Dafne
No ir a la boda de su prima como acompañante de Grigor no era una decepción. Apenas llevábamos unos días compartiendo besos de despedida, o furtivos como el que acababa de darme en público, no podía decirse que éramos como quién dice novios. Nada lo suficientemente oficial como para llevarme a un evento familiar tan importante. Y sí, hubiese sido una gran oportunidad de conocer a la familia del rey negro, pero también ellos me conocerían a mí, y de momento eso era mejor evitarlo. Moverme en esa zona de “estoy pero no estoy” es la parte fundamental de todo agente.
Además, ir al gran hotel para presenciar una boda íntima, no me habría repercutido muchos beneficios. Sí, estarían todos allí, pero no podría quitarme los ojos de encima de todos ellos, porque era la novedad y porque el gran Viktor Vasiliev vigilaría todo y a todos, sobre manera a mí, que era la nueva.
No era necesario correr, y en mi caso, era mejor ir caminando. Todavía quedaban un par de meses para que Natasha Vasiliev diese a luz, mucho tiempo para acercarme lo suficiente a Grigor como para poder hacer mi trabajo tal y como me habían ordenado. Un escalofrío recorrió mi espalda al pensar en ello. Nunca había matado a tanta gente, y mucho menos a un bebé recién nacido. Me habían adiestrado para no cuestionar las órdenes, a obedecer ciegamente, pero eso no quería decir que no pensara en las vidas que tenía que segar.
El rey negro podría ser el enemigo, el patriarca y el abogado tampoco serían buenas personas, quizás alguno más tampoco encajaría en ese rango. ¿Pero el bebé? ¿Él que culpa tenía? Ya, lo sé, en la guerra había daños colaterales. Mujeres, niños y otros hombres que sencillamente no eran nadie importante, que simplemente tuvieron la mala suerte de estar donde no debían.
Pero esto no era la guerra, solo era una misión de espionaje, y ahora se había convertido en una eliminación de objetivos. Pero, se suponía que yo podría eliminar solo a las personas que madre consideraba dañinas, objetivos específicos, no toda una familia. Culpables e inocentes caerían de un solo golpe, nada del trabajo quirúrgico que se suponía hacía un agente.
Respiré profundamente e intenté sacudirme de encima esa mala sensación. Yo no estaba allí para discutir una orden, tampoco para pensar o rebatir los criterios que había llevado a madre a escoger los objetivos y su forma de eliminación. Yo solo debía cumplir con lo que me habían ordenado, yo solo…
Sacudí la cabeza para alejar todo pensamiento de ella y centrarme en lo que tenía que hacer. Una vez sola en la palestra, me dediqué a investigar tanto como pude en la oficina. Por mucho que revisé ahí, no pude encontrar mucho, porque lo tenían casi todo digitalizado. Entrar en el ordenador me costó un poco, el acceso era algo complicado para tratarse de un simple ordenador de una empresa pequeña. Y sí, los que encontré allí ratificaba eso. Facturas, pedidos, pagos, envíos… Más o menos era lo que podía verse a simple vista, no había allí nada fuera de lo normal, salvo quizás el hecho de que desde allí se llevaba una contabilidad profesional y se gestionaban todos los trámites con las administraciones públicas. Seguramente algún contable venía de vez en cuando a hacer eso, tendría que fijarme mejor.
Después de dejar un micrófono escondido debajo de la silla del despacho, me centré en terminar con rapidez el trabajo que se suponía que tenía que hacer. El sistema registraría el tiempo que había pasado desde el cierre hasta que yo salía de allí y activaba la clave de cierre de la puerta.
Tampoco olvidé colocar el disco clonador oculto detrás del aparato electrónico, así, cuando Grigor o Sokol desactivaran la alarma y procedieran a la apertura, el disco crearía una copia electrónica de la transacción, lo que serían los impulsos eléctricos que genera el sistema cuando la clave es correcta.
