—Se te va a enfriar la comida. – Me recriminó Corina. Comer… Tenía una bola en el estómago que no permitía que metiera nada. Empujé el plato para alejarlo de mí.
—Es que no tengo mucha hambre. —Corina miró hacia el hombre que estaba parado junto a la puerta de la cocina. Ellos habían comentado algo sobre lo ocurrido, aunque pensaron que yo no los había oído. Ser un niño no te convierte en un sordo.
—¿Quieres comerlo tú? – Le ofreció Corina a Tommy. El tipo estaba muy delgado y debía tener hambre, porque se encaminó hacia mi lado y tomó una silla junto a la mesa, la silla que solía usar Viktor cuando comía en casa.
—Sí, gracias. – Empujé mi plato hacia él antes de que lo hiciera Corina, y yo me levanté de mi asiento.
—Me voy a mi cuarto. – Nadie dijo nada. Tommy porque tenía la boca llena, y Corina porque no sabía cómo tratar a un niño al que acababan de matar a su hermano.
Cuando entré en mi cuarto, cerré la puerta. No quería que nadie me molestara. Saqué el revolver del escondite en donde la había guardado y lo revisé. Estaba manchado de sangre, y por lo que pude ver en los agujeros del tambor, no le quedaban balas. No sé qué accioné, pero el tambor se desplazó hacia un costado, desvelándome que estaba equivocado; quedaba una bala. No era suficiente para la tarea que debía cumplir, tendría que hacerme con más, aunque lo primero sería aprender a usarlo. Vacié el tambor sobre mi mano, donde la bala se depositó sin hacer ruido.
No sé cuanto tiempo la estuve mirando, pero un ruido al otro lado de la puerta me hizo ponerme en marcha de nuevo. Debía ocultar el arma, nadie debía que saber que yo la tenía, como tampoco nadie debía saber que estuve allí. Mis manos rasparon la sangre reseca de mis pantalones. Para otros podía parecer suciedad, pero yo sabía que era sangre. Con rapidez me los quité, y envolví el arma con ellos. Después fui hacia mi escondite secreto, quité la pequeña sección del rodapié de madera que quedaba bajo un radiador, y saqué la caja de metal que mantenía a salvo mis pequeños tesoros. La abrí, saqué todos los cromos infantiles y todo aquello que en su momento me pareció que tenían gran valor, y coloqué el nuevo paquete dentro. Iba a poner la tapa, cuando recordé que dentro de uno de los bolsillos estaba el colgante de Emy. Rebusqué entre la tela y lo saqué. Escondí mi nuevo tesoro, y me puse unos pantalones limpios.
Metí el colgante de Emy en el bolsillo, y me fui a su cuarto. Saber que no volvería a oír su risa, que no volvería a verla caminar por la casa, me hizo desear buscar entre sus cosas, como si necesitara encontrar algún recuerdo de ella que borraran de mi cabeza sus ojos sin vida mirándome, vacíos. Abrí su armario, acaricié sus vestidos, mientras sentía como las lágrimas corrían por mi cara sin control. Allí estaba su vestido nuevo, todavía llevaba la etiqueta del precio colgada. Nunca podría estrenarlo, nunca la vería llevar aquella tela azul que la haría brillar.
Casi apartado en el fondo del armario, encontré un pequeño baúl. Ella guardaba allí algunas de sus cosas más importantes, como fotos de los lugares que había visitado, una gastaba boa de pequeñas plumas rojas, y unos cuadernillos en los que se leía “Diario de Emy”. Abrí uno de ellos y comencé a leer algunas palabras sueltas. Tenía una letra bonita. Cuando tropecé con el nombre de mi hermano Viktor, descubrí que ella había descrito con detalle lo que le había hecho sentir aquel encuentro. Sus miedos, sus recelos, y sobre todo lo impresionada que quedó de él. De alguna manera, ellos dos estaban plasmados en aquellas páginas, así que pensé que era un buen lugar para depositar el colgante de Emy. Lo metí entre aquellas páginas, y cerré el diaria antes de colocarlo de nuevo en la caja.
