Anker
Nada más atravesar las puertas de acceso al hospital, Sam se separó de nuestro pequeño grupo. Uno de los hombres quedó en el avión, y el otro estaba en el coche de alquiler en el que habíamos llegado. A simple vista, solo estábamos Pamina y yo. Nos acercamos a la recepción, el operador se centró más en Pamina que en mí. Sé que con las mangas de la camisa no parezco un pez gordo, pero es que tampoco quería dar esa impresión aquí. Pero no era por eso por lo que el hombre se dirigió directamente a mi cuñada, sino que su uniforme de médico era un reclamo más poderoso.
—¿En qué puedo ayudarles? – Pamina se acercó al tipo, y con toda esa presencia autoritaria y militar de quién está acostumbrado a dar órdenes, empezó a hablar.
—Soy la doctora Costas, necesito saber en qué habitación se encuentra un paciente. – aquel era mi turno.
—Tyler Khan. – el tipo pareció vacilar un segundo, pero finalmente decidió no cabrear a un médico, así que tecleó en su terminal y buscó la información que le solicitábamos. Después de todo, esa no era información confidencial.
—UCI de pediatría. – Pamina asintió.
—Gracias. – se giró hacia mí y me instó a caminar hacia la zona de los ascensores. Sentí que tiraban de la manga de mi camisa y me incliné hacia mi cuñada. Parecía que quería decirme algo con más privacidad.
—Khan es el apellido de uno de los médicos que trabajaba aquí cuando yo estudiaba. – aquello no me lo esperaba. Esa información abría un amplio abanico de posibilidades que debía reducir.
—¿Amul Khan? – pregunté.
—Creo que sí, aunque yo lo conocía más por el doctor Bollybood. – tenía que saber más.
—Tenemos que averiguar si sigue trabajando aquí. Quizás él conozca la situación del niño. – Pamina asintió decidida. Si no la conociera, diría que se había puesto en plan misión especial del cuerpo de marines. Había visto antes esa mirada decidida, pobre del que se cruzara en su camino. Nada más salir del ascensor, Pamina avanzó hacia el control de enfermería. Aquella ropa de médico ponía en alerta a todo el personal.
—Buenos tardes, soy la doctora Costas, quisiera hablar con el médico responsable del servicio. – la enfermera parpadeó un par de veces, pero enseguida se puso a marcarla extensión en el teléfono.
—¿Pamina? – la voz llegó tímida desde la sala de enfermeras. Una mujer de unos 50, afroamericana venía lentamente hacia nosotros.
—¡Teresa! – la mujer sonrió al sentirse reconocida, y avanzó hacia mi cuñada con decisión. Enseguida la abrazó sin reparos.
—Cuanto tiempo. – era una constatación más que una pregunta.
—Unos 10 años. – la mujer se separó de ella para observarla mejor, y después puso sus manos en sus caderas para dar más firmeza a la regañina que iba a llegar.
—Te fuiste sin despedirte. – Pamina cruzó los brazos sobre su pecho, no iba a amilanarse.
—No tuve tiempo, me reclutaron para el proyecto Hive. – Los ojos de la mujer se abrieron sorprendidos.
—Vaya, sí que te has vuelto alguien importante. – Pamina sonrió suavemente.
—Pude decirse que sí. – noté el ligero cambio en su espalda, había llegado el momento de atacar. – Oye, Teresa, ¿el doctor Khan sigue trabajando en el hospital? – directa, como a mí me gustaba.
—Por supuesto, sigue en la planta de ginecología. – la mujer no tuvo ningún reparo en responder, pero ladeó su cabeza y entrecerró ligeramente los ojos. Ella sospechaba algo. Pamina miró su reloj.
—¿Está hoy de guardia? – comprobé la hora en el enorme reloj colgado en la pared posterior al mostrador del control de enfermería. Si no recordaba mal, el cambio de turno se efectuaba a las dos de la tarde, y quedaba algo menos de una hora. Los médicos solo acudían a sus plantas en días laborables, y solo por la mañana, salvo que tuvieran que cubrir un turno de urgencias de su especialidad.
—Ya no trabajas aquí, se supone que no puedo darte esa información. – aun así, la mujer estaba buscándolos dato en su terminal.