Cuando me senté en el coche, lo primero que hice fue colocar el rastreador GPS debajo del asiento del copiloto, un lugar que normalmente la gente no le daba por investigar.
Cuando todo estuvo hecho, regresé a casa, estacioné el vehículo tan cerca del apartamento como pude y me dispuse a empezar con mi rutina habitual. Cena, ducha y a la cama. Desde que Grigor había empezado a acompañarme a casa, Ivan había tenido la buena costumbre de no aparecer por allí. Es más, desde que hable con madre y me dieron el nuevo material, no había vuelto a verlo. No debía preguntar, pero era probable que habría vuelto a Rusia. Yo solo era un efectivo de campo que estaba fuera de la zona, y que había demostrado no necesitar una supervisión constante.
O tal vez estaba en Londres, madre también tenía asuntos por allí. Por eso mi inglés era tan perfecto, y tenía acento británico, porque la mayor parte de mi vida había estado allí. Los períodos de vacaciones eran otra cosa; odio las vacaciones ¿por qué?, pues porque eran los períodos en que madre me encerraba en aquellos centros de adiestramiento para agentes especiales.
No era la más joven, no era la más fuerte, pero sí era en la que ponían más interés en que aprendiese rápido y bien. Sobre todo porque querían complacer a mi padre. Él era el que se había encargado de que me adiestraran los mejores. Según él, se lo agradecería en el futuro. Allí todos le admiraban, porque no solo había sido un agente más, sino que había alcanzado metas que los demás ni imaginaron que podría hacerse. Su poder había sido, y seguía siendo, enorme. Aunque bueno, tenía más de 80 años, seguramente otros ya le habrían quitado parte de ese poder.
Sí, han oído bien, mi padre biológico era muy viejo. Según la biografía que podía consultarse en internet, él nació en 1952. Se preguntarán como una hija de Vladimir Vladimirovich Putin acababa haciendo este tipo de trabajo. Bueno, no había sido oficialmente reconocida, no era más que una bastarda, una cuyo padre dio lo mejor que podía ofrecer sin que nadie lo descubriese, porque me convertiría en una debilidad para él. Me ofreció conocimiento, disciplina y formación. Como él decía, lo único que necesitaba una persona para triunfar en la vida, el resto tenía que ponerlo yo.
Cerré los ojos una vez me hube acostado en mi cama, deseando que las pesadillas no regresaran otra vez. Eso era lo único que no me habían enseñado a controlar, los sueños. El miedo no había sido fácil, el secreto era acostumbrarse a vivir con él. Pero las pesadillas… allí perdía el control de todo, porque volvía a ser un ser débil al que moldeaban a golpes para que encajara en el molde que querían crear. ¿Lo habían conseguido? Si no era así, al menos debía fingir que lo habían conseguido, porque si no les convencía, volverían a enviarme allí.
Cerré los ojos e intenté evocar la imagen de Grigor, porque su presencia era reconfortante, agradable, tranquila, dulce. Todo aquello que no podía tener de otra manera, todo lo que no me permitían alcanzar. Ojalá nos hubiésemos conocido en otras circunstancias, ojalá él no fuese un Vasiliev, aunque bastaría con que yo no fuese quien era. Daría mi vida por ser realmente quién fingía ser, aún con todos los padecimientos que eso suponía. Nada sería peor que mi auténtica vida.
Pero soy lo que soy, ellos me crearon. Soy una máquina que hace lo que ellos quieren que haga, rápida, autónoma y eficiente. Sin sentimientos, sin dudas, sin vacilación, y lo más importante, sin remordimientos. Eso era lo que querían de todas nosotras, extirparnos los sentimientos, y si no era así, al menos los meterían en un pequeño agujero dentro de nuestra seca alma, donde no podrían causar problemas.
Yo era eso, una maquina eficiente y bien engrasada. Un monstruo de negro corazón que no tiene salvación, ni la quiero, ni la deseo, porque ellos se encargaron de que así sea.
Seguir leyendo