El rostro de Evan se había vuelto hacia mí, tan sorprendido como el de todos los que estaban allí dentro. ¿Qué podía decirle? También para mi había sido algo nuevo. Así que simplemente me encogí de hombros.
—No ha estado mal para ser la primera vez, ¿verdad? – una pequeña sonrisa apareció en su rostro.
—Parece que no. Terminemos con esto. ¡Angell!, ¡Eryx! –
—Voy. – ambos aludidos casi contestaron al unísono, al tiempo que se dirigían hacia Schullz y sus hombres. Cuando advertí sus intenciones, ordené al hielo que se licuara, justo en esa parte en que se encontraban las armas del “enemigo”. En el mismo instante que alguno de mis chicos ponía sus manos sobre ellas para quitárselas, estas de desmoronaban bajo sus dedos, como si fuesen castillos de naipes. El metal caía al suelo inservible.
Una enorme bocanada de vapor salió de la boca de Dieter cuando abrió la boca para hablar.
—No puedes irte de esta manera. – alcé una ceja hacia él, mientras con una caminar pausado me desplazada hacia la salida de la gruta, pasando delante de sus narices.
—Mira como lo hago. – iba a dejarlo ahí, cuando por un instante me sentí mala, y retrocedí un paso para tenerlo de nuevo de frente. – El que tendrá alguna complicación para irse creo que vas a ser tú, porque por mucho dinero que tengas tendrás que dar muchas explicaciones sobre cierta explosión que ha ocurrido en un parque nacional, amén de todo el material militar que lleváis encima. – volví a caminar, con la seguridad de que mis chicos me seguían hacia el exterior, manteniendo un ojo vigilante sobre cada una de las personas que dejábamos aún congeladas detrás.
—Esto no va a acabar así. – había demasiado veneno, ira y humillación en la voz de Dieter. Y aunque fuese una bruja elemental, una que proteja la vida de este planeta, no podía dejar una puerta abierta a la venganza, sin antes advertirle del peligro que tomar ese camino supondría.
—Tú mismo. Pero yo me lo pensaría antes dos veces, porque si puedo sanar un cuerpo, o rejuvenecerlo, ¿quién dice que no puedo hacer lo contrario? No sé, tal vez te regale un bonito cáncer de páncreas. – Pasé delante de Schullz, cuyos ojos me miraban con una ira nacida de la impotencia. – O tal vez un cáncer de testículos. – fue mencionar esa última palabra, acompañada de una filigrana en el aire de mi mano derecha a la altura de esa zona comprometida, cuando el rostro de Schullz palideció. Si, idiota engreído, tú también estabas incluido en esta amenaza. Más te valía no volver a cruzarte en mi camino. Y hablando de caminos cruzados, volví el rostro hacia atrás antes de abandonar el lugar, para encontrar la mirada perdida de Cort. – ¿Vas a venir con nosotros, o prefieres quedarte con ellos? – lo último que vi fue la sorpresa en su cara, seguida de una rápida maniobra de su cabeza para mirar a su madre. Estaba ya fuera de la gruta, todos mis chicos a salvo, cuando escuché la voz de Arión recibir al nuevo miembro de nuestra extraña familia.
—Bienvenido al grupo. –
Puede que no fuese mucho el espacio que recorrí fuera de la gruta, hubiese preferido alejarnos a todos un poco más, darnos más distancia del peligro, pero mi cuerpo no pudo más. Sentí como las fuerzas me abandonaban en el mismo instante en que mi control sobre las aguas cesó. El poder que sostenía la jaula de hielo alrededor del grupo que permanecía retenido en el interior se esfumó, como un cubito de hielo chocando contra un manto de lava líquida. Sentí el agua cayendo inerte sobre el suelo de roca, el hielo licuándose en un suspiro, el agua del techo cayendo como lluvia helada sobre sus cabezas. Y en ese mismo instante, mi cuerpo colapsó. Al igual que el agua que se desparrama cuando explota un globo lleno de agua, yo empecé a caer.
Unos fuertes y serviciales brazos evitaron que mi cuerpo cayera contra el suelo, y en cuestión de dos segundos estaba siendo transportada a gran velocidad lejos de allí.
