Andrey
Había cometido el mayor de los errores, subestimar a tu adversario. Nunca, jamás, hay que menospreciar a alguien al que te vas a enfrentar. Da igual que parezca demasiado joven, que su expresión sea risueña, y que parezca más un buen chico de campo que no sabe dónde se ha metido, a un luchador que sabe dónde colocar sus golpes, y sobre todo encajar los tuyos. Me equivoqué, él no era nada de eso. Su sonrisa afable se volvió cínica cuando sus golpes empezaron a llegar donde él quería.
El chico tenía más experiencia de la que aparentaba, pero lo que me descolocó fue su fuerza, el chaval golpeaba con una energía arrolladora, parecía que no se guardaba nada dentro. Y lo peor de todo es que sabía cómo estrujar a una persona con sus brazos. Tuve suerte de no caer al suelo con él amarrado a mi cuerpo, porque seguramente no habría podido ponerme en pie de nuevo. Y no, no era porque me faltara el aire, no era por el dolor que notaba en cada inhalación, sino por sentir que no iba a poder con él porque mi propio cuerpo se negaba a continuar.
Pero soy un Vasiliev, no me rindo, y ese fue su error. Creyó que me había vencido, que no podría seguir adelante con la pelea, pero una cosa es no poder, y otra muy distinta decidir que no estás vencido. Mientras pueda moverme, mientras quede un gramo de fuerza en mi cuerpo, volveré a ponerme en pie y seguiré luchando. Cuando los gritos del público le dijeron que su adversario seguía en la pelea, se giró con sorpresa para ver de nuevo mis puños arriba.
No iba a demostrarle que había conseguido su propósito, estrujarme hasta romper alguno de mis huesos. No le daría ninguna pista sobre el dolor que padecía, no hasta que hubiese terminado con él. Sabía que no tenía mucha libertad de movimiento, sabía que no podía moverme demasiado, porque podría acabar muerto. ¿Saben lo que ocurre cuando una costilla rota perfora esa delicada membrana que protege nuestros pulmones? Pues que el aire se cuela por ese agujero, haciendo que un globo enorme estruje tus pulmones y no te permita respirar. Resultado, te quedas sin aire y te asfixias.
Mi única oportunidad era darle un golpe, un único golpe, que lo dejara fuera de combate. Y lo hice. Centré todas mis fuerzas y energías en golpear su cabeza, justo en el momento que había descubierto que bajaba su guardia. Dolió, a mí más que a él, no solo por el esfuerzo que hizo gritar mi pecho de dolor, sino porque, de alguna manera, el chico me había caído bien. No me hagan caso, debía haberme afectado alguno de sus golpes.
Cayó contra el suelo como una piedra de 30 kilos sobre un charco. Sus párpados apenas se movieron un par de veces, antes de cerrarse por completo. Los gritos del público se detuvieron, sabían que todo había terminado. Era la primera vez que me ocurría. Normalmente la gente se volvía loca con cada golpe, con cada salpicadura de sangre que los alcanzaba. Pero supongo, que ver a un aspirante con posibilidades había despertado las esperanzas de ganar de aquellos que habían apostado contra mí, esperando precisamente ese momento en que llegara el rival que consiguiera tumbarme. Vivieron ese sueño un momento, después lo aniquilé con un certero golpe.
Martin saltó al ring para sacarme de allí. Él sabía que el chico me había castigado con contundencia, pero no sabía cuanto hasta que intentó felicitarme por mi victoria con un efusivo abrazo. No pude contener el siseo dolorido que escapó de mi garganta.
—¿Estás bien? —Vaya pregunta más estúpida, estaba claro que no.
—Llévame al vestuario. —No es que le pidiese que me cargara sobre sus hombros y que me sacara de allí al más puso estilo “El guardaespaldas”, y él lo entendió. Se puso frente mí y empezó a abrir camino para llegar a un lugar seguro, lejos de fans efusivamente agradecidos o enardecidos. No es que me molestase su atención o sus palabras de ánimo, pero tenían que darse cuenta, que después de dar y recibir una paliza, lo que más nos urgía era recibir atenciones médicas, no ponernos a charlar.
—Voy a buscar al médico. —Me dejó en el vestuario, donde el siguiente luchador me miraba algo incómodo. Nada como que te recuerden que este es un deporte de contacto donde pueden lastimarte, para que tu entereza se debilite.
