Había imaginado muchos destinos, el hospital era el que se llevaba la mayoría de mis votos, pero nunca pensé que acabaríamos en una comisaría de policía. A ver, que no soy tonta, tengo 13, pero ya tengo edad como para reconocer las pistas que hay a mi alrededor. Sé que algunos negocios de papá se mantienen en secreto por un buen motivo, y uno de ellos, es el estar lo más alejados posible de este sitio.
—Vas a quedarte aquí con Boris y no quiero escuchar una sola palabra. —Cuando mamá se ponía seria, uno no discutía, solo obedecía. Vi como ella y Geil salían del coche, como se encontraban con un hombre con traje y maletín, y todos juntos entraban en la comisaría.
No hice más que mirar el reloj y aquella maldita puerta, esperando el regreso de mamá y Geil. 72 minutos fue lo que tardaron, 72 minutos en los que me casi hice un agujero en la tapicería del asiento delantero con mis uñas. Pero todo quedó en un segundo plano cuando vi la cara de Geil. No solo estaba abatido, sino que parecía que había envejecido de golpe como 10 años.
Siempre he sido una persona impaciente, lo quiero todo ¡ya!, pero esta vez no pude hacerlo, no pude abrir la boca y preguntar lo que quería saber. Me moría porque me pusieran al día, pero podía notar que Geil no estaba en condiciones de soportar un interrogatorio en ese momento. Solo deslicé mi cuerpo hacia el centro del asiento para hacerles sitio, dejé que se sentaran uno a cada uno de mis lados, y até mi cinturón de seguridad para no tener que hacerlo antes de ponernos en marcha. En cuanto Geil aseguró su cuerpo de forma mecánica, mi mano se lanzó sobre la suya para reconfortarle. Sus ojos ni siquiera me miraron, parecían perdidos en algún punto del asiento delantero.
Un nudo se formó en mi estómago, una sensación de angustia que atenazó todas y cada una de mis terminaciones nerviosas, y eso que no sabía lo que había pasado. Pero tenía que ser malo, no conocía a nadie con más paciencia, más templanza que Geil. Él soportaba toda mi impaciencia con la tranquilidad de un monje budista. Eso era, Geil era muy Zen, era la parte que equilibraba mi energía arrolladora.
Pero en esta ocasión él no podía dedicas sus esfuerzos a calmar mi mundo, era yo la que tenía que estar ahí para él, era yo la que debía darle la esperanza, el consuelo, la base sobre la que apoyarse.
—Boris, llévanos a casa. —Boris hizo un gesto al conductor del coche y este se incorporó a la circulación.
No abrí la boca en todo el trayecto, ninguno lo hizo. Solo me preocupé de mantener bien aferrado la mano de Geil, sujetándola con fuerza. Aunque nada no nadie habría podido separarnos, porque él se aferraba a mí con una desesperación que contrastaba con la apatía del resto de su semblante. Él era el vivo ejemplo de que el dolor va por dentro.
Cuando el coche se detuvo en el portal de nuestro edificio, salimos sin decir nada, salvo mamá que dio órdenes a Boris. No me quedé a escuchar, solo me centré en no soltar la mano de Geil y subir las escaleras hasta su casa. Hacía mucho tiempo que no entraba en su apartamento, porque prácticamente tanto él como yo hacíamos más vida en nuestra casa, pero no era un lugar extraño para mí. Sí, estaba algo cambiado, pero seguía siendo el mismo lugar en que había vivido mis 4 primeros años de vida. No sé cómo explicarlo mejor, o quizás sí. ¿Nunca han estado en un lugar que perciben como familiar pero no lo recuerdan? Eso es lo que yo sentía.
Tuve que ayudarle a abrir la puerta, porque él con su mano zurda tenía dificultades para girar la llave. Podía haber soltado mi mano para hacerlo, pero parecía que yo era el umbilical que lo mantenía vivo. Verle así me estaba destrozando.
