Paula
Me iba a explotar la cabeza, algo no dejaba de golpearla una y otra vez. No necesitaba utilizar la única neurona viva que me quedaba en el cerebro, para saber que tenía una resaca de campeonato. No es que las haya tenido antes, no al menos como la que tenía en ese momento, pero no hay que ser muy inteligente para darse cuenta, solo hay que sumar dos y dos, o mejor dicho, sumar copa tras copa de combinado que me tomé la noche anterior. ¿Cuántas fueron?
Otra vez alguien se puso a golpearme la cabeza, aunque yo intenté protegerla con la almohada. Un momento, ¿quién me estaba golpeando? Separé los extremos de la almohada para poder asomar mis sensibilizados ojos y ver lo que estaba a mi alrededor. Tomé aire profundamente preparándome para el siguiente golpe, pero no llegó, porque no había nadie allí, estaba yo sola y mis miserias. Al menos hasta que me di cuenta que no me estaban golpeando, sino que era un ruido atronador el que atacaba mis oídos. Solo tuve que volver la cabeza hacia un lado para ver mi bolso sobre la silla junto a la cama. No, no estaba la ropa del día anterior, solo mi bolso y… ¡Agh!, algo dentro de él se lo estaba pasando de miedo.
Tardé un rato en darme cuenta de que lo que sonaba era mi teléfono. Repté por el colchón hasta alcanzar con la mano mi bolso, sacarlo y contestar la llamada.
—¿Diga?
—Estaba a un par de tonos de ir a buscarte. —Resacosa sí, pero podía notar la risa contenida de Fran al otro lado de la línea. —¿Cómo te encuentras?
—Bien. —Mentira, pero no pensaba confesarle que me sentía como un trapo sucio después de limpiar el retrete de una gasolinera.
—Entonces no necesitarás un par de pastillas para la resaca. —¿He dicho que le odio?
—Déjate de rodeos. —No suelo ser tan brusca, pero todos los seres humanos tenemos un límite de tolerancia, y el de una persona resacosa es muy pequeño, casi casi diminuto.
—Si tú pones el vaso de agua, yo me encargo del resto. Abre la puerta que te las acerco. —Escuché el timbre sonar en ese momento.
Esto de vivir cerca iba a estar bien, aunque… ¿Por qué sabía que tenía resaca? Seguro que había sido él el que me había traído a casa. Menos mal que había sido mi primo, él era de la familia, me había visto en mis peores momentos. Abrí la puerta, pero me topé con alguien a quién no quería mostrarle la imagen que tenía en ese momento; debía ser un híbrido entre zombi y vampiro, me mirasen por donde me mirasen, el susto lo tenían garantizado.
—Sí que tienes mala cara. —Owen tenía la cabeza ladeada mientras me observaba desde el otro lado de la puerta. En ese momento no tenía la cabeza para pensar en qué imagen tenía de mí en ese momento. Soy la abogada de su padre, se supone que tengo una imagen de seriedad que mantener. Aunque ya era demasiado tarde para arreglar eso.
—Si me veo igual a como me siento, entonces debo ser una pesadilla. —Antes de que respondiera apareció Fran.
—Hazme un favor, no vuelvas a beber como anoche. —Me tendió el bote de los analgésicos y yo hui con el botín hacia la cocina. Necesitaba drogas, y las necesitaba ya.
—No lo haré. —Por un hombre no merecía la pena castigarse como lo hice. Y si me sentía con la necesidad de ahogar mis penas en alcohol, no volvería a hacerlo fuera de la seguridad de mi propia casa. Nadie tenía que enterarse de mis debilidades.
—No creo que estés en buenas condiciones para trabajar. —Apreté los dientes para maldecirme, uno no bebe tanto entre semana, no si tiene que ir a trabajar al día siguiente. Miré a Fran pidiéndole perdón, éramos socios, pero yo ya había metido la pata apenas a una semana de empezar con nuestro negocio.
—Solo necesito una ducha, cambiarme de ropa—miré mi “pijama”, todavía tenía la misma ropa del día anterior—y una cafetera hasta arriba de café. —Al menos esperaba que eso fuese suficiente.
—Supongo que los documentos que envió Irina Hendrick pueden esperar una hora. —Miró su reloj, pero su expresión me decía que ese tiempo seguramente no sería suficiente para despejarme del todo. Sí, me costaría concentrarme más, pero aunque fuese más lento haría el trabajo.
