Chandra
Decir que estaba enfadada era excesivo, sobre todo porque entendía perfectamente las razones por las que no estaba en mitad de todo el jaleo, pero no estaba demasiado contenta. Se suponían que no debía estar cerca de Luka, ni siquiera en el local, por si acaso el degenerado de César me reconocía y se olía qué había gato encerrado. Pero no podía evitar sentirme excluida de mi propia misión. Volver a estar detrás de un teclado de ordenador era como volver al pasado, a la antigua yo, la que estaba lejos del peligro.
Pero yo ya no era esa persona, había pasado por el infierno de aquellos que conocen el otro lado de la realidad, los que saben que el peligro acecha en cada esquina, agazapado, esperando su momento para atacarte. Yo antes no era más que una simple observadora, pero aquella noche me convertí en el personaje en el que todos temen convertirse.
Observé otra vez la imagen de Dafne en el monitor de mi derecha. Ella sí que sabía moverse por este mundo de oscuridad sin que nadie la tomase por una posible víctima. Con aquella peluca negra al más puro estilo francés, con aquellas botas de motorista y aquella cazadora de cuero, nadie se atrevería a ponerle una mano encima sin esperar a cambio un buen golpe. Era la auténtica representación del peligro sexy, de la tentación envenenada que todo tipo que se mueve por este tipo de lugares mira pero no toca. Ella no desentonaba, ella parecía haber sido cocinada en aquella salsa picante de lo prohibido, de lo ilegal.
Y sentí envidia, porque yo nunca sería como ella, aunque lo intentase con todas mis fuerzas. Yo no era más que una aficionada. Ni tan siquiera eso. Yo era una niña buena que se disfrazaba para parecer mala; era patética.
El reconocimiento facial localizó a César adentrándose dentro del local, haciendo de todas las alarmas se pusieran en rojo. Era lo que habíamos estado esperando durante dos semanas de infructuosos intentos por coincidir. Trabajábamos con rumores, con predicciones, pero nada garantizaba que aquel salvaje apareciese cuando queríamos que lo hiciera. Pero allí estaba, por fin.
—Prevenidos, el zorro ha entrado en el gallinero. —advertí a mis compañeros.
—Bien. —dijo con voz excitada Dafne. Esa palabra podía pasar inadvertida entre el barullo de gente a su alrededor sin hacerla parecer una loca que habla consigo misma. Hollywood nos ha engañado demasiado. Si ves a alguien hablando solo, ya sabes que algo trama.
—Lo haré. —La voz de Luka llegó a mí clara, con aquel matiz decidido y atormentado que me seguía fascinando después de tanto tiempo.
Pero sus palabras no iban dirigidas hacia mí, si no al tipo que llevaba la inscripción de contrincantes. El tipo había estado animándole para que se uniese a las peleas, pero Luka no parecía encontrar a un púgil aceptable con el que medirse. No es que el que faltaba por entrar fuese el mejor, o el más difícil, pero eso al tipo que tenía delante le daba igual.
—Estupendo, iré a comunicar el cambio al organizador.
—¡No!, espera. —intentó detenerle Grigor. —No puedes subir ahí, hermano, no estás en condiciones. —Luka cabeceó como si su cabeza pesase.
—Estoy bien. —intentó zafarse. —Diles que subiré. —El tipo sospechaba que Luka había bebido, pero eso le daba igual. El Ruso Negro tenía fama de imbatible, y contar con esa información, podía significar una buena suma en las apuestas. El Ruso Negro no solía perder, pero si estaba borracho…
—Hora del espectáculo. —Escuché a Grigor susurrar en el oído de Luka. Este empezó a adentrarse en el improvisado ring, mientras se quitaba la sudadera. Grigor fingió darse por vencido y empezó a vendarle las manos.
Como esperábamos, los dos púgiles de la siguiente pelea empezaron a quejarse, ninguno de los dos estaba tan loco como para enfrentarse al Ruso Negro, solo los desesperados o los demasiado seguros de sí mismos se atrevían a enfrentarse a él. Aunque también estaban aquellos que iban pasados de drogas, esos se sentían invencibles.
