Como esperaba, la última prueba no era buena. El médico de urgencias no solo dijo que iba a dejarla en observación, sino que Petra quedaría ingresada. Pero lo que no me gustó fue esa actitud de es muy mayor, tampoco merece la pena hacer mucho más por ella.
Menos mal que el mensaje de Gabi de que estaba en el aparcamiento esperando llegó en ese momento, porque si no me habría lanzado sobre el médico para exigirle… ¿A quién voy a engañar? Yo no hago esas cosas. Así que simplemente me di la vuelta y me fui.
—De verdad que te lo agradezco. —le dije a Gabi nada más sentarme a su lado en el coche.
—No seas tonta, para eso está la familia. Bianca, el cinturón. —No me había dado cuenta, estaba algo despistada en ese momento.
—Oh, sí. Perdona. Es que… estoy algo distraída.
—Es duro, Bianca. Pero es ley de vida. A todos nos llega el momento de abandonar este mundo. —No era la primera vez que uno de nuestros residentes hacía un viaje de no retorno al hospital. En una residencia de ancianos es algo que se convierte en rutina por lo que te acabas acostumbrando. Pero en esta ocasión las circunstancias hacían este caso especial.
—Sé lo que tratas de hacer, Gabi. Pero es que esto es diferente. Ella es la señora Bennett. Su nieta me pidió que cuidase de ella.
—Estoy segura de que lo has hecho, y muy bien. Te conozco Bianca, sé que te has ocupado de ella lo mejor que has sabido. Reconócelo, eres una mamá gallina. —Ella pensaba que me había tomado como algo personal esa petición, cuando realmente no debía haberlo hecho. Pero esta vez no me estaba tomando al pie de la letra algo que se dice para quedar bien, que es lo que hacen los familiares cuando dejan al anciano allí aparcado. “Cuida de él o de ella”, lo hacen para convencerse así mismo de que lo que hacen no es tan malo. Pero esta vez sí que era una petición expresa, ella me lo había pedido como un favor personal, y yo le había prometido hacerlo.
—Es la abuela de la señora Bowman.
—Vaya. —Era hora de afrontar lo que llevaba demasiado tiempo dándole vueltas en mi cabeza a cómo hacer. Lo que en otra situación sería un trámite, en esta ocasión era algo personal. Las dos queríamos a Petra.
—Tengo que decírselo. —Gabi asintió hacia mí entendiendo. Tomé aire, marqué su número y me preparé para escuchar la voz de Palmira Bowman. —Señora Bowman, soy Bianca.
—Tú no tienes que llamarme señora Bowman, y lo sabes. —lo sabía, habíamos charlado como dos amigas las veces que ella había estado en Miami visitando a su abuela, o cuando la llamaba de vez en cuando para ponerla al día de las cosas que Petra no quería contarle pero que Palm agradecía saber.
—Palm… —Hice una parada para tomar fuerzas. Sabía que lo que iba a decirle le iba a doler. —Su abuela ha sido ingresada. —Escuché un pesado suspiro al otro lado del teléfono. Ella asumía que este día iba a llegar tarde o temprano.
—Tomaré un avión para Miami lo antes posible. ¿En qué hospital está?
—En el Mercy. —Hubo un par de segundos de silencio.
—Gracias por cuidar de ella, Bianca.
—No tienes por qué darlas.
—Sí que tengo. Algún día te compensaré por todo lo que has estado haciendo. Te llamaré en cuanto llegue. —Cerré la llamada y esperé en silencio a que llegáramos a nuestro destino.
Gabi detuvo el coche frente a la entrada principal del edificio, pero antes de que abandonara el vehículo, ella me agarró por la muñeca para detenerme.
—¿Estás bien? —¿Qué iba a decirle? Decir adiós a alguien a quién le has cogido cariño siempre duele. Pero no quería preocuparla.
—Lo estaré. —a estas alturas ya tenía que estar acostumbrada, quisiera o no, acababa cogiéndole cariño a alguno de los residentes, pero son mayores, y que abandonen este mundo es algo que ocurre más pronto que tarde.
—Llámame si me necesitas. —Asentí hacia ella para tranquilizarla.
Nada más tener a la vista a la recepcionista, le puse al día sin detener la marcha. No tenía tiempo de dar muchas explicaciones, y a ella tampoco le interesaba saber todo.
—La señora Bennet va a quedar ingresada en el hospital. ¿Alguien ha preguntado por mí? —Ella negó con la cabeza.
