Owen
Mientras revisaba los datos del teléfono de Ernest tropecé con el billete de avión para el domingo hacia Chicago. Ese dato me dijo que iba a tomar personalmente las riendas del asunto allí arriba. Así que tenía que prevenir a mi padre.
—Hola, papá. —saludé en el mismo momento que descolgó la llamada. ¿Arriesgarme que fuese otra persona la que contestase?, salvo mamá, ese teléfono no podía ser desbloqueado por nadie.
—Emil me ha dicho que has tenido un día fructífero. —A veces olvidaba que papá es un maniático del control.
—Entonces sabrás por qué te llamo. —No es que juegue con mi padre, es que me gusta saber hasta dónde es capaz de llegar.
—Tú me cuentas lo tuyo y yo te cuento lo mío. —Pues a mi padre sí que le gustaba jugar.
—Ernest tiene un billete de avión para el domingo, destino Chicago.
—Y una cita conmigo el lunes por la tarde. —Sabía por qué a esa hora, papá querría que las oficinas estuviesen casi vacías cuando hacía algunos negocios, por eso sus empleados allí tenían solo jornada de mañana.
—Un hombre de negocios tan ocupado como Ernest Williams hubiese aprovechado mejor el tiempo. Si quería pasar el fin de semana en Chicago, habría ido el sábado o el viernes por la tarde. Y si solo fuese a la reunión contigo, habría comprado un billete para el lunes por la mañana. —Al menos es lo que haría cualquier ejecutivo.
—¿Estás pensando lo mismo que yo? —Solo había una manera de saberlo.
—Que tiene otra cita el domingo. —Escuché la suave risa de papá al otro lado de la línea.
—Ya tengo un equipo de seguimiento preparado para cuando llegue. Nada más sacar un pie del avión, sabré donde va, con quién está, y las veces que…—Terminamos la frase juntos.
—Que va a cagar. —Era la frase favorita del tío Viktor. Algo que dejaba bien claro que conoceríamos cada paso de ese hombre al segundo, frugalidades incluidas.
—¿Necesitas que vaya a Chicago? —Sabía que los hombres de papá se encargarían de todo con eficiencia, pero yo soy de ese tipo de personas a las que les gusta estar en mitad de todo. Si algo se cuece, me gusta estar removiendo la cazuela con la cuchara. Además, para saber cómo funcionan las cosas, lo mejor es ensuciarse las manos, ya me entienden. Pero esta vez no es que estuviese escurriendo el bulto, sino que la acción estaba en dos sitios a la vez. Y también era por Paula, si algo ocurría, yo sería el apoyo que estaba más cerca.
—Por aquí lo tenemos todo cubierto, no te preocupes. ¿Hay algo más que quieras contarme? —Aquella pregunta me desconcertó ¿Creía que le había ocultado algo?
—No, creo te he contado todo lo importante. —Escuché un suspiro de papá.
—Está bien, sé que harás lo correcto. —¿Qué demonios…?
—Te avisaré si surge cualquier novedad.
—Estaré pendiente.
Corté la comunicación pensando en qué podría ser eso que papá veía y yo no, qué… ¡oh, mierda! ¿Pensaba que Paula y yo? Sacudí la cabeza mientras sonreía. Mi padre se pensaba que me gustaba, de la misma manera que Santi y Bianca lo hacían. Seguro que si fuese un chico no me haría esa pregunta, aunque tampoco yo estaría tan interesado en cuidar de él. Reconozcámoslo, si hubiese sido Fran el que estaba en el punto de mira de Ernest o cualquier otro tiburón, no estaría tan preocupado por su seguridad. Pero era así, las chicas son más vulnerables, por eso tenía que protegerlas, por eso, y porque las conocía desde que eran pequeñas, pertenecían a mi círculo de confianza, y solo por eso me sentía de alguna manera responsable de ellas.
Pues lo sentía por papá y su nuevo oficio de casamentero, pero esta vez el olfato del gran Alex Bowman se estaba equivocando. Paula me gustaba, pero de la misma manera que podía hacerlo una amiga, como Bianca, como lo hacía mi hermana Avalon. Ellas eran mis chicas, a las que cuidaría y protegería porque eran de la familia o muy allegadas. A ver, que no me imaginaba besándolas ni nada más… carnal, ya me entienden. En cambio, la tal Bibian era una niñata boba y caprichosa, su personalidad no me atraía lo más mínimo, pero en cambio su cuerpo… Tenía que reconocer que tenía un buen revolcón. ¿Tirármela? Por supuesto, lo haría, pero nada más. No piensen que soy un cerdo, no pienso en las mujeres solo para eso, pero tampoco soy un santo, si la chica me hubiese pedido guerra… No iba a desaprovechar la oportunidad. Para una relación no estaba preparado, pero para algo esporádico un chico siempre está listo.
