Goji
Abrí los ojos como si de repente un ruido fuerte me despertase, o como ese momento en que nos damos cuenta de que el despertador sonó hace tiempo y que nos hemos vuelto a quedar dormidos, ya me entienden. Creo que incluso mi cuerpo votó en el colchón. Miré en todas direcciones, para comprobar que aquella no era mi habitación. ¿Olvidar lo ocurrido? Ni de broma. Tan solo necesité un segundo para recordar TODO; la boda, la fiesta, el alcohol, la vuelta a casa y… Gloria. Solo su nombre podía resumir lo ocurrido la noche anterior, y la madrugada… Esa mujer podía conmigo. Insaciable, apasionada e inconformista. Ella si que sabía lo que era intensidad.
—Tranquilo machote, que no hay fuego. —Su voz sonó pastosa a mi izquierda.
Sus ojos somnolientos luchaban por abrirse, aunque no parecía realmente preocupada por hacerlo.
—Tengo que irme. —Lo sé, sonó cobarde, como el de esos tíos que se despiertan por la mañana y no quieren afrontar que se acostaron con una desconocida la noche anterior. Mi cabeza se balanceó más de lo normal por culpa de la resaca, no, espera, fue solo mi cerebro.
—Cobarde. —Me acusó. Aunque no pareció enojada.
—Tengo tareas que hacer. —intenté justificarme.
—Tú y yo no tenemos que trabajar hoy, ¿recuerdas? –Resacoso, no amnésico.
—Tengo que lavar el coche de la jefa, y prefiero hacerlo con calma, nada de ir corriendo por si necesita que la acompañe a alguna parte. —Gloria abrió los ojos y se giró para mirarme con más comodidad, pero no sé si a mí o a mi trasero mientras me ponía algo de ropa encima. Mala idea diablesa. Aunque a cierta parte de mi anatomía le encantaba aquel tipo de atención. Pero esta vez mandaba yo, así que lo metí rápidamente en mi calzoncillo y luego lo rematé con mis pantalones.
—Sé lo que estás haciendo. —No se daba por vencida.
—Vestirme.
—Que yo sepa no tienes ninguna relación en marcha, así que ni tú ni yo hemos hecho nada malo. ¿O me equivoco? —No iba a poder escapar de esta sin dar una buena justificación.
—No, no estoy con nadie en este momento. —Ella asintió con la cabeza.
—Lo que pensaba. — Nunca he acabado de entender a las mujeres.
—¿Qué estás tratando de decirme? — Retiró la sabana de encima de su cuerpo y salió de la cama, sin ningún tipo de vergüenza por mostrarme su cuerpo desnudo. ¡Oh, mierda! Seguía siendo una bomba igual que la noche anterior. Iba a ser difícil cruzarme con ella en el trabajo y no imaginármela de esta manera.
—Cuando madures y dejes de esconderte detrás de una botella lo sabrás. —Y se fue al baño. El agua de la ducha me dijo que la conversación había terminado. Y si bien eso era lo que quería, me dejó un extraño mal sabor de boca.
No, no quería relaciones, y mucho menos con alguien del trabajo, porque eso siempre eran problemas, y con la última vez ya tuve suficiente para dos vidas.
Me puse la camisa, pero mientras ataba los botones pensé en que ella merecía más que un portazo. Así que me acerqué al baño y le hablé desde la puerta.
—Gloria, yo… —El agua dejó de correr. —Este es un mal momento para mí, no puedo tener una relación… —Ella apareció delante de mis ojos envuelta en una toalla, menos mal, así no tenía que luchar para evitar que mis ojos fueran a su cuerpo.
—¿Y quién te ha pedido nada de eso? —Aquella respuesta me dejó descolocado.
—Cuando las mujeres os acostáis con un hombre siempre pensáis en que va a haber más. —Ella pasó delante de mí para ir hasta los cajones y5 sacar una camiseta.
—Pues siento decepcionarte. —Esta mujer me descolocaba.
—¿De verdad que no quieres… más? —Dejó que la toalla cayese al suelo para ponerse la camiseta con rápida eficacia. ¡Mierda! Todo lo que recordaba seguía ahí.
—Te voy a explicar lo que veo yo. —Se fue caminando hacia la mesita de noche donde cogió una pinza para sujetarse el cabello. ¿No era malo hacerlo con el pelo húmedo?
—Sí por favor. —Un poco de luz en mi aturdida cabeza.
