Grigor
El grito de rabia e impotencia se quedó atascado en mi garganta, mientras el único que reaccionó fue mi cuerpo. Antes de que el cuerpo de Dafne, no, Paulina, golpease el suelo, mis brazos la sostuvieron para esa caída no fuese tan dura. Pero al final los dos terminamos allí, yo arrodillado, con su cabeza entre mis manos. Sus ojos me miraban con una súplica de perdón que despedazó en diminutos cachitos los trozos de mi alma que había sido partida por aquellas dos balas.
La sangre brotaba de su abdomen manchando el asfalto de un rojo brillante, mientras su rostro palidecía rápidamente.
—Traidora. —Lo escuché claro. La voz de aquella mujer me hizo daño en los oídos, no solo por el veneno que había en ella, sino porque con esa palabra justificaba el asesinato de la persona que iba a acompañarme el resto de mi vida.
—Ni se te ocurra. — Sokol amenazó en perfecto ruso al tipo que estaba con esa… esa asesina. Por lo que vi por el rabillo del ojo, él había tratado de sacar otra arma, creo que de su tobillo.
Fue el ver el rostro satisfecho de la mujer, el arma en su mano, lo que me hizo desear matarla. Mis ojos bajaron de nuevo hacia Paulina, y al hacerlo, tropecé con la pistola en su mano inerte.
Siempre imaginé que si algún día tendría que usar un arma contra otra persona, sería en un momento decisivo en que salvar mi vida, o quizás la de mi hermano, mis padres… cualquiera de mi familia. Matar o morir, una decisión fácil. Pero en aquel momento, lo que me llevó a tomar esa arma y alzarlo en contra de aquellos dos, fue la necesidad imperiosa de hacer justicia, de vengar a Paulina, de hacerles pagar todo el dolor que estaba soportando.
Y disparé, una única bala, directa y certera, porque estaba familiarizado con ese tipo de armas, porque a aquella distancia no podía fallar, y porque nada ni nadie podría impedir que le arrancara la vida a aquella arpía. Una bala que impactó de lleno contra su corazón. La vi caer, pero no me importó saber lo que hacía el tipo que la acompañaba. No me importaba que cogiera el arma y me disparase a mí. Me daba igual.
Las piernas de Sokol junto al cuerpo de Paulina, me dijeron que estaba en esa postura que se utiliza cuando apuntas a alguien. No necesitaba saber que él me estaba protegiendo, que él se encargaría de mantenernos a salvo. Bien, porque necesitaba tiempo para despedirme de Paulina, para hacerme a la idea de que ella no iba a estar ahí para mí, que se había ido.
Una lágrima rodó por su mejilla, pero no eran sus ojos los que lloraban, eran los míos. Era mi dolor el que la estaba mojando. Mi visión se volvió turbia, mientras mi boca susurraba una súplica que sabía no podría cumplir.
—No te vayas, no te vayas, no te vayas….
Escuché sirenas acercándose, pero no me preocupé en mirar, ni siquiera cuando se detuvieron cerca de mí. Alguien intentó mover a Paulina de mi regazo, pero traté de impedírselo, al menos, hasta que Sokol se arrodilló a mi lado para que entendiera que debía ser así.
—Déjales que la ayuden, Grigor.
Mis manos perdieron fuerza, pero mi cuerpo no pudo hacer nada más. Sokol fue el que me puso en pie, mientras yo tan solo miraba a mi alrededor, mirando sin ver. Chalecos reflectantes, manos con guantes de látex, y uniformes policiales. No prestaba demasiada atención hasta que alguien cerca de mis pies gritó.
—¡Apártense!, nos la llevamos. —entonces desperté de mi media ensoñación, consciente de que alguien había encontrado un pulso muy débil. Una pequeña esperanza que me permitió respirar. ¿Podían salvarla?
Mis pies se movieron detrás de la camilla en que la habían cargado, uno de los sanitarios sostenía en alto una de esas bolsas con un líquido que le estaban suministrando a Paulina por la intravenosa, mientras con su otra mano sostenía un gran número de gasas sobre sus heridas. La sangre se desbordaba por el tejido, derramándose sin control sobre la sábana de la camilla. Demasiada sangre, demasiada sangre.
—Alto ahí. —Alguien me aferró por el hombro, impidiéndome que llegara hasta la ambulancia. Me sacudí de su agarre, porque nadie me impediría ir con ella.
