Todo a mi alrededor parecía en pausa, ya saben, como cuando pulsas esas dos barritas verticales en el reproductor de video. Pero no solo era eso. Mi percepción del entorno era diferente, no sé cómo explicarlo de una manera científica. Era… como si de repente me hubiesen puesto gafas y descubriera que las había necesitado siempre. Como pasar de una vieja televisión, a la alta definición. Si mi mirada se deslizaba hacia lugares oscuros, mis ojos se ajustaban rápidamente para ver mejor lo que había allí. Pero lo más llamativo, era la percepción que tenía sobre el agua que me rodeaba, como sentía su movimiento, su volumen, su pureza, su llamémoslo mezcla, ya saben, como las personas. Somos un 70% agua, y yo podía apreciar esa parte de forma…diferente.
Lentamente, el movimiento empezó a desarrollarse a mi alrededor, como si el tiempo se restaurara gradualmente para alcanzar el ritmo apropiado, hasta ser normal. Era como ver una película a cámara súper lenta, que iba tomando velocidad.
—…Uno de esos terremotos que sacuden esta zona de vez en cuando se llevó la pared. – informó Argus. Su mirada se volvió hacia mí, y se quedó congelado. Y no, no era el tiempo otra vez, era por propia voluntad. Había visto algo en mí que… su rodilla se dobló para hacerme una profunda reverencia. — Mi señora. – no tenía ni idea de qué había visto para advertir el cambio, pero no iba a corregirle, porque era cierto. Su ninfa había vuelto
—¿Qué ocurre? – preguntó Agneta a mi espalda. El rostro de Argus se alzó para contemplarme extasiado.
—Ella ha vuelto. – sentenció Argus.
—¿Cómo…? – el resto de la pregunta se quedó en la garganta de Agneta, porque mi cabeza se había vuelto para observarles a todos. Sus rostros estaban sorprendidos.
—Sus ojos…han…han cambiado. – dijo uno de los hombres de Schullz mientras aferraba con más firmeza algo dentro de uno de sus bolsillos. Un detalle que en otra vida habría pasado por alto, pero no en esta ocasión, no después de ver tanta película de acción. Lo reconozco, siempre me han gustado ese tipo de películas, con tipos duros y tramas envolventes.
—Son azules. – dijo el abuelo. Así que era eso. Mis ojos siempre fueron de un marrón común. Tardaron un par de minutos en hacerse a la idea, y la primera en reaccionar fue Agneta.
—Cura a mi hijo. – deslicé mi mirada hacia Cort, que me observaba atento, tal vez algo esperanzado por primera vez en aquel viaje. Volví el rostro hacia Argus.
—Traerlo a la pila. – no necesitaron preguntar a qué lugar me refería, porque mis pies se encaminaron a una pequeña pileta horadada en el suelo, resultado de miles de años de desgaste, donde el agua se acumulaba creando una especie de bañera natural.
Las ruedas de la silla de Cort chirriaron mientras lo sacaban de ella, y entre dos hombres lo depositaban en el agua, dejando que mi regazo hiciese de almohada para su cabeza. Habían retirado los aparatos respiratorios, dejando la mascarilla, quizás por si era necesario volverle a conectar con celeridad. Sus ojos me observaban con veneración, igual que cientos de años antes lo hicieron los de Evan, los de Arión, los de todos y cada uno de los miembros de mi familia de descarriados. Esperanza, eso es lo que había en el corazón de Cort.
Mis dedos jugaron con el agua en el que su cuerpo estaba medio sumergido, mientras dejaba fluir toda mi energía sanadora en ella. Su atrofiada mano comenzó a perder la rigidez, sus articulaciones recuperando lentamente la flexibilidad. Mis dedos abandonaron el agua, para retirar la mascarilla de su rostro. Nadie decía nada, tan solo escuché un sonido estrangulado que brotó de la garganta de Agneta. Recogí agua en mi palma, y la acerqué a la boca de Curt.
—Es mi regalo. – el pequeño hilo de agua penetró en su boca, despertando a su paso las partes de su cuerpo que se habían rendido. Sentí como cada célula sanaba, como recibía el regalo de la vida. Su mano, totalmente funcional, se alzó para tomar la mía.
—Gracias. – su voz clara, algo diferente, intentó transmitir la gratitud que estaba impresa en sus brillantes ojos azules. Ahora de un color más intenso, más brillante. Los músculos de su rostro, ahora firmes, mostraban unas facciones hermosas, aunque masculinas.
