Owen
¿Cómo llamar la atención de una niña rica? Pues enseñándole un juguete nuevo que brille mucho. El plan puede parecer sencillo, aunque para que salga bien tiene que estar bien perfilado.
Primera parte, conseguir que te dejen entrar en un club exclusivo para gente rica. Si no eres socio, lo más rápido era ser invitado por uno de ellos. Con un poco de ayuda encontré a uno de ellos que no estaba en la ciudad en ese momento. Llamar al club y hacerme pasar por él no fue difícil, solo tuve que tomar como muestra la voz de su contestador, y con esa base poner al programa de simulación de voces a trabajar. Nada de los primitivos distorsionadores, ahora uno podía no solo ocultar su identidad al otro lado de un teléfono, sino que puede hacerse pasar por cualquiera.
Bien, hice la llamada, y haciéndome pasar por un socio…
—He quedado en el club con el señor Owen Darro. Puede que me retrase, así que atiéndanle hasta que yo llegue.
—Por supuesto señor Carmichael.
Con el acceso garantizado, solo me quedaba hacer una entrada triunfal, algo con lo que una joven acostumbrada a ser el centro de atención no pudiese resistirse. Ya saben lo que se dice de las polillas, les atrae la luz. Yo necesitaba que Bibian se quemase.
Solo tuve que convencer a Simon de que me acercase hasta la dársena del Ocean´s Club en su yate de recreo, algo nada difícil porque mi padre era uno de sus clientes desde hacía mucho tiempo. No había viaje a Miami en el que no se relajase con un día de pesca, y un yate de lujo era lo mejor si querías que tu mujer que acompañase.
Como decía, solo le tuve que pedir que me acercase hasta la dársena. Desde allí, Simon, como capitán de la embarcación, solicitó al club que enviasen una lancha para recoger a un pasajero del yate. En cuanto les dijo el nombre del pasajero no hubo pega alguna. ¿Por qué hacer mi entrada precisamente así? Pues primero, porque sabía que Bibian estaba en una tumbona con vistas al mar con su madre. Además, llegar en coche lo hacen la mayoría de personas, hacerlo en yate, solo una pequeña parte.
Que ella, que estaba pendiente de todo lo que ocurría a su alrededor, o mejor dicho, de las personas, se percatase de que alguien llegaba al club en lancha motora, la haría sentir curiosidad. ¿Quién era ese joven atractivo al que recibían como si fuese un socio importante del club? El llevar una camisa polo de Lacoste de color azul turquesa me convertía en un objetivo fácil de localizar. ¿Por qué Lacoste? Porque no solo es una marca de lujo, sino europea. El toque francés me daba un plus de interés sobre mi persona.
Caminé detrás del empleado que vino a recibirme al pequeño embarcadero, aparentemente ajeno a la gente que me miraba curiosa, aunque totalmente consciente de que había conseguido mi objetivo; llamar la atención de la princesita de papá.
Como Carmichael no había llegado, me acomodé en una de las mesas de la terraza con una cerveza de importación bien fría. Eso sí, con una buena vista en ángulo de la zona en la que se encontraba Bibian. Yo estaría observando el mar, y ella me estaría observando a mí.
Casi llegada la hora del almuerzo, Bibian y su madre se encaminaron hacia el edificio para pasar al restaurante donde tenían reserva para comer. Según su Instagram, solía sentarse en la terraza con un combinado de moda a esperar a su padre. ¡Qué casualidad que esta vez decidieran sentarse, ella y su madre, en la mesa junto a la mía!
Mientras pedían su consumición, tratando de hacerse las refinadas, puse en marcha la siguiente parte del plan. Me puse el auricular en el oído, y mientras fingía escuchar música, realicé la segunda llamada al club, salvo que en vez de hablar, puse la grabación que tenía preparada. ¿Qué decía? algo así como…
—Señor Darro, el señor Carmichael ha tenido un contratiempo y no podrá llegar a su cita. Me ha pedido que le transmita sus disculpas y que no se preocupe por la cuenta, él se hará cargo de todos sus gastos en el club. —Expuso educadamente el encargado con su mejor tono de disculpa.
Solté el aire fingiendo contrariedad. Miré el reloj y luego me digné a responderle.