—Nadie, todo ha estado muy tranquilo.
—Voy a regresar al hospital. Si me necesitan que me llamen al teléfono. —Levanté el aparato en mi mano para que lo viera mientras pasaba de largo por su puesto. Mi hermano Fran fue el que me enseñó eso de que no hay que mentir, simplemente dar poca información, pero exacta.
Cogí mi bolso, mi ordenador portátil y las llaves de mi coche. En poco tiempo estaba de vuelta en el hospital, justo a tiempo para hablar con el médico una vez más y ver como trasladaban a petra a una habitación.
Lo bueno de estar en una habitación de hospital y no en la sala de observación de urgencias, es que las paredes que separaban a cada paciente no eran simples cortinas, sino de ladrillo sólido y aislante del ruido. Si alguien ha estado en una de las últimas, sabe a lo que me refiero, para las personas que no, solo les diré que tienes como hilo musical la dulce melodía de los aparatos a los que están conectados todos los pacientes de la sala. Ya se habrán dado cuenta que lo de dulce melodía es una ironía.
Un ruido de algo cayéndose al suelo me hizo alzar la cabeza sobresaltada, me había quedado dormida en aquel incómodo sillón.
—Tranquila, yo te lo acerco. —Petra estaba tratando de coger el vaso de agua de la mesita a su lado, pero tanto cable y la intravenosa hacían difícil llegar hasta él.
—Te lo agradezco, cariño. —La ayudé a incorporarse para que bebiese con más comodidad.
—¿Cómo te encuentras? —pasé una servilleta de papel por la comisura de su boca para atrapar algunas gotas que se habían escapado.
—Cansada. —dijo en un suspiro.
—Es normal, tienes los niveles muy bajos. —No le iba a decir que lo que le estaban transfundiendo no era más que un parche que no solucionaría el problema.
—Es algo más que eso, pequeña. Estoy en las últimas. Pero no me quejo, he tenido una buena vida, llena de amor y personas maravillosas. —su mano arrugada palmeó la mía un par de veces sin mucha fuerza. Estaba a punto de decirle que no podía rendirse todavía, que había gente que la quería que estaba viajando desde Chicago para estar con ella, cuando algo de jaleo llegó desde el pasillo exterior. Antes de que me preguntase qué ocurría, la puerta se abrió dando paso a Palmira Bowman. Sus ojos pasaron sobre mi un segundo para ir en busca de su abuela.
—Hola abuela, siento llegar tan tarde, pero a veces lo más sencillo se convierte en una tarea complicada. —Sus ojos se pusieron en blanco mientras se acercaba. Ni Petra ni yo quisimos preguntar a qué se refería, sobre todo porque detrás de ella vimos entrar a su bisnieta Avalon y a su nieto político. Alex Bowman traía cara de haber sido el culpable de ese retraso.
—¿Cómo te encuentras? —Avalon se posicionó cerca de la cabecera, pero aunque preguntó, estaba claro que estaba buscando su propia respuesta en los monitores de los aparatos que teníamos alrededor.
—Mejor, cariño. Solo un poco cansada. Y hablando de cansados, obligad a esta cabezota a irse a casa a dormir, ese sillón tiene pinta de incómodo.
—Voy a solucionar eso. —Alex Bowman se dio la media vuelta en dirección hacia el pasillo. Menos mal que no iba a obligarme a irme.
—Alex se encargará de encontrar un lugar más cómodo para todos. Y tú—dijo señalándome con la mirada— puedes irte a descansar un rato. Nosotros nos quedaremos con la abuela. —Sabía que no podía discutir esa orden, así que asentí y empecé a recoger mis cosas.
—Volveré mañana a ver como te encuentras. —le dije a Petra.
—Nada de venir antes de ir a trabajar que te conozco. —me recriminó. —Sabes que me gusta dormir la mañana tranquila. —Lo sabía los jubilados tienen su propio horario.
—De acuerdo. —le concedí.
—Te mantendré al corriente de todo, no te preocupes. —Palm sabía que estaría preocupada hasta entonces.
—Gracias.
—No, gracias a ti. —Salí de la habitación antes de que la conversación se pusiera pegajosa. Sabía que Palm me iría contando lo que creyese necesario, y por la tarde, después del trabajo, pasaría por aquí para que ella pudiese salir un rato para ducharse, comer caliente o cualquier cosa que necesitase.
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