Como les dije, existe un lugar al que van las almas de las brujas elementales cuando fallecemos; el entremundo. No sé cómo será el cielo o el infierno, pero seguro que no es nada como esto. Es difícil de explicar, sobre todo si no eres una bruja o brujo, sobre todo elemental. Somos pocos, muy pocos y allí no es que haya muchos. Estamos muy cómodos, eso sí. Lo más desconcertante es el tiempo, como ya habrán imaginado, el tiempo es diferente para nosotros, se pliega, se deforma de unas maneras que a cualquier otro ser vivo puede desconcertar, y no es solo en el mundo terrenal. En entremundos, el tiempo también es diferente.
¿Han oído hablar sobre esa experiencia del túnel y la luz al final?, ¿lo que dicen que vemos cuando morimos? Para uno de nosotros es… diferente. Quizás el vivir en un mundo tecnológico me ayude a explicar mejor como es esa sensación. Mientras iba perdiendo la vida, las imágenes de mi alrededor se iban difuminando, perdiendo intensidad, llegando a fundirse en grises, y luego en una oscuridad que lo devora todo. Solo el punto sobre el que mantienes tu atención se mantiene intacto por más tiempo, hasta que finalmente la oscuridad se lo traga. E inmediatamente después, sientes que te absorben por un largo túnel, para llevarte a un lugar, donde pequeña pieza a pequeña pieza, la imagen de lo que te rodea toma forma. ¿Saben esa cortinilla que usan en las presentaciones audiovisuales para quitar una imagen y poner otra, en que la foto se descompone en pequeños fragmentos, o que se recompone una imagen con miles de trocitos? Pues intenten imaginar eso, pero en una imagen tridimensional, y que ustedes se encuentran en medio de ella.
Así, sin saber cómo ni por qué, me encontré junto a una pequeña cascada, a un par de pasos de la enorme piscina que se había creado por aquella cantidad de agua en constante caída. Lo extraño es que no desaguaba por ningún lugar, ya me entienden, no había rio o arroyo por el que el agua se desbordase y siguiese su curso. En otras palabras, una imagen imposible de encontrar en la realidad. Podía escuchar el sonido del agua, cánticos alegres de pajarillos… vida en el bosque, o selva, no era capaz de distinguir que vegetación componía toda aquella estampa. Ya era extraño el hecho de escuchar animales y no ver ninguno.
Creí que estaba sola, hasta que la figura de un joven, quizás 20 años, empezó a acercarse hacia mí. Su sonrisa, su familiar rostro y el saber que no podía ocurrirme nada malo allí, me animaron a caminar hacia él.
—Cuanto tiempo sin verte, renacuajo. – en mis recuerdos, había una persona que siempre me llamaba así, alguien que amé con la pureza de una niña, con la fuerza de quien se sabía querida.
—¡Papá! – corrí hacia él, para que sus brazos me recibieran con un cálido abrazo. Le había extrañado tanto…
—¡Cómo has crecido, cariño! – otra voz familiar llegó detrás de él.
—¡Mamá! – podría haber corrido hacia ella también, porque necesitaba volver a sentir su cuerpo junto a mí, su reconfortante calor, pero temía que, si soltaba a mi padre, él desaparecería. Así que no lo hice, me estiré tanto como pude, para tomar la túnica de mi madre y arrastrarla junto a nosotros.
Cuando me cansé de estrujarles, cuando terminé con todas mis lágrimas de felicidad, me separé de ellos para verlos mejor, para verlos de nuevo. Y sí, estaban… diferentes.
—Sé lo que estás pensando. – dijo mi padre.
—¿Ah, sí? – respondí.
—No recuerdas que yo tuviese este aspecto antes, nunca me conociste así. – Pues sí, tenía razón.
—Estás…tan joven. – mamá agarró la cintura de papá y la pegó a su cadera.
—Eso es porque tiene el mismo aspecto que el día que nos conocimos. – Papá pasó el brazo por los hombros de mamá, y se quedó embelesado mirándola.
—El día más feliz de mi vida. – se inclinó hacia ella para besarla dulcemente en los labios. Curioso, aquel gesto nunca se lo había visto compartir, frotarse la nariz como dos esquimales sí, pero un beso…, no, eso era nuevo.
—Así que, puedes adoptar la forma que quieras cuando estás aquí. – papá abandonó la contemplación de mi madre para mirarme de nuevo.