—¡Suéltame! —Creo que luche, que me resistí, pero al final me redujeron entre dos hombres. El frío metal de unas esposas se clavó en mis muñecas para inmovilizarme.
—No vas a ninguna parte. Quedas detenido por asesinato. —Entonces la realidad me golpeó con fuerza. Obligándome a ser muy consciente de todo lo que ocurría a mi alrededor.
La mujer a quién había disparado seguía en el suelo, inmóvil. El hombre que iba con ella estaba prestando declaración a un agente, mirando en mi dirección y señalándome. La ambulancia con Paulina salía hacia la carretera principal a toda velocidad, con las sirenas a todo volumen.
Fui consciente de que un coche se detenía en aquel momento cerca de todos nosotros, del que bajaban apresuradamente dos hombres. Los reconocí casi al momento; Drake y Dimitri. El primero intentó acercarse a mí para preguntar si estaba bien, pero como los agentes no le permitieron acercarse, al final fue Sokol el que empezó a ponerle en antecedentes de todo. Dimitri se había identificado como mi abogado, pero no pudo hablar conmigo porque yo ya estaba dentro del coche.
Los sonidos de las protestas llegaban a mí amortiguados por el cristal del coche patrulla, dándome esa sensación de ser un simple espectador de todo ello, de encontrarme al margen de todo lo que sucedía allí fuera. Quizás por ello me puse a pensar en las consecuencias de todo lo que acababa de ocurrir, alejándome de Paulina, de su cuerpo siendo zarandeado dentro de una ambulancia, en dirección a un hospital, donde harían todo lo posible por salvar su vida.
Había matado a una persona, había cogido un arma y le había metido una bala en el corazón a aquella víbora. Y aunque hubiese sido un acto de justicia, el asesinato estaba penado por la ley. En Nevada todavía seguía vigente la pena de muerte, todavía no se había derogado la ejecución de reos por inyección letal. Puede que a mí la vida ya me diese igual, pero tenía que pensar en lo que le había hecho a la familia.
El abuelo Yuri se sentía orgulloso de que ningún miembro de nuestra familia había pisado una prisión. Me sentía mal el ser yo el que rompiera esa hazaña, pero más que nada por el daño que iba a hacerle a todos aquellos que me querían. ¿Y si me ejecutaban? Lo sentiría realmente por papá y mamá, y por Luka, y… ¿de verdad podría dejar a alguno de la familia fuera de esa lista?
Grigor Vasiliev había cometido el mayor error que podía cometer uno de nosotros, y no, no era matar a una persona, sino dejar que lo pillaran por ello. No solo por el delito en sí, sino porque de alguna manera, estaba arrastrando a toda la familia conmigo al infierno.
¿Arrepentirme? Había una parte de mí que sí lo hacía, por todas las consecuencias que suponían mis actos. Pero por otro lado, no podía hacerlo. La justicia era algo que no se le podía negar a un Vasiliev, y yo había decidido tomarla por mi mano y de forma inmediata.
U par de golpes en el cristal me hicieron girarme hacia el exterior, donde Dimitri me observaba preocupado.
—Van a llevarte al centro de detención. No digas nada antes de hablar conmigo. —Asentí para él para que supiera que acataría sus instrucciones.
El coche empezó a moverse, pero aún pude ver lo que estaba desarrollándose allí. Sokol hablaba por teléfono mientras se tocaba nerviosamente la nuca, sin poder dejar de mirara a su alrededor como si no terminase de creer lo que había sucedido. Dimitri sacando su teléfono seguramente para llamar a alguien de la familia, más refuerzos. Un técnico cerrando una bolsa negra en la que desaparecía el rostro de la víbora. Y por último, la mirada del tipo que la acompañaba fija sobre mí. Algo extraña, porque tendría que haber enfado o ira en ella, pero lo que albergaba era frialdad. Lo que me decía, que me habría matado si Sokol no habría estado allí preparado para defenderme.
Bajé la cabeza, tratando de ordenar mis ideas, mis recuerdos, recopilando cada detalle que tendría que explicar a Dimitri. Pero la sangre que manchaba mi ropa me hizo olvidarme de todo. Dafne no era Dafne, su nombre era Paulina, y había huido de mí para protegerme de ese hombre y aquella mujer. Pero yo, como un estúpido, había conseguido que fuese ella la que perdiese la vida. Ella había muerto por mi culpa, y tendría que llevar encima esa carga el resto de mi vida.
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