Luka
El error de César fue el mismo en el que cae la mayoría de tipos como él; subestimar a tu adversario. Incluso un niño de tres años puede matarte, solo tiene que apretar el gatillo cuando tu estás en el punto de mira del cañón de su arma. Creer que yo estaba borracho le dio la confianza de que podía ganarme con facilidad, pero se equivocaba en ambas cosas.
Observé su rostro pálido mientras peleaba por respirar. El golpe había sido en el lugar correcto y con la fuerza necesaria para enviarlo al hospital. Solo necesitaba…
—¡Apártense! —gritó el acompañante de Cesar mientras se acercaba a él. Por mucho que lo intentase, César no podría sacar fuerzas para levantarse, y le costaría respirar por un buen rato. Es lo que se llama vulgarmente cortarle la respiración, aunque con un extra de mi propia cosecha.
—¡Levántate! —Le ordené desde mi puesto de observación en mitad del ring. Solo necesitaba un poco de presión extra para que desease huir de la pelea y del contrincante que ahora sabía que era demasiado peligroso para él.
César aferró con fuerza la camisa de su amigo, suplicando con la mirada, ya que no podía hablar. Respirar se llevaba en ese momento todos sus esfuerzos.
—¡Necesito un médico! —gritó el amigo de César a su espalda. Dudo que tuvieran uno cerca al que echar mano. Es más, contábamos con ello.
—Yo soy enfermera. —Dafne se acercó al ring, y le facilitaron el acceso al paciente a revisar.
Después de tocar en los puntos que sabía más le dolerían, alzó la cabeza para dar un veredicto.
—Es posible que una costilla haya perforado la pleura. Tiene que ir a un hospital con urgencia o morirá asfixiado. —Nada como tener por delante una muerte agónica como para que el propio paciente empeore su situación. Una hiperventilación tiene síntomas que pueden confundirse con una perforación de la pleura, como el mareo, la sensación de no poder tomar aire, y si además le sumábamos la incapacidad de pensar claramente, teníamos todo lo que necesitábamos.
—Tú nos acompañas. —El amigo de César estuvo rápido al aferrar a Dafne por la cazadora, evitando que la ayuda médica escapase. Después hizo un gesto a sus acompañantes, para entre todos tomar a César y llevarlo en volandas hacia la salida.
No necesitaba salir fuera para saber que lo meterían en un coche y volarían al hospital. Y ahora piensen, ¿a qué hospital? Había dos opciones saliendo de aquí, y la más cercana no era la que más les convenía, así que irían al Altare. ¿Por qué sabía que irían al hospital de la familia Vasiliev? Pues porque todos los delincuentes de la ciudad sabían no solo que era el mejor de la ciudad, sino porque atendía a muchos “fuera de la ley” sin hacer preguntas, y lo más importante, sin informar a la policía. Lo idóneo si no quieres que nadie sepa que te has lesionado en una pelea ilegal.
Que el Altare fuese su destino nos venía muy bien, no solo porque estuviese gestionado por la familia Vasiliev y el personal nos fuese leal, sino porque tenía unas extraordinarias medidas de seguridad, dado el número de gente con enemigos que aprovecharían cualquier momento de vulnerabilidad para atacarles. Nadie del grupo de César podría meter un arma en aquel edificio.
—Vámonos de aquí, hermano. —Rechacé su agarre todavía metido en mi papel.
—¡No!, quiero que pelee. —Di un paso hacia César, lo que provocó que lo moviesen con más celeridad.
—Tranquilo Ruso Negro. Has ganado. —El organizador de la pelea alzó mi brazo como ganador, haciendo que la gente gritase emocionada.
—Dame su dinero, me lo llevo de aquí. —le apremió Grigor. —Vámonos de aquí, hermano, hoy ya has peleado suficiente.
—No, quiero destrozar a otro. —farfullé. El organizador abrió los ojos asustado. Nada peor para el negocio que romper a más de un luchador una misma noche.
—¿Qué te parece si cogemos ese dinero y le compramos algo bonito? Seguro que a ella le gustará que le lleves un ramo de flores. —sugirió Grigor. Era el pie para mi salida. Esbocé un gesto dolido y abatido, con una leve pizca de esperanza, tal y como lo haría un borracho enamorado que había discutido con su chica.
—¿Tú crees? —Le aferré por el hombro con brusquedad.
—Oh, claro que sí. A las chicas les gustan las flores. —aseguró Grigor, mientras buscaba con la mirada la confirmación del organizador.
—Eh, claro que sí, campeón. Con esto podrás comprarle media floristería. —Sacó un fajo de billetes de su bolsillo y se lo entregó a Grigor.
—Tengo tu dinero, hermano, vamos a por esas flores. —Sonreí alcohólicamente esperanzado.