Entramos en su casa, cerramos la puerta y fuimos a su habitación. Él me arrastró hasta su cama, dejándome acostada junto a su lado. Nos quedamos así, con los pies colgando por el costado del colchón, y la mirada perdida en el techo. No sé cuánto tiempo estuvimos así hasta que la voz de Geil rompió el silencio.
—Ha matado a un hombre. —Su cabeza se ladeó para que nuestras miradas se cruzaran.—Mi padre ha matado a un hombre. —No sé qué me sorprendió más, la noticia, o que fuese Mateo el que hiciese aquello.
Si me hubiesen preguntado alguna vez, quién creía que podía matar a una persona, nunca, jamás, el nombre de Mateo se habría cruzado por mi mente. Mateo podría ser muchas cosas, pero nunca pensé que fuese capaz de quitarle la vida a otra persona, salvo que hubiese sido un accidente. Sí, eso tenía que haber sido, un accidente.
—Todo va a arreglarse, Geil. En cuanto vean que ha sido un accidente lo pondrán en libertad. —Sólo necesitábamos encontrar un abogado decente y estaría resuelto, Mateo saldría…
—No lo entiendes Lena, mi padre a acuchillado a un hombre, no ha sido ningún accidente. —Mi sangre se volvió de hielo en ese instante. Ni siquiera que Geil volviese su mirada al techo pudo enfriarme más. Mateo había asesinado a un hombre.
—Geil… yo
—No puedes hacer nada, ninguno podemos hacer nada. —Se había rendido, pero no podía permitirlo.
—De eso nada. Buscaremos al mejor abogado de la ciudad —Me pegué más a él, no sé si para reconfortarle con mi presencia, o para robarle un poco del calor que necesitaba para volver a sentir.
—Hay pena de muerte en Nevada, Lena. Pueden ponerle una inyección a mi padre para quitarle la vida. —Una lágrima se deslizó por su rostro, hasta alojarse en el hueco de su oreja. Pero no se quedó sola mucho tiempo.
¿Qué podía decirle? ¿No van a ejecutar a tu padre?, no podía predecir el futuro, no podía tampoco darle falsas esperanzas, tenía que ser realista, solo podía aferrarme a lo que tenía por seguro y eso era…
—Cuando regrese, mi padre se encargará de todo, seguro que puede hacer algo. —Alguien acostumbrado a esquivar la ley, seguro que tenía un plan de contingencia si un día no lograba hacerlo. Me daba igual lo que fuera, legal o no, pero no podíamos permitir que el padre de Geil muriese.
—Ha matado a un hombre, Lena, nadie puede arreglar eso.
No sé cuanto tiempo permanecimos allí recostados, tal vez horas. Solo sé que no nos dimos cuenta de que mamá había entrado en la vivienda, hasta que su voz llegó desde la puerta de la habitación.
—Se que necesitas un tiempo para asimilar lo que ha sucedido, pero encerrarse en una habitación sin hacer nada no va a ayudarlo. —Geil se incorporó lentamente hasta sentarse.
—¿Y qué otra cosa puedo hacer? Nada —Se respondió así mismo. Mamá se adentró en el cuarto para sentarse a su lado. Ahora nos tenía a ambas flanqueándole.
—¿Crees que a tu padre le gustaría ver cómo te derrumbas? —Geil negó con la cabeza.—Él necesita que seas fuerte, ver que puedes seguir sólo adelante. Así, el dejarte solo no le dolerá tanto. Ya tiene suficiente con lo que se le viene encima, no necesita preocuparse también por ti.
—Pero, es que me ha dejado solo. —Mamá lo aferró fuertemente por los hombros.
—No estás solo, nunca lo vas a estar, nos tienes a nosotros.—Aferré su brazo con fuerza, para que sintiera que las palabras de mamá eran una gran verdad. Ella nunca le dejaría solo, yo tampoco lo permitiría. Nos tenía a toda la familia, me tenía a mí.
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