Dafne
La segunda vez fue fácil, el truco del bebé llorón y el peluche en el suelo no resultó; el tipo se mueve demasiado ágil. Pero cuando se puso a hablar con aquel muchacho, estuvo lo suficientemente distraído como para meter la nota en el bolsillo de su chaqueta sin que lo notase. Nada como dividir su atención entre dos cosas para que no percibiera la tercera. Primera parte de mi misión; hecha.
Aproveché una salida al baño para enviar el mensaje Ivan. No debía esperar respuesta, eso llegaría más tarde, cuando tuviese un momento para mí. Mis ordenes eran permanecer en mi puesto y recabar toda la información que pudiese conseguir, algo difícil cuando el rey Vasiliev casi no salía de su castillo. Pero había ocasiones, pocas, cuando tenía visita o necesitaba salir de su torre, que se dignaba a salir a comer al restaurante. Aquel día había sido la segunda vez que lo tuve delante, así que aproveché la oportunidad cuando llegó.
La segunda parte de mi misión consistía en meter una escucha en su castillo, pero eso estaba resultando un poco más complicado. Ninguno de sus empleados venía a comer al restaurante, demasiado caro para el sueldo de un simple trabajador. La única opción era conseguir meter uno de esos gusanos, que Ivan me había facilitado, en uno de los pedidos de comida para llevar que alguna que otra vez hacían. Pero las veces que habíamos recibido uno de esos encargos, el encargado se responsabilizaba personalmente de prepararlo, de revisar que todo estuviese correcto, y de entregárselo siempre al mismo camarero… Ese tal Vasiliev imponía más que respeto por aquí, nadie quería provocar su mal humor.
—El pedido del señor Vasiliev está listo. —Escuchar aquello me hizo ponerme alerta. Me acerqué a la mesa caliente de la cocina, donde dejan todos los platos para ser revisados por el chef antes de salir al comedor. No es que se recibieran muchos pedidos para llevar, pero seguían el mismo protocolo.
El metre estaba en ese momento fumándose un cigarro, así que el chef se encargó de revisar a fondo el pedido esta vez.
—Todo perfecto. Sacarlo a la zona de camareros. —Ese era mi momento.
Antes de que Sony tomara el paquete y lo llevara al castillo, tenía que conseguir meter el gusano en aquella bolsa de papel. Nadie se preocupaba en revisar el contenido completo de la bolsa, solo sacaba los recipientes con la comida. Esto no era el McDonald, donde te metían sobrecitos de kétchup o de mostaza dentro de la bolsa. Nuestro restaurante era mucho más sofisticado: envases de base de bambú y cubierta transparente para ver el interior, bolsita con el anagrama del restaurante con cubiertos desechables y servilletas, y todo ello en una elegante bolsa negra de papel reciclado con cordones, eso sí, con un vistoso logotipo dorado impreso en ella.
—Yo me encargo. —me apresuré a decir. Cogí la bolsa al vuelo, y sin que nadie se diese cuenta, metí el gusano que llevaba en el bolsillo de mi pantalón dentro de ella. Y no, no es un gusano propiamente dicho, es un sofisticado artefacto tecnológico que espera su momento para colocarse en un rincón donde nadie pueda verlo, y desde allí retransmitir cualquier sonido que capten sus sensores, podían ser voces, los ruidos de los equipos, cualquier cosa que después pudiese interpretarse desde el lado del que escucha.
—El pedido del señor Vasiliev. —canté cuando deposité con cuidado el paquete sobre la sección de camareros, en el extremo de la barra del bar.
—Aquí. —Aquella voz no era la de Sony, ni la de ninguno de los empleados que trabajaban allí, pero me sonaba. Al acercarme encontré la sonrisa del chico que había sido mi muletilla para colarle la nota al gran Vasiliev.
—¿Usted se encargará de llevarlo al señor Vasiliev? —Me chirriaba el tratarle de usted, estaba claro que era de mi edad, pero el trato con los clientes allí me obligaba a utilizar ese tipo de formalismos.
—No, yo soy el Vasiliev que ha hecho este pedido y el que va a comérselo. —El encargado apareció al otro lado de la barra en ese momento ¿Cuándo había vuelto? Supongo que era demasiado esperar que se pronunciara el apellido Vasiliev y él no corriera a lamerle el culo.
