Dafne
Mientras me duchaba repasé mentalmente todo lo que tenía que hacer. Después de la cena, que sería la última con Grigor, él me llevaría a casa y nos despediríamos. Recogería mi kit de emergencia, saldría a la calle, robaría un coche cualquiera y saldría como un rayo de allí. Eso sí, me cercioraría de que Ivan ni ninguno de sus ojeadores me estuviese vigilando.
No había otra opción, era la única manera de salvarnos a ambos. ¿Dolería? Su corazón sanaría, estaba segura de ello. Era joven, y con el tiempo esa herida se curaría. Yo… atesoraría los momentos que había vivido con él el resto de mi vida. Pero daba igual lo que yo sintiera, lo importante es que él siguiera vivo, yo no importaba. A fin de cuentas, solo era un peón que tenía los días contados, alguien a quién olvidaría con el tiempo.
Sentí un pequeño espasmo en mis hombros. Ya no podía negar lo evidente, que hasta los monstruos lloran.
—Dafne, te dejo la ropa aquí fuera, sobre el banco. — Como si tuviese miedo de que él viese mis lágrimas, pasé rápidamente la mano por mis ojos. Era imposible, porque el agua que resbalaba desde mi coronilla se estaba encargando de llevárselas.
—Gracias. Enseguida estoy. —Esperé hasta que escuché la puerta cerrase para cerrar el agua.
Me sequé con la toalla que había dejado en el gancho exterior, y después salí envuelta en ella hacia la zona del vestuario. Allí, perfectamente doblada sobre el banco, pegada a mi mochila, había un montón de ropa. Una sudadera, unas mallas de esas elásticas que usan los deportistas, y una camiseta de algodón de manga corta. En un vestuario tan grande y vació, tenía tanto frío que me lo puse todo. Las mallas se ajustaron a mis piernas con facilidad, la camiseta era tan larga que me llegaba a medio muslo, y la sudadera algo parecido, aunque recogiendo las mangas hasta mitad del antebrazo, podían pasar. Lo que no quería era probar la capucha, porque seguramente me comería la cabeza entera. Instintivamente inhalé el olor de la prenda, buscando entre el perfume del jabón la esencia de Grigor, y de alguna manera, allí estaba. Sentirme rodeada por él me reconfortó, era como si de alguna manera me abrazara.
Grigor
Limpié y acondicioné la mesa del despacho para convertirla en una mesa de restaurante; un mantel improvisado con una toalla, servilletas de papel, los recipientes en cada puesto junto con los cubiertos si los traían, y al frente la bebida. El helado estaba en su contenedor de frío, y un par de tazas de café con sus cucharas esperando para verterlo en ellas. Es lo que había. Mi principal opción era haber cenado en su casa, pero la idea de hacerlo en un lugar especial como lo era la palestra surgió así de repente, así que simplemente improvisé. Lo sé, soy una mierda de novio, esto no se hace en San Valentín si quieres impresionar a una chica.
Encontré una de esas velas que mamá me regaló para disimular el olor a sudor, unas de esas que dejan flotando en el ambiente un delicioso olor a miel. La encendí y la puse en el centro de la mesa. Bajé la intensidad de la luz y puse algo de música suave, una emisora local creo.
El sonido del motor de la polea llegó hasta mí, avisándome de que alguien estaba subiendo por la cuerda de ascenso. A la oficina solo se llegaba de dos maneras, o por la pasarela que comunicaba con la pista principal, o por la cuerda de ascenso. Era un sistema sencillo, algo que se nos ocurrió para subir los muebles y el material de construcción para las reformas de la vieja cabina de control de la grúa para hacerla habitable. Teníamos electricidad, espacio y grandes ventanales, lo que nos estaba costando, y mucho, era poder llevar el agua y sobre todo, el asunto de los desagües. El despacho apenas ocupaba tres metros cuadrados, y contaba con un microondas, un dispensador de agua y una pequeña nevera por si nos atacaba el hambre mientras trabajábamos.
