Dafne
Que Ivan pululase a sus anchas por mi apartamento no es que me agradase, pero ya estaba acostumbrada. Nunca tuve un lugar que pudiese llamar mío, nunca tuve privacidad, tampoco algo que pudiese decir que me pertenecía, una posesión que guardar. Todos ellos se encargaron de mostrarme que no tenía derecho a tener nada; ni posesiones, ni derechos, ni sueños.
Sabía que había estado vigilando todo el rato, por lo que intenté rememorar cada paso, cada palabra que había dicho, por si había actuado de una manera que él pudiese considerar incorrecta. No quería fallar, no podía.
—Alguien quiere hablar contigo, Vorobey. —Él me tendió su teléfono. Ya sabía quién estaría al otro lado antes de escuchar su voz.
—Tu informe dice que se han relajado. —El tono era casi dulce, nada autoritario. Pero no me engañaba, aquel tono en boca de madre era mucho más peligroso que uno más rudo. Si estaba enfada ya sabías a qué atenerte, pero cuando te habla de esta manera… uno no sabía qué iba a hacer contigo.
—Así es. Ya no hay tanto movimiento en la central de control. El rey está menos tenso. —Aproveché un momento que fui al baño para enviar ese informe esa misma tarde. Ella no se había tomado demasiado tiempo en analizarlo, en calcular la manera en que debía mover su siguiente ficha.
—Bien. ¿Colocaste el espía? —Nuestro espía era el gusano que envié con el pedido del restaurante.
—La mula lo llevó hace días. —confirmé.
—Entonces comprobaremos si ya está operativo. —Si no era así, enseguida me lo dirían para proceder a un nuevo intento.
—¿Alguna orden más?
—De momento no. Estás haciendo un estupendo trabajo, vorobey. —Escucharla decir esas palabras me hicieron sentir bien. Más que de otra persona, era a ella a la que deseaba complacer.
—Gracias, madre. —Todas las chicas le llamábamos madre, pero yo tenía más motivos que el resto. ¿Por qué? Porque realmente era mi madre, la mujer que llevó en su vientre. Por eso yo fui diferente al resto, por eso a mi me trataron de una manera especial.
—El informe de Ivan dice que tienes al muchacho comiendo de tu mano. —Seguramente estuvo hablando con ella mientras espiaba por la ventana. Un análisis frío y objetivo era lo que ella quería, así que se lo di.
—Es solo un crío; impresionable, fácil de manipular, con ganas de destacar y sentirse importante.
—No te involucres demasiado, vorobey. Puede que tengas que deshacerte de él muy pronto. —¿Ivan le habría dicho algo?
—Soy un buen soldado, madre, no lo haré. —Debía darle lo que ella pedía, quería que confiase en mí. Además, cuando ella te dice que hagas algo, simplemente lo haces. Sus órdenes no se cuestionan; se cumplen. Cuando Niurka Vladislava te asigna una misión, sabes que no hay margen para el error.
—Recibirás nuevo material muy pronto. —Mis ojos se fueron directamente hacia Ivan, él era el encargado de suministrarme todo lo que podría necesitar; armas, equipamiento de espionaje, documentación, dinero. Cualquier cosa que me hiciese falta, solo tenía que pedírsela.
—Estaré esperándolo. —E impaciente por saber de qué se trataba.
—Adiós malen’kiy vorobey. —Ese es el apelativo más cariñoso con el que ella me premiaba cuando estaba contenta con mi trabajo; pequeño gorrión.
—Adiós, madre. —Ella cortó la comunicación antes que yo, probablemente ni escuchó mi despedida.
Ivan se acercó a mí para tomar su teléfono. Él no había perdido detalle de la conversación, y seguramente sabría lo que madre me había transmitido. Sin decirme nada avanzó dos pasos para llegar hasta el sofá, inclinarse sobre el respaldo, y sacar una pequeña bolsa negra del hueco entre el mueble y la pared. No, no era mi equipo de fuga, pero había estado muy cerca. Mentalmente me recordé el revisar si todo seguía en su lugar y completo cuando él se fuese.
