nevera bien surtida, sería algo con lo que me gustaría contar. ¿Qué dices? —Si por mí fuera la tendría todos los días durmiendo aquí, pero no debía parecer desesperado.
—¿Qué tiene de malo el apartamento de tu hermano? Él también tiene una cama vacía. —Di que no, di que no.
—Ya tengo suficiente con que me controle mi padre, no quiero que también mi hermano me echa la bronca por trabajar hasta tarde.
—Yo también puedo hacerlo. —Le recordé. De hecho, acababa de hacerlo hacía un momento.
—Ya, pero a ti te puedo sobornar con comida. —Alcé mi ceja derecha.
—Eso me interesa.
—Puedo pagar tu cuenta de pedidos en El Fogón, —Señaló con la cabeza los envases que aún descansaban sobre la isleta de la cocina, en os que había llegado nuestro pedido, y que tenían el anagrama del restaurante. —A fin de cuentas, yo también voy a utilizarlo cuando me quede aquí.
—Así que te encargarás de la comida… —Me rasqué la barbilla fingiendo pensar. —No sé, yo tengo un apetito enorme.
—A mí me hacen descuento.
—Está bien. Tendremos que negociar algún punto más, pero yo diría que tenemos un trato. —estiré la mano hacia ella para que la estrechase.
—Perfecto. Y ahora, me voy a la cama. —Dejó que escapase otro bostezo de su boca. —Estoy molida.
La observé mientras desaparecía. Esta gallina no se había dado cuenta de que había entrado en la guarida del zorro. Rápidamente escribí un mensaje a su padre.
—Avalon se queda a dormir en mi apartamento. —Lo pensé mejor, y borré esta última palabra. —En mi habitación de invitados. —Sí, así quedaba mejor, mis pelotas estarían a salvo con ese pequeño matiz. Una cosa era que supiera que me gustaba, y otra muy distinta el que pensase en las cosas que podía hacer con su hija.
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