—Sí. —golpeé su hombro y luego salí del ring en dirección a la salida. Sabía que él caminaba detrás de mí.
Mientras avanzábamos entre la gente, Grigor me tendió mi sudadera. Mientras me la ponía, saqué el audífono del bolsillo y me lo coloqué disimuladamente en el oído. No tuve que esperar mucho para escuchar la voz de Chandra al otro lado.
—El teléfono de Dafne confirma que han tomado dirección al Altare. —Bien, primera parte del plan en marcha.
Salimos del edificio y nos encaminamos hacia el aparcamiento donde estaba estacionado TGV, el coche de mi hermano.
—Espero que no le hayas roto nada, o nos quedamos sin diversión. —bromeó Grigor. Le dediqué una mirada asesina.
—Solo he roto su ego, Grigor. Sé muy bien dónde golpeé, y todo era zona blanda. —Nada como un uppercut para meterle el estómago bajo las costillas.
Entré en el asiento del acompañante y empecé a rebuscar en unos de los compartimentos para encontrar unas tijeras con las que cortar las vendas de mis manos.
—¿A quién se le ocurrió lo de comprarle flores a tu chica? —preguntó Chandra con voz divertida en mi audífono.
—A Dafne, pero si no te gustan las flores puedo comprarte bombones. —Mi respuesta dejó la línea en silencio. Sabía que estaba analizando lo que acababa de decirle, ella era “mi chica”.
—Trae aquí. —Grigor estaba detrás del volante, y había girado su asiento para quedar frente a mí. Cogió las tijeras y empezó a cortar, mientras TGV avanzaba por el asfalto en dirección al Altare.
—Si es mucho dinero prefiero un fin de semana en un spa, ya sabes; masajes con chocolate, pececillos haciéndote la pedicura, una mascarilla hidratante en la cara… Yo soy más de ese tipo de regalos. —Chandra reaccionó como si todo fuese una broma.
—Queda anotado, nena. —dije con voz traviesa. Esta información la usaría en cuanto tuviese ocasión, y no sería dentro de mucho, solo tenía que resolver un par de asuntos, como eran darle su merecido a César, y ayudar a mi chica a curar la herida que ese monstruo la había dejado.
Drake
No podía dejar de mirarle el trasero a mi mujer. En cuanto le comenté lo que estábamos tramando, enseguida se apuntó. Y solo por verla metida en aquel uniforme de enfermera merecía la pena.
El mensaje de que se acercaban llegó a mi teléfono. Era hora de ponerse en marcha. Le hice un gesto con la cabeza y ella entendió. Su sonrisa traviesa me dijo que le encantaba estar allí, que echaba en falta este tipo de acción. ¿Me recompensaría por haberla traído? Mi “vecino del piso de abajo” sospechaba que iba a ser así.
Tasha ocupó su lugar junto a la puerta de entrada a las urgencias. En cuanto la comitiva de César irrumpió, el arco de seguridad se puso a pitar como loco. Los dos vigilantes de seguridad enseguida estuvieron allí para detenerlos.
—¡Nada de armas! —Gritaron al tiempo que ponían su mano sobre el mango de las suyas, no era una amenaza, era un viso.
—Traemos un posible neumotórax. —gritó Dafne. Tasha estuvo al lado del paciente para acomodarle en una camilla y empezar a empujarla, con ayuda de Dafne, a uno de los boxes. Mientras salía a su encuentro, pude ver como los amigos de César se quedaban atrás, y se hacían cargo de las armas de uno de ellos. Si no recordaba mal, aquella cara era la del primo que cocinaba la droga. Bien, dos pájaros de un tiro. El primo también iba a entrar en nuestra ratonera.
Me acerqué a César para posar mi estetoscopio sobre su tórax, haciendo un par de auscultaciones.
—Avisa a quirófano, hay que abrir ¡ya! —Le ordené a Tasha. Ella obedeció con la eficiencia de una enfermera experta, mientras yo colocaba una mascarilla sobre el rostro de nuestra víctima. Abrí el regulador, y esperé esos segundos eque el gas empezó a hacer efecto. Pronto perdería la consciencia.
—Nos esperan en el dos. —dijo Tasha mientras entraba de nuevo en el box.
—Bien, nos le llevamos. —Entre los dos empujamos la camilla hacia la zona de ascensores, bajo la atenta mirada del primo de César y una satisfecha Dafne. Ella se encargaría de él. El plan era llevarlo a la sala de espera, donde esperaría información de los médicos sobre la intervención de César. Eso nos daría unas cuantas horas para trabajar con él. Yo mientras tanto prepararía algo para el “cocinero”. ¿Por qué contentarte con uno, si dos podían darte mucha más información?