—¡Deprisa! – escuché la voz de Evan gritándole a los chicos muy cerca de mi oído. Su voz preocupada se dulcificó para mí. – Voy a sacarte de aquí. –
En todo el tiempo que nos habíamos conocido, como su ninfa y como Victoria, nunca le había escuchado tan apurado con respecto a mí, como si realmente estuviese preocupado. Y podía entenderlo. Aquel despliegue de poder, aquella exhibición, me había agotado, dejándome al borde de la inconsciencia. Lo intentaba, luchaba desesperadamente por no dejarme arrastrar hacia esa zona oscura que me apartaría del presente, para dejar la seguridad de todos nosotros en sus propias manos. Si sucumbía, si cedía a la oscuridad, ya no podría protegerlos, ya… ¡qué estúpida!, consciente o no tampoco podía hacer gran cosa, mi pila estaba vacía.
—¿Qué le ocurre? – fue la pregunta que jadeó Angell mientras corría a nuestro lado.
—Ha sido demasiado para ella. – respondió Evan. Sentí sus brazos apretándose un poco más sobre mí, como si tuviese miedo de que esas palabras significaran que iba a perderme de nuevo.
—Solo necesito descansar. – intenté aplacar su miedo, pero mi débil voz no es que consiguiese precisamente ese efecto.
—Ahorra energías, Victoria. – escuché las puertas de un coche abrirse, y a Evan intentando meternos a ambos dentro sin soltar su agarre sobre mí. Complicado, pero él lo hizo.
—Puede que necesite esto. – la voz de Argus llegó desde el exterior del vehículo. Pude ver como sostenía en su mano el amuleto que me había pertenecido en el pasado. Su rostro no solo mostraba la preocupación por mi estado, sino el miedo a ser rechazado. Evan apretó los dientes, sopesando si era prudente aceptar no solo el objeto, sino la presencia de Argus entre nosotros. Sus ojos me miraron un par de segundos, y pude apreciar el momento en que mis necesidades pasaban por encima de todo lo demás. Tendió su mano hacia Argus y este le dio el medallón aliviado.
—Sube. – Argus corrió hacia para dar la vuelta al vehículo y meterse en el asiento del acompañante. Noté el peso del medallón sobre mi pecho, y después vi como Evan pasaba la sujeción por mi cabeza. Sus dedos se demoraron un poco más sobre mi pelo, deslizándose hasta mi mejilla. Sus ojos me acariciaban con devoción, amor. – Vamos a cuidar de ti, Victoria. Te pondrás bien. –
—Viky. – sus cejas se fruncieron confundidas. – Llámame Viky. –
—Viky. – sus labios acariciaron mi nombre con una sonrisa. Una fuerte sacudida lanzó mi cuerpo hacia arriba, haciendo que los brazos de Evan me aferraran más fuerte. – Tranquila, no permitiré que te ocurra nada. –
—Lo sé. – sabía que aquellas palabras eran ciertas, más allá de una simple promesa.
—¿Vas a besarla de una vez? – Los ojos de Evan buscaron los de Angell al otro lado del espejo retrovisor, y pude distinguir como los músculos de su mandíbula se contraían para formar una sonrisa. Los ojos de Evan volvieron a mí, como si aquel gran secreto, que todos conocían, le hubiese liberado.
—Si. – su cabeza bajó hacia mí, para que su boca tomase posesión de la mía. Su beso fue diferente esta vez. Nada que ver con aquel que yo le di para darle mi vida, nada que ver con aquel desesperado intento de decirme cuanto me necesitaba cuando vino a buscarme al entremundos. No, aquel beso, era una declaración de que me amaba, de que me había recuperado, y de que había llegado el momento de compensar todo el tiempo que habíamos perdido. Aquel beso me dijo que me quería, y que, si nuestras almas ya estaban entrelazadas, había llegado el momento de dar el paso hacia la parte más carnal de esa relación. Se acabó el amor platónico que me había profesado siempre, se acabó esconder los sentimientos que llevaba dentro. Bienvenido amor humano, bienvenido el “nosotros, aquí y ahora”. Y con su sabor en mi boca, la inconsciencia me alejó de él.
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