—¿Lo anoto en la cuenta de su tío, señor Vasiliev? —Así que tío ¿Eh? Eso era interesante.
—No, pagaré yo. —Sacó su teléfono para pagar con él sobre la terminal digital. Si el pedido era suyo, era probable que ese paquete no acabase en la torre del Vasiliev. Tenía que recuperar el gusano. No podía permitirme ni que lo descubriera, ni mucho menos perder un equipo tan caro. Lo único que se me ocurrió fue sonreírle.
—Que disfrute de su comida, señor. —Dejé caer mis párpados de esa manera que madre me enseñó. Los hombres caían por esos pequeños trucos femeninos.
—Gracias. —Su forma de mirarme me decía que quería más, pero no estaba seguro si dar el paso. Sonreí un poco más antes de hacer como que regresaba a mi trabajo. —Perdona. —Sabía que era a mí. Así que volví a girarme hacia él.
—¿Sí, señor? ¿Necesita algo más? —Ahí estaba, su vacilación siendo superada por su audacia.
—Me preguntaba… ¿hay alguna norma por la que no puedas salir a tomar un refresco con un cliente? —Atrapado. Me hice la sorprendida, incluso miré en la dirección del encargado, haciéndome la desubicada. Sabía que él no iba a decir nada en contra, daba igual que quebrantase todas las normas de la empresa. Con los Vasiliev todo eso se dejaba aparte.
—Eh… ¿me está pidiendo una cita? —Se me daba bien hacerme la ingenua.
—Si aceptas, lo es. —Tenía que darle el toque final, así que em mordí ligeramente el labio inferior de forma inocente, mientras volvía a mirar brevemente hacia el encargado. Como esperaba, él se retiró, dejándome a solas con el chico. Era mi decisión, él no se atrevería a intervenir, sobre todo porque podría causarle problemas.
—Salgo dentro de 20 minutos. —Había lanzado el anzuelo, solo necesitaba que el pez picara.
—Entonces podemos convertirlo en una invitación a comer. Si no te importa compartir, claro. —Él alzó la bolsa con el pedido haciendo referencia a su contenido. Sí, seguramente no pensaba que iba a comer acompañado. —¡Pero que idiota soy! ¿Qué te apetecería comer? —Lo sopesé unos segundos mientras dejaba que mis dientes mordieran mi labio inferior de nuevo. Tenía que decidir si me interesaba mantener la atención de un niño rico por una sola cita, mientras recuperaba el gusano, o si me aseguraba un nuevo peón con el que trabajar.
—¿Qué has pedido? —La decisión estaba tomada. Estiré mi cuello invitándole a enseñarme el contenido. Él abrió la bolsa con una sonrisa.
—Un par de ensaladas de la casa, y unos bocadillos de carne recomendación de mi tío. ¡Ah, mierda! ¿Te importaría comer con dos chicos en vez de uno? No puedo dejar tirado a mi primo. —Se estaba poniendo rojo, y eso le hacía parecer tan joven como creía que era, ¿18? ¿19?
—¿Una cita doble? —Se rascó inconscientemente detrás de la cabeza, mientras su sonrisa sincera hacía aparecer un hoyuelo en su mejilla derecha. Cualquier chica habría suspirado al ver eso, parecía tan adorable… Lástima que yo no era una de esas chicas.
—No, la cita es conmigo, él solo es nuestra carabina. ¿Qué me dices? —No sé cuantas chicas serían capaces de decirle que no. Era guapo; moreno, ojos verdes, alto y su cuerpo estaba muy bien definido. Pero yo no iba a rechazarle, porque le necesitaba.
—Súmale otro bocadillo de esos y postre, y tienes tu cita. —Le guiñé un ojo antes de regresar al trabajo.
—Te esperaré aquí fuera… En el banco de ahí enfrente. —Se notaba que su voz estaba nerviosa. Eso me sorprendió. Un chico como él, y con su apellido, tendría que estar a costumbrado a tener citas así de fáciles, decenas de citas.
Cuando terminase el día, habría recuperado el gusano y además tendría buenas noticias que darle a Ivan. Tenía un contacto, que si lo trabajaba bien, conseguiría abrirme la puerta del castillo.
Seguir leyendo