No podía negar que estaba interesado en la chica, pero tampoco podía admitir que ella estaba por encima de lo que había ido a tratar allí. Aunque realmente ella fue la que hizo que la balanza se estrellara contra el suelo de ese lado. Iba a comprar el maldito club, iba a hacerme con él, y todo por los movimientos subyugantemente felinos de una estríper.
Acababa de tomar una decisión basada en una sensación, no en la razón. Y eso era malo para los negocios, porque, si no querías fracasar, los números tenían que mandar. Era sencillo, tenía que entrar más dinero del que salía. Sumar y restar, simple. Aunque he de decir que en la lucha, la lógica tampoco manda, porque si así fuera, en cuanto tienes el cuerpo machacado a golpes no regresas por otro golpe más. Te rindes y punto. Pero soy un Vasiliev, como papá, como Nikita, rendirse no es una palabra que vaya con nosotros.
—Entonces tenemos poco tiempo para hablar de negocios. – El tipo sonrió, como si pensara que iba a comprar por ella, cosa que era verdad. Pero tenía que dejarle claro que si la oferta no era buena, la tendría a ella, pero no a su negocio.
—Ella trabaja aquí. Ejecuta sus números y se va. No está en venta como las otras. – Buena puntualización. Acababa de enseñarme el interior de la caja de bombones, pero me decía que no podía coger ninguno.
—No estaba hablando de esos negocios. – Que le quedara claro que ella no determinaría el camino de las negociaciones, aunque ya lo había hecho.
—Podemos sentarnos en una de esas mesas para hablar con tranquilidad. Estaríamos más cómodos. – El tal Boby señaló una mesa apartada del escenario, la más cercana a la entrada del local. Acomodé mi espalda en la columna en la que estaba apoyado y crucé una pierna por delante de la otra. Si quería emborracharme para engatusarme, lo tenía claro.
—Prefiero quedarme aquí. – Moví el caramelo hacia la otra mejilla. Me daba igual que fuera una falta de educación hablar con él en la boca, mamá ya no estaba allí para recordármelo.
—Pero aquí… — Boby le dio un vistazo rápido a Aldo, como si buscara ayuda. Lo que pensaba, estos dos se habían aliado para sacarle los cuartos al estúpido boxeador sin estudios. Pues se iban a llevar una sorpresa. Puede que tuviese que abandonar el colegio demasiado pronto, pero no era tonto. Podía oler a dos hienas a metros de distancia, es lo que tiene la calle, o espabilas o te devoran.
—Solo vamos a tantear una posible transacción comercial, Boby. Si veo que me interesa, tal vez necesitemos más cosas como los libros de cuentas, la documentación del local… Pero primero tenemos otras cosas que tratar. – Lo vi, esa mirada de Boby a Aldo. ¿Qué se pensaban? ¿Qué iba a ser solo una hucha? ¡Ah, vaya!, era eso. Solo querían un prestamista que no te rompiera las manos o las piernas si no devolvías el dinero a tiempo. Pues lo tenían claro.
—Eh… de acuerdo. – Boby empezó a rascarse la nuca. Bien, lo tenía en un lugar en el que se sentía incómodo.
—¿Cuál es tu propuesta? – Lo miré directamente, porque sabía que tenía tiempo. Aún faltaba un rato para la actuación de mi diablesa, y debía aprovecharlo, porque después no le prestaría mucha atención a sus palabras.
–Bueno…el negocio va bien, hay buenos ingresos, pero digamos que necesito una pequeña suma en efectivo para hacer frente a algunos gastos personales. – Bonita forma de adornarlo. Le debía dinero a alguien y no quería desprenderse de sus posesiones. Al menos eso era lo que entendí.
—Yo no presto dinero, para eso están los bancos. – No quise añadir que había gente a la que no les importaría darle ese dinero, eso sí, con unos intereses astronómicos.
—Ya, yo había pensado que tal vez te interesaría una participación del negocio. – El hombre de negocios que llevaba dentro se puso alerta.
—¿De qué porcentaje estamos hablando?
—No sé, tal vez el 20%. – Me parecía realmente poco, porque no quería ser un mero espectador que espera un pequeño beneficio por su inversión. Si me metía en el mundo de los negocios, quería tener una participación que me permitiera ser participe de las decisiones importantes. Pero no quería asustarle, iría poco a poco.