Miré el reloj para comprobar la hora. A estas alturas, y con la entrevista de Ernest con mi padre, el espía tenía que haber pasado la información a su jefe. ¿Por qué Jordan no le había llamado? No le creía lo suficientemente estúpido como para no ver los sutiles detalles que Paula le había dado. Yo sacaría mucho de la conversación de la otra noche. Pero claro, Jordan no soy yo, él podía no ver lo mismo. Dejé salir el aire de mis pulmones antes de hacer algo que no quería. No teníamos mucho tiempo, así que actuar rápido era primordial. Cogí el teléfono y marqué el número de Paula.
—Hola, Owen. —Su voz no sonó muy animada. Me mataba hacerle esto, pero… Hay cosas que no nos gustan, pero hay que hacerlas.
—¿Qué tal lo llevas?
—Bien. —Ya, como si fuese a engañarme. Ese cretino le había hecho más daño de lo que quería reconocer. Es lo que tienen las chicas, que cuando se ilusionan con un chico les duele directamente en el corazón.
—Tenemos un pequeño contratiempo.
—¿Qué ocurre? —Su voz pareció animarse. Esa esa Paula, dispuesta a ponerse manos a la obra rápidamente.
—El cretino nos ha salido un poco corto de entendimiento. —Podía imaginarme su ceño fruncido al otro lado. —Hay que darle la información más clara para que la pille. —Escuché como suspiraba.
—Tengo que volver a quedar con él. —entendió. Tenía que darle algo que la animara con esta misión.
—Una cita pequeña, en la que puedes mandarle a la mierda después.
—
¿Quieres decir que puedo…?
—Gritarle, insultarle, incluso golpearle si te da la gana. A fin de cuentas, no tendrás que volver a verlo después, puedes quedar como una loca si te da la gana. —Es lo que había echo yo alguna vez para deshacerme de una chica pegajosa.
—No soy de las que golpea, aunque a veces me dan ganas de hacerlo. Pero… no estoy en contra de ponerle en ridículo en público. —Nada como sacar el lado vengativo de una chica para reanimarla.
—Bien. ¿Qué te parece si preparamos el guion y luego concertamos la cita con el cretino?
—¿En tu casa o en la mía? —Esa frase, viniendo de una chica, siempre presagiaba algo bueno, pero esta vez, era mucho más interesante. No piensen mal, el sexo está bien, pero cuando hay un poco de acción de otro tipo en marcha, mis hormonas se preparan para entrar en batalla como buenos soldados.
Paula
Seguro que la CIA no preparaba sus operaciones sentados frente a un montón de cajas de comida china. Metí mis palillos dentro del recipiente de los tallarines fritos y rebusqué en el fondo.
—Bueno, ya está. Ahora a esperar que conteste. —Owen me devolvió el teléfono. Nadie mejor que él para enviarle el mensaje perfecto a un chico. Busqué con la mirada lo que se suponía que yo le había dicho a Jordan.
—Siento lo de la otra noche, pero es que estaba algo estresada por el trabajo. ¿Quieres que quedemos hoy? Me toca invitar a mí. —Leí en voz alta. —Muy yo, aunque no le habría contado lo del estrés.
—Queremos darle pie a que pregunté, ¿recuerdas? Así solo tiene que dejar que la conversación fluya hacia donde él quiere. —La respuesta llegó rápida.
—Lo siento, hoy no puedo. Reunión familiar. —Leí en voz alta. Owen frunció el ceño, era evidente que eso no lo esperaba.
—Esto no encaja. —Pensó rápidamente y escribió. —¿Estás enfadado conmigo?
—Yo no he hecho nada malo. —me defendí.
—Reconócelo, estuviste algo rara en la cita del viernes. —Sí, eso no podía negarlo.
—No. —respondió Jordan.
—Es una respuesta demasiado breve. —Owen alzó la mirada hacia mí, tenía una idea en la cabeza, y por lo que parecía, me había llegado el turno de entrar en el partido.
Seguir leyendo