—Somos dos adultos sin ataduras que tienen buena química juntos. El sexo es bueno entre nosotros, no sé por qué tenemos que complicar eso.
—¿Estás insinuando que seamos amigos con beneficios?
—A mi parecer sería un desperdicio dejar de disfrutar de ello porque… ¿por qué no podemos? Explícamelo.
—Porque somos compañeros de trabajo.
—¿Y? —¿Es que no lo veía?
—Pues que todo se complica. Nos vemos cada día en el trabajo. ¿Y si la cosa sale mal? Sería demasiado… embarazoso tener que vernos la cara a diario. Al final uno de los dos tendría que dejar el trabajo. —Gloria frunció los labios mientras analizaba eso.
—Así que, si Drake y tú dejarais de ir juntos a ver los partidos de futbol, de tomar cervezas, o esas cosas que hagáis los tíos con los amigos… ¿Tú dejarías el trabajo porque te sentirías incómodo? —¿Pero qué…? Esta tía retorcía las cosas de una manera…
—Drake y yo no hacemos esas cosas.
—¿Y entonces qué hacéis?
—Pues entrenamos juntos algunas veces, solo eso.
—¿Nada más? —Me encogí de hombros.
—Supongo que nuestra relación no es como tú crees que es.
—Yo pensé que erais amigos.
—De alguna forma lo somos, pero es difícil de explicar.
—Mira que eres rarito. Cambiaré de ejemplo. Veamos. Imagínate que entras en una habitación, y te encuentras a Drake y Tasha en pleno apogeo sexual. Creo que esa es una situación bastante incómoda.
—Sí, lo es.
—Bien, ¿dejarías tu trabajo por ello? —No tuve que pensarlo, porque había ocurrido algo parecido.
—No.
—Bien, pues esto sería similar, solo que el único incómodo serías tú. —¿Qué?
—Tú no tendrías reparos en seguir viéndonos después de dejar de… —No podía terminar la frase, me sentía incómodo. ¡Mierda!, es que el tema no lo era, cómodo quiero decir.
—Carpe Diem chaval, Carpe Diem. —Vive el momento, no esperes al futuro.
Ella salió de la habitación, directa hacia la cocina. En un momento estaba sacando cosas de la nevera y de los armarios para preparar el desayuno. Se puso a mordisquear una galleta mientras me miraba.
—¿Café? —Esta mujer sí que sabía quitarle dramatismo al asunto.
—Eh… Sí, gracias. —Dejó una taza en la barra del desayuno, frente a mí, así que me senté en el taburete. ¿Tendría que ayudarla? Mejor no, ella se manejaba bien. Además, algo me decía que si necesitaba ayuda me lo haría saber.
—Bueno, ¿y qué decides? —Se detuvo frente a mí al otro lado de la barra, esperando una respuesta. Parecía el barman de un bar esperando que le dijera qué quería tomar.
—¿Puedo pensarlo? —Ella me sonrió de medio lado, de una forma tan traviesa que hizo que mis pelotas hormiguearan. ¡Mierda!, estaba perdido.
—No suelo hacer este tipo de concesiones, pero por ti lo haré esta vez. —Se giró hacia la cafetera para tomar la jarra.
—Gracias, supongo. —Gloria vertió café en mi taza con aquella sonrisa triunfadora.
—Oh, pequeño, no te estoy haciendo ningún favor. Tan solo no quiero perder la oportunidad de repetir lo de esta noche. —Sus cejas se alzaron un par de veces de forma pícara. Podría jurara que me había puesto rojo.
—Sí, estuvo bien. —Una magdalena apareció junto a mi taza.
—No te subestimes, pequeño, diste la talla como todo un chico grande, y puedo decir que eso no es lo normal. —Que una mujer como Gloria me dijera eso me subió el ego por las nubes. Nada mejor que alguien que entendía de estas cosas te tirara una flor como esa.
—Si sigues diciéndome ese tipo de cosas no voy a poder negarme. —Ella sonrió satisfecha.
—Ya sabes lo que dicen “la verdad te hará fuerte”. —Yo no recordaba la frase así.
—La verdad te hará libre, esa es la frase.
—Ya, pero primero te hará miserable. Yo prefiero dejar eso de lado. —Gloria era una mujer culta, y siendo una simple costurera… Soy idiota, a estas alturas de mi vida tendría que haber aprendido a no juzgar a la gente por su apariencia, porque los prejuicios nunca te dejarán ver lo que hay detrás, y acabarás perdiéndote el auténtico tesoro.
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