Avalon
No quería mirar, pero seguro que las respuestas que estaban en mi cabeza estaban en internet. Solo tenía que poner las palabras correctas, y aparecería toda la información que me moría por saber. Cerré el buscador en mi teléfono y me centré en las personas que estaban sentadas al otro lado del pasillo. Bianca estaba recostada en su butaca, mientras Hana dormitaba encima de su pecho. Es lo que tienen los biberones, que los carga Morfeo, o eso decía mi madre. Y si además le sumas esa caricia con la que pasas tu mano sobre su espalda con lenta cadencia, es imposible que el bebé aguante con los ojos abiertos. Antes de terminar todo el contenido de su biberón, Hanna ya se había quedado dormida.
Sentado a su lado, Santi seguía rebuscando en su Tablet qué podía darle de comer a un bebé de siete meses. El muy bruto quería darle a probar todo lo que él comía. Con un “¿Y si lo trituramos?”, se creía que valía. Hay alimentos que el sistema digestivo de un bebé no tolera, como las especias y salsas de esta zona, ni la grasa, ni los aditivos, y mucho menos por una gran cantidad de sal. Menos mal que Bianca se negó a dejarle hacer. Hombres, con un bebé no se experimenta.
Al menos ellos dos habían encontrado algo que hacer con su tiempo muerto, ya saben, el que pasas en un avión sentado viendo una mierda de película en una pantalla minúscula. Bianca tenía un bebé cuyo sueño vigilar, Santi investigaciones gastronómicas con niños, y yo… Yo seguía dándole vueltas a cómo diablos habíamos conseguido un pasaporte y los visados para Hana en tan poco tiempo. Cada vez que lo pensaba, más convencida estaba de que la amiga de Adrik había metido la mano en esto. En un mundo digital, todo se podía manipular si sabías como, y estaba claro que ella era buena en este terreno.
En fin, cerré los ojos tratando de rememoran todo lo que había visto en los laboratorios que había visitado en la India. El que más me había llamado la atención fue el que Drake incluyó en mi lista. Es asombroso lo que se puede conseguir mezclando biología y tecnología. ¡Una impresora de tejidos! El laboratorio le suministraba el compuesto base con el que confeccionar la estructura de la piel, y según él me dijo, solo tenía que construir la pieza que deseaba con una micro impresora en tres dimensiones. Luego solo había que transferir el ADN del paciente receptor a la estructura, y se procedía a la implantación del producto en el receptor.
Sonaba a ciencia ficción, pero parecía que habían encontrado la manera de hacerlo viable. Me moría de ganas de preguntarle más sobre todo el proceso, sobre todo ahora que tenía una potencial paciente con la que trabajar.
Giré la cabeza para mirar de nuevo a Hana. Estaba decidida a fabricarle una nariz nueva, una que no solo la ayudase a integrarse entre los otros niños, sino que además fuese funcional y perfecta. No quería que su cuerpo la rechazase, ni que tuviese que sufrir incontables operaciones, y mucho menos que ella acabase odiándola. Le construiría una nariz perfecta, una bonita.
—Disculpe. —Una voz masculina me hizo girar la cabeza hacia arriba. Había un hombre de unos 29 o 30, alto, moreno, y de unos ojos azules que me recordaban… —¿Podría dejarme…? —El hombre señaló con la mirada el asiento junto a mí.
—Oh, perdone. —Pegué mis piernas tanto como pude al asiento para dejarle pasar hasta el que supuse sería su asiento.
—Yo le guardaré la bolsa, doctor. —dijo la enfermera detrás de él. No me había dado ni cuenta de que estaba allí. En mi defensa diré que no había sido la única en sentirme atrapada por aquel hombre. Los ojillos de la chica parecían brillar como los de los dibujos animados, y su sonrisa parecía estar a punto de desencajarse.
—Si la señora vuelve a sentirse mal… —dijo él.
—Le llamaré enseguida, doctor. No se preocupe. —La azafata se retiró por el pasillo.
—Siento la molestia, pero ya sabe que los médicos estamos de servicio las 24 horas. —A mí me lo iba a contar.
—Lo entiendo, no se preocupe. —Volví a tomar la libreta con mis apuntes y uno de los folletos que me llevé de uno de los laboratorios.
—¿Células madre? —Preguntó curioso mirando el esquema de mi folleto.
—Sí. Un poco de lectura para el viaje. —Le vi alzar una ceja con incredulidad.
—Perdona que te tutee, pero ¿no eres un poco joven para temas tan complicados? —Me sentí regresar al instituto, cuando mis compañeros se reían de lo poco desarrollada que estaba. Normal, es que era dos años menor que la mayoría de ellos.