Estaba por cerrarla, cuando encontré una pequeña libreta con apenas un par de páginas con algunas notas. Eran las anotaciones de su bote de propinas, supuse que de sus dos últimos días de trabajo. Ella no volvió a usarla desde que dejó de trabajar en el club. Observé la libreta, vi un lápiz a su lado y lo tomé. Anoté en la siguiente página los nombres de aquellos que tendría que cazar por Emy y por Viktor. No quería olvidar a ninguno. Cerré el baúl y me llevé la libreta conmigo.
El autobús se sacudió despertándome. Estábamos entrando en una estación de servicio. Era nuestra primera parada. Había una cafetería en uno de los extremos del lugar, y los baños quedaban un poco más alejados. El sol estaba lo suficientemente bajo como para teñirlo todo de un extraño color ocre.
—Damas y caballeros, tienen 15 minutos para tomar algo e ir a los aseos si lo necesitan. – Los pasajeros empezaron a abandonar sus asientos, aunque no todos. No me tomé mucha prisa en seguirlos, porque estaba en la anteúltima fila, y tendría que esperar a que los de delante salieran antes que yo. Las chicas de delante tomaron sus cosas y se dispusieron a bajar.
Pensé en que podía tomar algo caliente, tal vez un cacao, vaciar la vejiga y regresar a mi asiento. Cargar con el petate a todas partes era algo incómodo, pero no pensaba dejarlo a merced de cualquier ave de rapiña que viera su oportunidad de desplumar a un pobre incauto.
Lo malo de ser el último en bajar del autobús, es que también era el último en ser atendido en la cafetería. Apenas me quedaban 3 minutos para ir al baño y hacer mis cosas, así que me fui bebiendo mi cacao mientras iba a los aseos. Tendría que darme prisa en regresar si no quería que me dejaran en tierra. Tiré el vaso vacío en la papelera junto al la puerta, pero antes de empujarla para entrar, escuché una especie de grito saliendo del baño de las mujeres.
No tenía que haberme metido en aquello, tenía que haberlo dejado pasar, mear en el aseo anexo y subir a mi autobús. Pero no, no podía hacer eso. Acerqué el oído para escuchar mejor. Otra persona quizás no habría deducido lo que ocurría allí dentro, pero yo lo tuve bastante claro. Reconocía cuando a alguien le estaba tapando la boca para que nadie escuchara sus gritos, y no necesitaba muchas más pistas para saber lo que estaba ocurriendo al otro lado de la puerta. Coloqué mejor el petate a mi espalda, y me dispuse a entrar allí dentro.
Abrí la puerta con sigilo, no se veía nada. Avancé un par de pasos, hasta el lugar desde el que pude escuchar los sollozos amordazados de la pobre chica. Pude ver por debajo de los cubículos, como había dos personas en uno de ellos, el único que estaba ocupado. Los pies del tipo estaban más cerca de la puerta, así que actué con rapidez y fuerza. De una patada abrí la puerta, golpeándole en la espalda y empujándole hacia delante. Si tenía algún arma con el que la estaba amenazando, esta también iría hacia adelante por la inercia, así que a ella no la lastimaría. Pero como me indicaban los sonidos y el movimiento de la ropa, el tipo tenía sus manos ocupadas en algo diferente. Una de sus manos impidiendo que se oyeran los gritos de la chica, la otra preparándose para quitar la ropa que le separaban de una violación. Ella estaba de espaldas, y él la estaba atacando por detrás. En aquella postura, ella estaba dominada, él tenía el control, al menos hasta que llegué yo.
Aferré su ropa por el cuello, y tiré de él hacia atrás, alejándolo de su víctima. El tipo gritó, ella también, pero ambos por causas diferentes. La fuerza con la que le saqué lo hizo chocar contra el lavabo que estaba frente a los aseos, y aunque le hice daño, no fue suficiente como para que no se preparase para luchar. No solo le había privado de su particular juego, sino que podía causarle problemas con la policía.
Los ojos del tipo se clavaron sobre mí con furia asesina, mientras su mano derecha recuperaba el arma con el que debió amedrentar a la chica momentos antes. Era una navaja de tamaño medio, y aunque debía haberme intimidado no lo hizo. No solo me había enfrentado a tipos con cuchillos más grandes, sino que muchos de ellos lamentaron pelear conmigo. Este desgraciado no iba a ser diferente a ellos.
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