—¿Puedo robártela antes? —Fran y yo miramos a Owen. Tenía las manos metidas en los bolsillos de forma relajada, pero sus ojos decían que había algo importante que necesitaba tratar conmigo.
—¿Algo personal o de trabajo? —Preguntó suspicaz Fran mientras entrecerraba los ojos.
—Digamos que ambas cosas.
—En ese caso me quedo. —Owen se encogió de hombros como si eso no le importase.
—Está bien. Pero será mejor que antes te des esa ducha. —Mis párpados se entornaron hacia él, ¿qué sería eso de lo que quería hablar conmigo?
—De acuerdo. El café está en el armario. —Miré a Fran antes de irme para que pillara la indirecta. Todo sería más rápido si tenía ese café bien cargado esperándome cuando saliese.
Mientras el agua de la ducha se calentaba, saqué la ropa que iba a ponerme después. Manías que tengo desde que me hice una adulta responsable, bueno, una adulta responsable que de vez en cuando comete estupideces adolescentes como beber más de lo que puede tolerar.
Me demoré más de lo habitual debajo del chorro del agua caliente, pero es que aquella ducha era una maravilla y además necesitaba toda aquella terapia para volver a ser persona. Sequé mi pelo ligeramente, lo justo para anudarlo en uno de esos moños despeinados que despejaban la cara y quedaban elegantes. En la antigua oficina siempre los llevaba de esos tirantes, muy profesionales, pero precisamente en ese momento no necesitaba ponerle más tensión a mi dolorida cabeza.
Cuando estuve lista me dirigí a la cocina, pero dos pasos más allá de la puerta de mi habitación noté que Fran y Owen estaban hablando, y como soy un poco cotilla, me quedé agazapada como un gato tratando de descubrir de qué hablaban esos dos en mi ausencia.
—No fueron tus pantalones los que vomitó. —En ese momento recé porque no fuese de mí de quién estaban hablando.
—Ya te dije que no me parecía buena idea que te la cargases sobre el hombro. —Le recriminó Fran a Owen.
—Alguien tenía que abrir las puertas, y tu idea de pulsar los botones con el codo no estaba funcionando. —Owen parecía estar divirtiéndose mientras se metía con Fran, aunque era a él a quién le habían vomitado. ¿Querían de una vez sacarme de dudas?
—Podías haberla llevado como hacen en las películas, y no sobre el hombro en plan bombero. —¿Haberla? Género femenino, a medida que hablaban más posibilidades de que la vomitona fuese yo. Ya estaba notando el calor incendiando mi cara.
—Tú no has cargado con muchos pesos muertos, ¿verdad? Aunque sea una chica, Paula no es un peso ligero, e inconsciente no colaboraba mucho. Lo mejor en estos casos siempre es recurrir a lo práctico, no a lo bucólico. —Definitivamente no pensaba salir ahí. ¡Qué vergüenza!
—Entonces tendrás que pedirle a ella que te los lave, o en todo caso que te pague la tintorería. —Eso, defendiendo a su prima. Ten primos para esto.
—Un caballero nunca hace eso, aunque mejor le preguntamos a ella si quiere hacerse cargo de mi ropa. ¿Tú qué dices Paula? —Owen alzó la voz ligeramente, como si supiera… ¡Oh, mierda!, él sabía que estaba escuchando.
No podía ser una cobarde, si me habían cazado, al menos debía tener el orgullo de salir ahí. Pero de lo que estaba la situación no podía ponerse. Así que respiré profundamente, estiré mi espalda todo lo que pude y avancé hacía mi salón con la cabeza muy alta.
—Por supuesto que me haré cargo de la limpieza de esos pantalones. Y conociéndome, seguro que también de los zapatos. —Owen sonrió como un niño que consigue su postre favorito para comer.
—No esperaba menos, abogada. Y ahora…—se puso en pie—dejemos las trivialidades para ponernos con los temas serios. —Su cara no me gustaba. El Owen informal podía sacarte los colores, el Owen serio te hacía apretar el culo, como lo estaba el mío en ese momento. El color de mi cara ya no me importaba.
—¿De qué se trata? —pregunté mientras iba a por la cafetera para servirme una gran taza de líquido caliente y reconstituyente.
—Cuando te tomes esa taza quiero que le eches un vistazo a esto. —Alzó su mano para mostrarme una tablet. Fuera lo que fuera, parecía que a él le preocupaba, así que en vez de una taza me tomaría dos, tenía que hacer un buen trabajo con ello, mi reputación profesional no podía quedar a la misma altura que mi vapuleada imagen personal.