Poner un par de camas separadas por una pared de pladur fue fácil, pero el aseo y una ducha… Drake nos había sugerido el utilizar un captador de agua de lluvia y almacenarla en un tanque en el tejado. Rellenarlo con un pequeño motor nos garantizaba el estar surtidos. El desagüe de las aguar residuales… Para eso estábamos todavía valorando distintas opciones. El resultado era que tenía una cama donde dormir, pero no tenía un sitio donde hacer mis necesidades si por ejemplo me levantaba a media noche o para el alivio de la mañana. Y como que no me parecía nada cómodo el tener que salir corriendo hacia los vestuarios de la parte inferior para hacer esas cosas. Puede que en más de en una ocasión no nos diera tiempo a llegar. Así que la cama estaba allí para alguna que otra siesta fortuita, pero para nada más. Aunque esta noche… Recé a mis ancestros para que me concedieran ese deseo. ¿Desesperado? Totalmente.
Estaba parado frente al agujero por el que subiría la persona enganchada a la cuerda. Era algo sencillo que tendríamos que cambiar; una cuerda con algunos nudos, que dejaban unos huecos donde insertar ambos pies, o uno si te sentías valiente. Agarrando la cuerda con una o ambas manos, como he dicho dependiendo de la fuerza y el valor, el motor tiraba de ti hasta subirte a la plataforma. Un pequeño paso, y ya estabas en ella. El motor pudo con todos los muebles, por lo que subir a dos personas tampoco sería problema.
Cuando tuve a la vista a Dafne, mis manos picaron por atraparla antes de que llegara. Necesitaba que estuviese segura, y mis brazos cuidarían por su seguridad mejor que una cuerda. En cuando el motor se detuvo, antes de que ella sacara el pie del estribo, mi mano ya estaba a su espalda para ayudarla acercándola a mí. Mmmm, esta era una buena excusa, tenía que usarla más veces.
—Te tengo. —Mi voz salió casi en un susurro, pero es que ella estaba tan cerca que no era necesario hablar más alto. Casi podía sentir el calor de su respiración en la piel de mi cuello.
—Gracias. —Prefería cobrármelas, así que la di un beso rápido.
—Un placer. —Antes de que se sintiera incómoda, y porque el sitio no era el mejor para detenerse para charlar, la arrastré hacia una parte más segura. La puerta estaba abierta, así que entramos al despacho, yo detrás de ella.
—Vaya, te ha quedado un ambiente muy bucólico. —Preferiría la palabra romántico, pero bucólico también me servía.
—He hecho lo que he podido. —Sentí un beso en mi mejilla.
—Pues te ha quedado muy bien. ¿Nos sentamos? Estoy muerta de hambre. —Eso era lo que me gustaba de ella, nada de espavientos exagerados, nada de drama, solo una observación sincera desde el corazón. Ella no era de esas que parecen salidas de una película de cine mudo, nada de teatro. Daba las gracias cuando había algo que agradecer, te decía que algo era bonito cuando así lo sentía, no se escondía detrás de fórmulas estándares o protocolos de actuación. A veces parecía como si tuviese un filtro que contuviese sus sentimientos, eso me daba por pensar en el tipo de pasado que había tenido, en si le habían obligado a ser así, a no mostrar efusividad, a esconder lo que sentía.
Casi comimos en silencio, otra costumbre que había notado en ella. ¿Sería eso un síntoma también de su pasado? ¿Querría decir que cuando comía no le permitían hablar? ¿o tal vez tenía un tiempo para hacerlo, y si se distraía hablando lo perdía de comer? Una vez le escuché a mamá decir eso de “oveja de bala, bocado que pierde”, que significa que si pierdes tu tiempo en hablar en la mesa, no estás comiendo. No sé dónde había oído, que en algunos orfanatos del tercer mundo, el que es más rápido comiendo es el que sobrevive, porque come más que los demás.
Después de cenar, llené las tazas con el helado, y le di a Dafne la suya. Como imaginaba, admirar el paisaje desde el enorme ventanal la había atrapado. Y entendía por qué, desde allí, uno parecía estar por encima de todo; las personas, los problemas incluso del tiempo. La luz de la luna se filtraba por los ventanales del techo de la nave, fundiéndose con las luces de la ciudad, dándole al interior de la palestra un aire etéreo, como un bosque apacible y encantado. Definitivamente, esta no iba a ser la última vez que cenara aquí. Y si era posible, tendría a mi duende al lado.
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