—Tráigame otra Backwoods, y cargue aquí mis consumiciones. —Dejé sobre la mesa una tarjeta black. Nada como decirles que tienes tu propia tarjeta sin límites. No es que la usase mucho, pero había ocasiones en que era útil, como en esa ocasión. No sé cuál de las dos abrió más los ojos, si la madre o la hija.
Cuando el empleado se retiró con mi tarjeta, llegó el momento de hacer mi movimiento.
—Perdón, podrían aconsejarme un restaurante aceptable por la zona. —Me incliné ligeramente llamando su atención.
Antes de que pudiesen contestar, su padre, que había visto acercándose por la terraza, alcanzó su mesa.
—Oh, pues… Tiene varias opciones, pero dudo que pueda encontrar una mesa con tan poca antelación. —La madre de Bibian ya había urdido un plan en su cabeza para conocer a un buen partido para su hija. Hay que ver lo rápido que se había olvidado de que su niña tenía novio.
—¿No has pensado el comer aquí? La comida es exquisita y no tendrías que desplazarte. —Me sugirió Bibian.
—Hola, cariño. —Su padre saludó con un correcto beso a su mujer y a su hija.
—¿Aquí? —Miré alrededor centrándome en las vistas.
—Aquí tiene su cerveza, señor. —El camarero llegó en ese momento con mi pedido y mi cuenta. Firmé el resguardo de la transacción fingiendo no mirar el importe, y guardé la tarjeta en mi elegante cartera de piel. La cerveza estaba buena, pero yo no era de eso que pagan esos precios por saborear una cerveza de importación. ¡Qué demonios!, mi padre colaba en el país bebidas mucho mejores que ésta a mejor precio. No es que sea un tacaño, es que hay cosas que merecen mil veces gastarse el dinero en ellas.
—¿Podría comer aquí? —le pregunté.
—Preguntaré en el restaurante si tenemos una mesa disponible para usted.
—No, allí dentro no. ¿De que sirve tener unas vistas como estas si no puedo recrearme con ellas mientras como? ¿No podría comer aquí, en esta terraza? —El camarero meditó unos segundos. Primera regla de estos sitios, no solo el cliente tiene la razón, sino que complacerle es tu mayor prioridad.
—Por supuesto, señor. Avisaré para que le preparen la mesa. —Biban miró a su padre con súplica. Al menos tenía que reconocer, que este hombre sabía lo que había en la cabeza de su hija sin necesidad de que hablase.
—Muchacho, informa de que nosotros también queremos comer aquí, en la terraza. —Seguro que el camarero estaba maldiciéndome en ese momento.
—Sí, señor Douglas.
—La verdad es que tienes razón, muchacho. Hace un día estupendo para comer aquí afuera. —Dijo en voz alta el padre de Bibian. —Soy Frank Douglas, y estás son mi esposa Lissette y mi hija Bibian. —Y esa era la oportunidad que estaba buscando. Me puse en pie y saludé con educación, estrechándoles la mano a cada uno de ellos. Eso sí, dejando un elegante enchanté madame antes de inclinar la cabeza ligeramente hacia la madre de Bibian. Y así, señoras y señores, es como se conquista a los padres de una chica, con una tarjeta black, y modales refinados.
Conseguir que añadieran una silla más a su mesa y comiese con ellos fue fácil. Y en cuanto a mi plan, solo tuve que esperar a que su socio y amigo apareciese en escena. Según el Instagram de Bibian, ella se iba del club dejando a sus padres y a sus amigos en el club, y daba la casualidad de que esos amigos de sus padres eran…Exactamente, Ernest Williams y su esposa. En esta ocasión solo tuve que dejar mi teléfono sobre la mesa, esperar a que las chicas se fuesen al baño, y piratear los teléfonos que quedaban a la vista, es decir, el de Ernest y Frank. Fue como una de esas ofertas del supermercado, un dos por uno.
Vale, en esta ocasión Bibian se quedó a pasar la velada con los mayores, pero tampoco le dejé que disfrutara demasiado de mi compañía. Me disculpé poco después de terminar el café de la sobremesa, y me alejé de allí con una sonrisa en la cara. Y no, no era por llevarme encima el teléfono de la chica, sino por tener todo lo que había ido a buscar.
Mientras salí del club para tomar un taxi, ya estaba llamando a Emil para que se pusiera a trabajar con lo que acababa de conseguir. Localizar al tipo de Chicago que trabajaba para Ernest estaba a solo un paso.
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