Anker
Fui revisando el contenido de mi correo de camino al aeropuerto. Pero no fui descortés, en cuanto encontré algo interesante para Pamina, se lo remití a su propio terminal. Boby había tenido acceso al informe clínico del niño, el informe de urgencias, las radiografías, el tac…
—Esto es una mierda. – protestó mi cuñada a mi lado.
—Hay una pantalla de 42 pulgadas en el avión, podemos abrir el informe allí para que lo estudies mejor. – la ofrecí.
—Es difícil ver nada en esta miniatura. – cerró su teléfono y lo metió en su bolsillo, hastiada.
—¿No te aclara algo el informe? – dejó que su cabeza se apoyara en el respaldo.
–Por lo que he leído, tiene un hematoma subdural agudo, resultado de un golpe en la cabeza. Han tratado de que el cuerpo lo reabsorba con tratamiento, pero no aprecian una disminución realmente significativa. Lo idóneo sería una intervención quirúrgica, una craneotomía amplia. La alternativa es combinar la farmacología para acelerar la reabsorción tanto como sea posible, esperando que, al ser un paciente tan joven, no queden secuelas graves. – Estaba algo familiarizado con los términos médicos, es lo que tiene trabajar en la junta de administración de un hospital, y de dirigir una empresa basada en los seguros médicos. Aun así, no tenía mucha idea de cuál era realmente la gravedad del asunto. Pero si Pamina decía que lo idóneo era una intervención, es que esa era la vía que había que tomar.
—¿Con la operación el niño se recuperaría sin secuelas? – ella me miró un par de segundos en silencio antes de responder a mi pregunta.
—Es una operación delicada. Con un buen cirujano, el equipo apropiado y un buen postoperatorio, tendría que ir bien. Los niños nos asombran con su capacidad de recuperación. – sabía que quería darme buenas expectativas, pero soy una persona que prefiere ponerse en lo peor, para que el golpe, si llega, no sea tan fuerte.
—¿Confías en el equipo médico de ese hospital? – Pamina tomó aire antes de responder.
—Es un hospital universitario. Se supone que tienen que estar a la última en avances médicos, en cuanto al instrumental y equipo… no lo sabré hasta que lo vea. Cuando estudiaba aquí había de todo, equipo nuevos y viejos, todo dependía de las donaciones y de los recursos económicos del hospital. Han pasado 10 años desde entonces. – Asentí para ella. Otra tarea más, comprobar el material clínico.
Llegamos a al aeródromo privado, y nos dispusimos a subir al avión. Equipaje no iba a ser mucho, al menos por nuestra parte, pero enseguida advertí que no íbamos a ser los únicos pasajeros. Sam, el abuelo de Pamina, y uno de los mejores investigadores sobre el terreno de Viktor, estaba esperándonos dentro del avión. Nada más ver a su nieta, su sonrisa creció.
—Hola, pequeña. – ella lo abrazó con cuidado. No podía tirarse sobre él como antes, porque el tipo ya tenía sus años, sesenta y pico, pero no sabría concretar cuantos. Lo que sí sabía, es que todavía podía lanzar un buen par de golpes si hacía falta, aunque su fuerte era otro. ¿Saben ese tipo de detalles que solo se consiguen hablando con los vecinos, amigos?… investigación de campo lo llamaba él, y he de reconocer, que, pese a su edad, seguía siendo el mejor. Alcé mi mano para estrechar la suya.
—¿Te ha dado tiempo a hacer la maleta? – él me sonrió.
—Prácticamente llevo una siempre metida en el coche. – Demasiado tiempo trabajando para el tío Viktor. Uno aprendía a estar preparado, y él tenía años de experiencia a sus espaldas.
Nos acomodamos en varios asientos libres, y luego se acomodaron un par de los hombres de apoyo de Viktor. Cuando un Vasiliev se desplazaba, había que ir preparado por si acaso. Yo no esperaba problemas, pero estaba bien eso de tener ese tipo de recursos a mano. Ya saben, la familia no siempre se mueve en el lado correcto.
Pamina y Sam se sentaron juntos, así que, después de descargar el informe clínico en el servidor del avión, para que ella lo revisara más detalladamente, yo me centré en lo mío sin ningún remordimiento. Lo primero que llamó mi atención fue la partida de nacimiento del niño. Madre Astrid Minecroft, padre Amul Khan. Curioso. Tyler llevaba por tanto los apellidos de otro hombre, no los de su madre, ni siquiera el mío. El por qué tenía que investigarlo. Como debía de averiguar quién era ese tal Khan, y por qué había reconocido como propio a un hijo que Astrid insistía en que era mío. Lo que más tiempo requería, era la maldita prueba de paternidad, pero ya me había puesto a trabajar en ello. Tenía el nombre de un laboratorio en nuestro destino, donde garantizaban confidencialidad y rapidez. 24 horas y sabría si el niño era mío o no.
Abrí otro documento de la carpeta de Tyler, para encontrar su expediente académico. No es que destacase especialmente, pero tampoco era un desastre. A simple vista parecía un niño normal. Había algunas fotografías suyas, y algunas referencias al equipo de lacrosse. Cuando amplié una de ellas, vi a un sonriente niño rubio al que le faltaba uno de los incisivos. Estudié su imagen por unos instantes, intentando encontrar algún parecido conmigo, pero podría equivocarme. Su cabello no era tan rubio como el de su madre, sus ojos no tenían la misma tonalidad de azul, pero era complicado de determinar. Tendría que compararlo con ese tal Amul, aunque con ese nombre…
Luego abrí el archivo de Astrid. Allí encontré un resumen de toda su vida. Nació en una pequeña localidad de la américa profunda, de esas en que salir a cazar caimanes es la diversión para el fin de semana. Consiguió una beca para estudiar enfermería, que cumplimentó con un crédito estudiantil. Trabajó como camarera en un par de locales, y luego hizo las prácticas en el hospital universitario dónde estaba ingresado Tyler. Al parecer había trabajado allí durante bastante tiempo, hasta que hace unos meses se despidió. Que el niño estuviese ingresado allí podía ser una cuestión de confianza. Si había trabajado allí, era probable que conociese a los médicos que tratarían al niño. Pero la pregunta que necesitaba una respuesta más inmediata era ¿por qué se había despedido de su trabajo?
Por lo que parecía, tampoco se había cambiado nunca de apellido, y eso podía significar que no se había casado, o que no quiso cambiarlo. ¿Estaría casada con ese tal Amul Khan? ¿no tendrían un seguro médico para cubrir los gastos de la operación de Tyler? ¿no dispondrían de suficientes recursos financieros para costearla? ¿el tipo había desaparecido de su vida y tenía que afrontarlo ella sola? Demasiadas preguntas que necesitan una respuesta.
—Nos aproximamos a San José. Abróchense los cinturones para tomar tierra. – la voz del piloto me sacó de la lectura. Me quedaban algunos documentos que revisar, registros de fotografías y de las páginas sociales de Astrid, que Boby había rescatado de la red profunda. Pero eso tendría que esperar, era momento de ponernos en marcha.
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