—Es por si tengo que hablar con él después de… – no le dio tiempo a terminar la frase, porque un médico de unos 35 acababa de llegar hasta nosotros.
—Soy el doctor Stark, ¿preguntaban por mí? – Si hubiese sido mi hermano Dimitri, incluso el tío Nick, habrían aprovechado ese pie para soltar por la boca lo que todos estábamos pensando. ¿No?, Tony Stark… Iron Man. ¡Qué poca cultura cinéfila! Pamina fue directa hacia él para estrecharle la mano.
—Buenos días, soy la doctora Costas, del Altare Salutem Hospital de Las Vegas. Querría hablar con usted sobre un paciente que tienen ingresado en la UCI pediátrica en este momento, para valorar su posible traslado. – no habíamos hablado sobre ello, pero era una opción que me gustaba. Pamina sabía que era algo imposible sin el consentimiento de los progenitores, así que estaba convencido que era una treta médica para conocer el estado del niño, y de conseguir que nuestra presencia allí contase con el beneplácito del hospital. La noticia pilló desprevenido al tipo, que pareció sorprendido por las palabras de mi cuñada.
—¿Costas del Altare de Las Vegas? ¿dónde operaron a ese jugador de hockey, de los Golden Knights? – Vaya, me equivoqué, no era el traslado.
—Steve Reinolds, sí. Hace mes y medio. –
—Vaya, es un placer conocerla. –
—No sabía que la noticia había llegado aquí. –
—Soy fan del hockey, y el golpe que recibió contra la portería fue mortal. Quedó inconsciente antes de golpear el suelo. Lo retransmitieron por todo el país. –
—No fue la portería lo que lo noqueó, sino el palo del portero. Tuvimos que reconstruir toda la cuenca orbital. – Pamina era así, podía haber sido ella la que hizo todo el trabajo, pero, según ella, era un trabajo en equipo, desde el cirujano, el anestesista, hasta llegar a la enfermera que secaba el sudor de las frentes. Todos tenían una labor que hacer, y sin ella, el resultado no sería el mismo.
—Pobre chico. ¿Y a cuál de mis pacientes ha venido a llevarse? – empezamos a caminar por el pasillo hacia la zona de ingresos.
—De momento no quiero hablar de traslado, prefiero valorar el estado del paciente antes de anticipar nada. – uno de los ojos de Pamina me buscó de soslayo. Sí, era momento de introducir la coletilla que habíamos ensayado en el coche de camino al hospital. – La aseguradora exige valorar toda la situación antes de dar el visto bueno a cualquier tipo de intervención, ya sea traslado, cirugía… –
—¡Qué me vas a contar!, las aseguradoras son las dueñas del dinero. – entramos a una sala enorme, donde había una larga hilera de camas, separadas por cortinas. Se detuvo un segundo en el control y recogió una especie de Tablet. – Bien, ¿Cuál es el nombre del paciente? –
—Tyler Khan. – el doctor Iron Man entrecerró los ojos de igual manera a como lo había hecho la enfermera que conocía a Pamina.
—De acuerdo. Síganme. – Al llegar más o menos al final del otro extremo, el doctor Stark se detuvo. Empezó a repasar los datos grabados en el dispositivo digital. – Tyler, 9 años, traumatismo craneal contuso en zona frontal y parietal derecha. Pequeña hemorragia subdural, con hematoma estable…. – dejé de escuchar la jerga médica, para centrarme en el niño. En alguna parte podía reconocer al pequeño de la foto; cabellos rubios que sobresalían de un aparatoso vendaje en su cabeza, ojeras marcadas bajo sus ojos, piel pálida, y ni rastro de esa energía infantil.
—Perdón ¿y su madre? – interrumpí. El médico giró los ojos hacia mí, para mirarme como si no fuese más que el perro de compañía.
—Pregunte en el control. – asentí.
—Gracias. – y me retiré para acometer la parte que me tocaba, la madre de Tyler. Alcancé el control, y preparé mi cara más afable. – Buenos días, ¿saben dónde puedo encontrar a la madre de Tyler Khan? – la enfermera del control me señaló la salida.
—Ha ido a tomar un café a la sala de espera. Aquí no se permite comer ni beber. –
—Muy amable. – y allí que me dirigí.
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