Dafne
Estuve toda la tarde como en una nube. Él quería llevarme a cenar, como una pareja normal de enamorados el día de San Valentín. Estaba asustada, porque nunca había tenido algo como eso, y porque sabía que sería especial para ambos, aunque él nunca imaginaría por qué. Mi yo egoísta estaba saltando de alegría por atesorar un recuerdo como ese, recordándome que había sido buena idea esperar tanto para poner en marcha mi plan de huida.
Pero los sueños se rompen cuando la realidad te golpea con dureza, y la mía era que había estado alargando esto por demasiado tiempo.
—Pero… ¿no decías que salía de cuentas a finales de mes? —Grigor sonrió mientras apoyaba sus antebrazos en la superficie del mostrador de recepción.
—Está claro que el bebé ha decidido que sea ahora. Es un Vasiliev, lo normal no van con nosotros. —Malas noticias, eran malas noticias. Mi tiempo se había acabado.
—¿Al final ha sido niño o niña? —Era una pregunta una poco tonta, pero es que no tenía la cabeza para mucho más.
—Todavía está de parto, el bebé no ha asomado la cabeza. Pero he oído por ahí que va a ser niño.
—Un niño. —Repetí distraída. Tenía que pensar…
—Mañana podemos ir a verle si quieres. Así conoces a mi prima. —Y esa era el paso por el que había estado trabajando todo este tiempo. Aquella visita al hospital era el lugar y momento que madre había estado esperando, mi misión llegaría a su fin cuando cumpliría mi última orden. Pero todo había cambiado. No me refiero a la orden, ni a los deseos de madre de aniquilar a toda la familia que pudiese, sino que el ejecutor ya no podía hacerlo. Las dudas habían crecido hasta convertirse en una negación firme.
—Eso sería estupendo. Podemos comprar unas flores antes de ir a verla. —Esa frase la tenía memorizada, era parte del plan inicial.
—Seguro que le gustará el detalle. —Un leve pitido nos hizo mirar hacia el monitor de control. Una de las cuerdas de sujeción se había quedado atascada. —El deber me llama. —Grigor se retiró para ir a solucionar el problema, dándome oportunidad de reordenar mis pensamientos.
Ya no podía aplazarlo más. Si no cumplía con la orden, no solo otro se encargaría de ejecutarla, si no que me apartarían de en medio con rapidez. Mi plan de escape y de aviso tenía que ejecutarse de forma inmediata. En cuanto el repartidor llegara esa misma tarde, le daría el paquete para Viktor Vasiliev. Al día siguiente por la mañana estaría en sus manos, justo a tiempo para ponerse en alerta, porque madre daría orden de activar el plan de repuesto en cuanto yo no hiciera mi parte, y necesitaba estar prevenido cuando esto ocurriese. Por mi parte, habría puesto tanto terreno entre todos y yo, haciendo que mi pista se perdiese. Si quería sobrevivir, debía desaparecer.
Bajé la cabeza desanimada. Iba a perder lo que tenía, pero al menos él, todos ellos, seguirían vivos. O al menos eso esperaba. Yo no podía hacer más, avisar y huir. ¿Confesar todo y unirme al lado de los Vasiliev? Todos sabemos lo que les ocurre a los espías que traicionan a los suyos. Nunca tendrán la confianza del nuevo bando, y aquellos a los que había servido le harían pagar su traición. No importaba el tiempo, tarde o temprano acabarían conmigo. Ahora solo estaba consiguiendo un poco más de ese tiempo. ¿Miedo? Realmente siempre he sabido que mi final sería ese, cuando un espía no sirve, se le elimina para que los secretos que guarda mueran con él.
Hogar, familia, amor… eso nunca formarán parte de mi vida, de ninguno de nosotros. Estos días he podido rozar algo de ello con los dedos, sentirme partícipe. Pero no es para mí, nunca lo sería. Con Grigor fingí al principio, pero me di cuenta de que esas sensaciones se estaban volviendo demasiado reales, auténticas, y por un segundo creía que podría alcanzarlas. Pero son como una voluta de humo, solo tengo que intentar atraparla entre los dedos para que desaparezca. La felicidad es un espejismo que los monstruos no podemos siquiera soñar acariciar.