—Son procedimientos modernos, pero tengo capacidad para asimilarlos, no se crea. —Si él me llamaba niña, yo podía tratarle como a un viejo.
—No quería ofenderte—alzó las manos en señal de rendición—. Tan solo me ha parecido que eras muy joven para haber terminado la carrera de medicina. Y esa investigación es algo muy reciente y pionera como para haber sido incluido en las materias habituales.
—¿Entiende de microbiología molecular?
—No es mi especialización, pero puedo seguir una charla al respecto. —Se rascó la nuca de la misma manera que hacía Adrik algunas veces, sobre todo cuando trataba de pensar en algo inteligente para salir del agujero en que se había metido. Eso me hizo sonreír.
—Doctora Bennett. Biología. —Extendí mi mano hacia él, que pareció entender mi proposición de tregua.
—Doctor Kingsdale, Leo Kingsdale. Cardiología.
—Avalon. —Sus cejas volvieron a moverse de forma curiosa.
—No hay comparación, el tuyo es mejor que el mío. —la que se sintió confundida en ese momento fui yo.
—¿El mío?
—Sí, el tuyo. Los nombres clásicos no suelen ser bonitos, pero el tuyo sí que lo es. —Su boca dibujó una sonrisa de dientes perfectos. ¡Dios!, en este hombre todo parecía ser hermoso. ¿Estropearlo con un nombre feo?
—Leo no es feo.
—Leónidas. —ÉL se inclinó hacia mí para susurrarlo muy cerca de mi oído. —Leo es la abreviatura. Pero no suelo utilizar mi nombre de pila, salvo que sea absolutamente necesario. —Sonrió divertido.
—Ahora entiendo. —Correspondí a su sonrisa.
—¿Así que trabajas en Delhi? —Señaló el folleto en mis manos.
—No, solo me estaba documentando. Yo estoy en un laboratorio en Chicago. ¿Y tú?
—Dejé que me liaran en un proyecto de médicos sin fronteras, así que me he pasado mis vacaciones en un hospital casi sin recursos, asfixiándome por el calor pegajoso, y peleando con ratas y mosquitos para tener un momento de paz.
—Así que no piensas repetir. —deduje.
—El próximo año estoy aquí. —dijo con una sonrisa. Era difícil encontrar a un hombre guapo tan comprometido, y encima cardiólogo. —Tengo que aprovechar ahora que me dejan. —No quería preguntar por qué sería eso. ¡Qué demonios! ¡Claro que quería!
—¿Tu pareja? —Cabía la posibilidad de que fuese gay. La de veces que he encontrado chicos guapos que lo eran, y como soy políticamente muy correcta, me curé en salud.
—No tengo novia, este trabajo no me deja tiempo para dedicarle a otra persona. Pero supongo que si aparece la adecuada, sacaré ese tiempo de donde sea. — ¿Por qué me estaba sonriendo? ¿No estaría insinuando…? ¡Oh, señor! Avalon, cálmate. Este hombre es un seductor.
Vale, era guapo, simpático, y seguramente no tendría problemas de dinero en su vida, pero… no era Adrik. ¡Mierda! ¿Por qué no podía dejar de pensar en él?
—Sé lo absorbente que puede ser este trabajo. Estas son mis primeras vacaciones en… Ya ni lo recuerdo.
—¿Vacaciones y visitas laboratorios? Sí que tienes un problema. —Sonrió al decirlo, pero no me enfadé por ello, tenía razón.
—Lo sé, no tengo mucha vida social. —Sabía que estaba arrugando mi nariz al decirlo, pero no me importaba.
—Hagamos una cosa. Si volvemos a encontrarnos, iremos a tomarnos una copa, juntos.
—No tolero bien el alcohol. —Al menos eso decían mis últimas experiencias.
—Una copa sin alcohol. Bueno, no es lo mismo, pero tendrá que servirnos. ¿Tenemos un trato? —Extendió su mano para que lo cerrásemos. Ni siquiera lo pensé. ¿Cuántas oportunidades teníamos de volver a encontrarnos?
—Trato. —Leo sacudió mi mano con firmeza.
El viaje de vuelta a los Estados unidos se me hizo muy ameno con él a mi lado, creo que ninguno de los dos dormimos demasiado. Antes de bajar del avión, no solo nos intercambiamos el teléfono, sino que nos prometimos vivir un poco más. Ojalá pudiese cumplir esa promesa; menos trabajo y más actividades divertidas.
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