—Depende de lo que pidas por esa parte del negocio. – Boby miró alrededor, como si temiese que alguien pudiese estar escuchando. Le hizo una seña a Aldo, y reste sacó una pequeña libreta y un lápiz del bolsillo. Boby garabateó una cifra, arrancó la hoja y me la tendió. Nada más ponerle los ojos encima supe que tendría mucho más del 20% del negocio. Había estado estudiando los precios de mercado, era muy consciente del valor de lo que tenía delante.
—Por esto puedo comprar el negocio entero.
—El 30%. – Me empujé hacia delante para separar la espalda de la columna.
—Cuando quieras hablar en serio me avisas. – Antes de que diera el primer paso ya tenía una contra oferta.
—El 50. Y te quedas con el porcentaje de las chicas. – Señaló con la cabeza la puerta de acceso a la “zona recreativa”.
—El 80 y te quedas tú con ello. –
—El 75 y me encargaré de que no te den problemas. – Estiró la mano hacia mí, esperando que aceptara. No era lo que quería, pero podía servirme.
—Lo quiero por escrito, tú pagas al notario. – Extendí la mano hacia él, pero no llegué a estrechar la suya, esperaba que él diera ese último paso. Supongo que en eso se trataba la negociación. Cada parte hacía una oferta para acercarse a la otra, hasta que al final llegaban a un punto intermedio. Boby no estaba muy seguro de aceptar, había algo que no le había gustado, aun así, acabó estrechando mi mano.
—De acuerdo. – Cedió.
—Bien. ¿Una copa para celebrarlo? – Los acordes de una nueva canción precedieron a la sugerencia de Aldo. Mi cabeza giró hacia la cortina para ver como mi diablesa salía de detrás de ellas.
—Ahora no, estoy ocupado. — Solo advertí que me dejaban solo, tal vez escuché una risilla por parte de uno de ellos, tal vez fueron los dos.
Llevaba puesto otro conjunto de ropa, la canción era diferente, pero desde que salió a la pista, causó en mí la misma sensación magnética de la vez anterior. Era ella, solo ella. Con sus movimientos felinos, su altiva seguridad, y esos malditos tacones.
Sus ojos se posaron sobre mí una vez y lo supe. Aquel baile iba a ser mío, ella iba a mover su espectacular cuerpo por esa pasarela, y lo iba a hacer para mí. No pude apartar la mirada de ella, de su tentador cuerpo, de sus insinuantes movimientos. Ella era un potente imán, y yo solo un pequeño trozo de hierro, que no podía hacer nada por evitar ser atraído por su magnetismo. Estaba a su merced, igual que todos los pobres desgraciados que presenciaban su espectáculo. Pero a diferencia de ellos, yo sí que la conseguiría. Sería mía, porque ya no podía renunciar a ella.
No me moví, no podía, y tampoco iba a volar a la llama como una pobre polilla. Ella tendría que venir a mí si me quería. Y vaya que lo hizo. El escenario por el que se paseaba estaba demasiado lejos para que pudiese alcanzarme, pero ella se las ingenió para llegar a mí. Caminó sobre el mobiliario del local; una mesa, una silla… hasta que su rostro quedó frente al mío, sus ojos taladrándome sin compasión. Pero si ya mis ojos se habían rendido a sus pies, mi nariz acabó traicionándome también. Su olor… era dulce y picante, y estaba cargado de promesas que me moría por que cumpliera.
Por reflejo moví el caramelo con mi lengua, mientras intentaba tragar la saliva que amenazaba con desbordar mi boca. Sus ojos se posaron en mis labios, y una sonrisa traviesa apareció en su hermosa cara. Todo mi cuerpo vibró con anticipación. Su mano tiró del palo del dulce que atesoraba entre mis dientes, y yo la dejé llevárselo. Quería ver que iba a hacer con ello. ¿Se lo llevaría a su propia boca? Cuando hizo precisamente eso, sentí como el fuego se extendió por todas aquellas partes que deseaban reclamarla como mía. Sobre todo cierta parte de mi anatomía que gritaba desesperada porque la cargara sobre mi hombro y la llevara a un lugar privado donde satisfacer mi deseo.
Pero no podía hacerlo. Primero porque estaba en un sitio público, un lugar al que deseaba volver. Segundo, porque ni siquiera la conocía. Y tercero, porque ella jugaba con todos los que estábamos allí dentro, ese era su trabajo. Yo no quería ser un incauto más al que corromper, yo quería ser el que venciera en aquel juego, yo quería ser el que ganara aquella pelea. ¿Me deseaba? Iba a conseguir que lo hiciera.
Seguir leyendo