—¿Cort? – Agneta estaba impaciente por comprobar si la curación de su hijo era real, pero aún estaba debatiendo interiormente si lo que veía era real, o si simplemente era una treta de su imaginación, que la hacía ver lo que deseaba.
—Estoy bien, madre. – Cort se puso en pie por sus propios medios, quizás algo vacilante en un principio. Y después, me tendió la mano para que yo me pusiera en pie también. Su sonrisa era sincera, agradecida, limpia.
—¡Santa Madre de Dios! – uno de los hombres del fondo se santiguó con fervor, mientras sus ojos seguían clavados sobre mí, asombrados y asustados por el milagro que acababa de presenciar.
—Maravilloso. – la voz del abuelo hizo que todos lleváramos nuestra atención hacia él. Sus ojos brillaban felices, pero su sonrisa, aquella peculiar sonrisa me mostró la verdad que había ocultado a todos, y que sabía iba a revelarse en aquel momento.
—Cort. – Agneta intentó dar un paso hacia su hijo, que permanecía de pie a mi lado, como asumiendo y acostumbrándose al cambio obrado en él. Pero Schullz la retuvo por el brazo. – ¡Suéltame!, quiero ir con mi hijo. –
—Todavía no Agneta. – sentenció su padre. Su sonrisa había cambiado, sus labios seguían sonriendo, pero ahora era otro tipo de “alegría” la que los moldeaba. —Ahora es mi turno. –
—¿Papá?, ¿qué…? –
—Creo Agneta que tu padre no te ha contado todo, ¿verdad señor Schmidt? – El viejo sonrió con suficiencia, al tiempo que su hija lo miraba incrédula.
Pero aquella no era la única sorpresa que llegaría en aquel mismo instante. Desde el enorme agujero en la roca, dos cuerpos entraron rápidamente, con la fuerza que solo podía darles el estar suspendidos de una cuerda al otro lado de la gruta, colgados a decenas de metros de ninguna parte. Los hombres de Schullz apuntaron con sus armas a los dos intrusos, descuidando su retaguardia, desde la que fueron sorprendidos por otros dos hombres más. El cuerpo de Evan se interpuso de nuevo entre los codiciosos intrusos y mi persona. Aquella disposición, se parecía tanto a la de tanto tiempo atrás, que parecía estar sufriendo un “deja vu”. Evan a mi frente, Angell a su lado, Argus y Cort en mis flancos. Eryx y Arión apuntando con sus armas a Schullz y los tres hombres que permanecían en la gruta…
—¿El resto? – preguntó Evan.
—Fuera deservicio. – informó Arión.
—¿Qué está ocurriendo aquí? – quiso saber Cort.
—Que el medallón que me entregaste no era una reliquia que heredaste, ¿verdad, Dieter? – intervino Argus. El viejo alzó la mano para que todos viésemos el dispositivo que tenía en ella.
—No, más bien fue un souvenir que me llevé conmigo como recuerdo de mi última visita. –
—Tú sabías que era real, ¿verdad?, por eso me apoyaste cuando todos los demás me llamaron loca. – le acusó su hija.
—Tú estabas tan desesperada como yo por encontrarla, Agneta, no intentes descargar tu parte de culpa sobre mí. Pero he de reconocer que te manipulé, te usé para que Argus no sospechara de mí, de mis intenciones reales. – todo tenía sentido, con Cort y Agneta como actores principales del drama, el abuelo sería un actor secundario en el que casi nadie se fijaría. Volví el rostro hacia Argus, para encontrar esa misma expresión de haber sido traicionado. Podía imaginar lo que había en su cabeza. Lo habían engañado, dos veces, y de alguna manera, había sido la misma persona. El paso de los años había borrado los rastros que podían haber delatado la identidad de Schmidt, pero, aun así, le puso una gran cortina delante para que no le viera.
—Así que no estabas aquí por mí, sino por ti. – el dolor fluía junto con las palabras de Cort. Defraudado por aquel que creía que le quería. Eso rompería el corazón de cualquiera.
—Ya tendrás tiempo para lamentarte de eso después, esta vez le has hecho un quiebro a la muerte. Y si no te importa, como he dicho antes, es mi turno. –
—Esta vez no. – Evan dio un paso adelante, apuntando con su enorme arma hacia el viejo.
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