—Se supone que aquí estás en un lugar feliz, un lugar creado por ti, donde te encuentras a gusto, reconfortado, en paz, en equilibrio. –
—Suena todo muy mágico. – sí, creo que la palabra que utilizaría hoy en día sería mística, o zen, pero claro, mi vocabulario en aquel entonces era más limitado, y mis conocimientos no eran tan amplios. Quiero decir, ¿quién no ha oído hablar de los mojes budistas, del misticismo, el movimiento Zen?, pues alguien que había estado aislado del mundo durante toda su vida, y que nació alrededor de 200 años antes de Cristo. Sí, en el momento de mi muerte había vivido durante algo más de dos mil años, toda una reliquia, pero bien conservada, eso sí.
—Nuestra esencia es magia, cariño. –
—Tiene sentido que eligiera un lugar así, aunque no entiendo por qué he cometido algunos errores de “creación”. – papá tomó la mano de mi madre y empezaron a caminar junto a mí, mientras recorríamos mi “reino imaginado”.
—¿A qué te refieres, renacuajo? –
—Pues cosas como que no hay un río que continúe con el flujo del agua, que escuche animales, pero no vea ninguno…- mamá frunció el ceño, pero fue papá el que me respondió.
—La psique humana es retorcida y complicada. Te aseguro que no hay ningún error, tu subconsciente los ha creado así. –
—¿Estás seguro? –
—Creo que yo tengo un par de teorías sobre eso. – dijo mamá.
—¿Y cuáles son? – quise saber. Mamá giró el rostro hacia papá.
—¿Recuerdas aquella vez que llegó a casa hecha un mar de lágrimas, porque un cuervo la había cagado encima? – papá sonrió divertido ante lo que supuse era aquel recuerdo.
—Sí, tenía todo el pelo manchado con esa cosa blanca que olía a rayos. –
—Siempre te encantó escuchar los cánticos de los pájaros en el exterior de nuestra casa, pero desde aquel día, evitabas pasar por los voladizos de cualquier tejado, incluso hubo una temporada que evitabas sentarte bajo los árboles. – explicó mi madre.
—Vale, sonido si, cacas de pájaro no. –
—A mí me sirve. – dijo papá.
—¿Y lo de la ausencia de un río que se aleje? –
—A saber, la psique, ¿recuerdas? – golpeó un par de veces su sien con uno de sus dedos. – Sólo tú estás dentro de tu cabeza. –
—¿Y mis hermanos? A ellos los he echado de menos tanto como a vosotros, ¿por qué no están aquí? –
—Bueno – empezó a explicar papá – cada uno estábamos en nuestro “mundo feliz” hasta que has llegado. Supongo que cada uno tendrá una buena causa para no estar aquí ahora. Dales tiempo. – aquello me desconcertó.
—Pero ¿no he sido yo, mi imaginación o mi deseo, la que os ha creado? – papá sonrió de nuevo.
—No, renacuajo, esto no funciona así. Puedes recrear espacios, seres vivos de nivel inferior, pero almas… eso no es posible. Las almas, sobre todo las humanas, no se pueden recrear. Puedes recordar a alguien, reproducir situaciones, incluso evocar alguna fantasía, pero cuando las toques, desaparecerán. Recuerda que aquí lo único material es lo que tiene energía propia. Tú controlas el hábitat en el que te encuentras, es parte de tu naturaleza. Así que será tan real como tú misma, pero una persona… solo llegará aquí si es su voluntad, y el momento que elija para hacerlo también será el que esa persona decida. –
—¿Eso quiere decir que no quieren venir o no están preparados para hacerlo? – el rostro de papá pareció envejecer 20 años de repente, la tristeza y la pena grabadas en él.
—Todos arrastramos culpas y remordimientos, renacuajo. Sólo dejándolas a un lado podremos avanzar. – miré su rostro dolido, y comprendí que él también había luchado contra esos remordimientos, aquella culpa, tal vez por no haber sabido proteger a su familia.
—Sentimientos, cariño. Cuándo son demasiado fuertes, ni la magia puede cambiarlos. – mamá acarició la espalda de papá para intentar reconfortarle mientras respondía a mi pregunta.
—Bueno, olvidemos el pasado. Estamos aquí ahora, y tienes muchas cosas que contarnos. – papá se frotó las manos, como si estuviese listo para presenciar una representación de teatro que tanto le gustaban.
—¿No habéis estado observando todo este tiempo? – era una cosa que mamá siempre me decía. “Estén donde estén, papá y tus hermanos nos estarán observando”.
—Va, alguna miradita aquí y allá, pero no sabemos lo que cada momento te ha hecho sentir, eso solo tú puedes explicárnoslo. – un grupo de rocas altas apareció a nuestro lado, ideales para tomar asiento en ellas y empezar una narración.
—¿Qué queréis que os cuente? – ellos se miraron de esa manera cómplice de quién está en la mente del otro.
—Tenemos mucho tiempo, toda una eternidad de hecho, pero… nos gustaría saber de él, del hombre por el que estás aquí. –