El médico no era otro que el “doc”, un matasanos que se sacaba un dinerillo extra haciendo este tipo de trabajos para el gordo. Nadie quería cargar con un luchador muerto, así que si podía evitarse.
—Veamos. —Me palpó las costillas, sacándome algún que otro siseo. Era médico, el cabrón sabía donde apretar para que doliera. —No están rotas, parecen unas simples fisuras, aunque mejor es que te hagas unas radiografías. —Estupendo, otro viaje al hospital. ¿Cuántos accidentes podrían sufrir un tipo de 20 mientras estaba en la universidad? Por suerte había más de un hospital al que ir, y si pagabas en efectivo no solían hacer muchas preguntas. Ellos cobraban y todos contentos.
Pero en mi cabeza seguía molestándome una pequeña sombra, una pequeña preocupación que necesitaba sacarme de encima. Normalmente me importaban muy poco los otros luchadores, pero es que la mayoría eran gente ya asentada en este mundillo. El chico al que había noqueado… Vale, parecía tener algún tipo de experiencia, pero era nuevo por aquí.
—¿Cómo está el otro tipo? —El médico apartó sus ojos de encima de mis costillas para responder.
—Está bien. —Ya, eso quería decir que estaba despierto y que había pasado ese test que te hacen pasar para ver si tienes una conmoción. Pero no estaba de más el que le hicieran algunas pruebas más y que pasara unas horas en observación. Una mierda, pierdes la pelea y además tienes que pagarte la atención médica. Al final, los luchadores no solían hacerlo salvo que las secuelas fuesen graves.
—Gracias doc, voy a hacerme esa radiografía. —Me bajé de la camilla, sosteniéndome las costillas con una mano y empecé a vestirme, o al menos a meterme la chaqueta por los brazos.
El médico se largó, justo en el momento que apareció el gordo con lo que me correspondía. Metí el dinero en el bolsillo de mi pantalón, después de darle su parte a Martin.
—Tienes mala cara. —Creo que la mirada que le di a Martin fue suficiente para hacerle callar. Pero por si acaso…
—Vamos a pasar por el hospital, ¿vas por el coche? —Él asintió, cogió mi bolsa con mis cosas y salió de allí delante de mí. Antes de que se alejara demasiado… —Acerca el coche a la puerta de atrás, enseguida salgo. —No dijo nada, solo se fue a hacer lo que le había pedido. Yo me di media vuelta y enfilé hacia el otro vestuario. Quería comprobar por mí mismo cómo se encontraba el chico.
Lo encontré sentado en uno de los bancos, con una bolsa de hielo sobre su sien derecha, muy cerca de su ojo. No había nadie más con él, y eso me confirmaba que no tenía mucha experiencia en este tipo de peleas. Un recién llegado, un novato. Cuando se percató de mi presencia sus ojos fueron directos a los míos. Una media sonrisa apareció en su cara. ¡Mierda!, ya sabía porqué me caía bien, se parecía tanto a Viktor…
—Tienes una pegada letal, ruso. —Me acerqué un poco más para apreciar la leve hinchazón que estaba apareciendo en su cara.
—Tú tampoco te quedas atrás. —Él sonrió un poco más, satisfecho.
—Lo sé. —Otro Viktor.
—Voy a pasar por el hospital para que me echen un vistazo, ¿te vienes? —Él dudó. Lo que pensaba, peleaba para sacar algo de dinero que necesitaba, no estaba para gastarlo. —Puede que nos hagan un descuento de grupo.
—Lo que yo pienso es que se pensarán que hemos salido de una pelea en grupo. —Mi cabeza se puso a trabajar con rapidez.
—Entonces esa será nuestra historia, les diremos que nos asaltaron y que nos defendimos. Necesitaremos los informes del hospital para presentar una denuncia. —Él ladeó la cabeza un segundo.
—Lo tienes todo pensado.
—Práctica, supongo. —El chico dejó la bolsa de hielo sobre su regazo y extendió la mano hacia mí.
—Alex. —Aferré su mano pero no la sacudí, mis costillas preferían que no lo hiciera.
—Andrey. —Creo que en ese momento me di cuenta de que acababa de hacer un nuevo amigo.
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