—Lo siento chico, esta vez no va a ser posible. —Dijo el organizador pesaroso. Nuestro chico era garantía de espectáculo y dinero, pero para eso se necesitaba a un púgil que le plantase cara. Luka siempre se presentaba cuando sabía que había alguien que se atrevería a medirse a él, alguien con el que enfrentarse en una buena pelea. Pero en esta ocasión habíamos escogido a dos luchadores que sabíamos no estaban a su nivel.
—Es que nadie quiere pelear conmigo. —gritó Luka para que todo el público lo oyese.
—Vámonos de aquí, hermano. Hoy no vas a pelear. —Grigor trató de arrastrarlo fuera del ring.
—¿Nadie? —gritó Luka mientras se zafaba del agarre de Grigor. Su movimiento fue algo inestable, dejando entrever que había bebido más de la cuenta.
—Yo lo haré. —El grito en respuesta a su reto llegó desde el fondo este. Como esperábamos, nuestro pez había mordido el anzuelo. ¿Qué mejor alimento para su ego que una victoria sobre “el invencible”?
Tenía que reconocer que Grigor y Luka estuvieron soberbios en su interpretación, incluso yo me creí que estaban manteniendo un rifirrafe sobre la idoneidad del estado físico de nuestro chico, y la etílica tozudez del mismo. Yo conocía muy bien a Luka, sabía que nunca se emborracharía de esa manera fuera de un lugar seguro, y mucho menos se metería en una pelea estando tan perjudicado. Podía ser un cabezota, pero no era tonto.
No perdí detalle, sobre todo de la cara prepotente de César mientras su amigo le vendaba las manos para la pelea. Cuando se quitó su cara camisa, dejó al descubierto un torso saturado de tatuajes, entre los que destacaba la gran abundancia de serpientes. Las tenía de todo tipo, desde una enorme cobra, hasta boas constrictor, y algunas de esas pequeñas y muy venenosas.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo de extremo a extremo. Si recordaría algo de aquel día, aquellas serpientes se habrían quedado grabadas en mi memoria. Con razón drogaba a sus víctimas, toda aquella exposición de tinta lo delataría con facilidad.
Luka esperó inmóvil en mitad del cuadrilátero, hasta que César estuvo listo. Cuando el pitido de inicio de la pelea resonó en el local, la gente ya hacía rato que gritaba enfebrecida. Sabían que se avecinaba una buena pelea, una que no olvidarían.
Cada vez que César lanzaba un golpe hacia Luka, mi cuerpo se sacudía, como si yo misma sintiese ese golpe. Podía ser grande, podía ser fuerte, pero César no le estaba haciendo caricias, le golpeaba con todo lo que tenía dentro, y si tengo que apostar, diría que cada vez que lo alcanzaba se envalentonaba más y volvía a lanzar el puño con más fuerza.
No podía mirar cómo le machaba, como Luka devolvía los golpes con fuerza, pero con mucha menos precisión. César sabía que su oponente no resistiría un asedio intenso como los que él solía dispensarles a sus adversarios, así que se lanzó como un demente a atacarlo.
Pero el plan de Luka, nuestro plan, es que bajase la guardia lo suficiente como para poder darle el golpe que lo derribaría, el golpe que lo enviaría al suelo y le impediría levantarse.
Apreté los puños durante todo ese tiempo, hasta que llegó ese momento. En ese instante, el puño de Luka golpeó con fuerza su pecho, enviándolo a más de dos metros de distancia de donde estaba. El impacto había sido brutal, y aunque lo estuviese viendo desde un pequeño monitor, casi percibí la fractura de sus costillas. El crujido se escuchó en mi mente, enviándola al éxtasis del placer. Pero lo que casi me hizo gemir, fue ver su rostro descompuesto deformándose por el dolor. La primera parte de mi venganza se estaba empezando a cumplir, César ya estaba padeciendo en sus propias carnes lo que era el dolor.