Cuando esa tarde deposité el paquete en las manos del mensajero, la cuenta atrás se puso en marcha. Ya no había vuelta atrás.
Grigor
El paquete con la comida llegó antes del cierre. El helado, el mismo que tomamos en nuestra primera cita, ya estaba en la nevera de mi despacho. Solo tenía que cerrar todo, activar la alarma, y mi chica y yo tendríamos nuestra cita de San Valentín. Casi dos meses juntos, en los que no podía decir que ella me hubiese decepcionado. Dafne era un desafío continuo, una conquista sin tregua que parecía no desgastar mi ánimo, porque cada pequeño triunfo me animaba a seguir por un poco más.
—¿Todo listo para la gran noche? —Sokol no hacía más que meterse conmigo. Según él, era demasiado joven para tomármelo tan en serio. Ya me había cansado de decirle que no es cuando, si no con quién, y cuando llega, solo hay un camino. De los dos soy el más joven, pero tengo más claro que él lo que quiero, al menos en cuestión mujeres. Él está en esa etapa de “soy joven y es el momento de disfrutar, sin ataduras”.
—Sí. ¿Tú no tienes planes? —El sacudió los hombros para quitarle importancia.
—Puede que me pase por el hospital a ver a mi sobrino.
—Tasha estará agotada, no creo que agradezca una visita tan pronto.
—He dicho mi sobrino. Sus padres pueden roncar todo lo que quieran, al único que me interesa ver es a la nueva incorporación a la familia. —Mi teléfono empezó a sonar antes de que terminase la frase. El identificador me dijo que era Chandra la que estaba al otro lado.
—Hola.
—Sé que es un mal momento, pero necesito a la caballería. —Sí que era un mal momento, pero un trato es un trato.
—¿Uma?
—Sí. —Estiré la mano para coger un papel del mostrador y un bolígrafo.
—¿Dónde está? —Anoté rápidamente la dirección que me dio. —Lo tengo, iré para allá. —Sokol me quitó el papel de las manos.
—Tú tienes una cita, ya me encargo yo. —Sokol acababa de salvarme.
—Te lo agradezco.
—Ya te lo cobraré. No sé, quizás tengas que ponerle a tu primogénito mi nombre. —Ni él se creía eso que acababa de decir. Empecé a empujarle hacia la salida.
—Sí, lo que tú quieras, pero lárgate. Hay una damisela que te espera.
—Uma, prepárate, aquí va tu Valentín.
Dos minutos después, llego Dafne con su eterna mochila al hombro.
—¿Lista?
—Sí.
—Si quieres podemos cenar aquí. No sé, ¿has comido alguna vez en lo alto de una montaña? —Señalé con la cabeza el despacho, en la parte alta de la nave. Desde allí arriba, parecía el nido de un águila, desde el que se veía todo el interior de la palestra. Ella ladeó la cabeza mientras lo sopesaba.
—Me gustaría ducharme y quitarme este olor de encima, pero aquí no tengo ropa para cambiarme. —Intenté buscar una solución rápida a eso, porque me gustaba la idea de cenar en un sitio único, especial, y ella cenaba en su apartamento cada noche.
—Tengo algo de ropa que te puede venir bien. —Su cabeza se levantó para darle un vistazo a la oficina.
—La verdad es que las vistas desde allí tienen que ser impresionantes.
—Entonces hecho. Voy a buscar la ropa, tu ve duchándote. Ya sabes dónde están las toallas nuevas. —Ella se empezó a girarse hacia la zona de las duchas, regalándome un alzamiento de ojos.
—Pero nada de echarle un vistazo a la mercancía, muchachote. —Puse la mano en el corazón para darle más énfasis a mis palabras.
—Prometido. —No tenía que haberlo dicho, porque realmente me moría por ver eso. Pero soy una persona de palabra, así que tendría que ser bueno y no mirar detrás de la cortina.
Seguir leyendo