—Dos rastreadores, un clonador de cerraduras electrónicas, dinero en efectivo, una identificación nueva, y una tarjeta de crédito prepago. —Fui revisando cada pieza a medida que me las iba presentando.
Cualquier otro no entendería realmente hacia dónde me llevarían esos objetos, pero yo sabía para qué debía usar cada uno de ellos, porque contaban una historia. Los rastreadores eran para colocarlos en vehículos importantes, el clonador era para poder acceder a sitios con cerraduras numéricas como era el caso de la de la palestra. Había memorizado el código de Grigor, y esperaba que en no mucho tiempo a mí me dieran el mío, así que lo del clonador era para que otra persona, a parte de mí, entrase en las instalaciones. Aunque sospechaba que había otra razón más, como el que pensaran, igual que yo, que la cerradura era más de lo que parecía. Un clonador revelaría los procesos de acceso que registraba el aparato, y además los guardaría para un posterior uso.
Y luego estaba la segunda parte del lote; dinero, identificaciones…Eso significaba que me preparaban para una posible huida inminente. Pero si mi tapadera estaba tan consolidada, dejaban pocas opciones para imaginar lo que podría suceder. Primero: que Ivan iba a desaparecer un tiempo de Las Vegas, y segundo: que pronto iba a hacer algo que me obligaría a desaparecer. Quizás incluso podrían ser ambas cosas. La respuesta que confirmaba mis especulaciones llegó en una pequeña bolsa de plástico transparente, de esas que tiene un cierre zip. Dentro había un par de esos colirios en monodosis y una pequeña cajita de la farmacia, que parecía contener esa crema que la gente usa para untarse la nariz cuando está resfriada. Sí, ya saben, cuando nuestra nariz se poner roja e irritada de tanto uso del pañuelo.
—N-3. —Mis ojos se alzaron rápidamente hacia él, dejando de lado el veneno. Más importante de que se trataba de un veneno nervioso, derivado del Novichok, era el objetivo al que debía inocular con él.
—Podría matarlo solo con mi cuchillo. —él sonrió levemente, sabía que era capaz de matar con esa arma, de hecho ya había pasado por ello. Aunque mi estómago se contrajo al pensar en que debía hacerlo. ¿Dudas sobre matar a Grigor? Probablemente sería mi vida o la suya, porque cuando un agente falla, el muerto es él. La cuestión no era si lo iba a hacer o no, era en si quería, y no, no quería.
—No es para tu amigo, vorobey, ni para el tonto de su primo. —entonces las opciones se reducían. Solo quedaba el rey negro, era al único que podía tener acceso con seguridad, solo debía esperar a que él se acercara al restaurante y estaba hecho. Si como sospechaba el contenido de las ampollas monodosis era novichok, solo tenía que ponerlo en su café y listo. Estaría muerto en cuestión de minutos. El tiempo suficiente como para desaparecer antes de que se diesen cuenta.
—¿El rey negro? —Suponerlo no era lo mismo que una confirmación.
—Seguro que has visto el abultado vientre de su hija.
—Está embarazada, lo sé. —¿Querían que la matase a ella? No solo sería una muerte que afectaría al rey negro, sino que sobrecogería a toda la familia por su estado. Matar a una embarazada y al bebé que llevaba dentro, ese sí que era un golpe duro. Mi estómago se contrajo un poco más, llegando a convertir ese pequeño dolor en algo que no podía pasar por alto.
—Sería un detalle por tu parte el que llevaras unas flores para felicitarla por el nacimiento de su pequeño. –Entonces entendí.
—¿Cuál es el agente de activación? ¿y cuánto tiempo tengo para salir de allí?
—En contacto con el agua se irá convirtiendo en un aerosol. La reacción tardará entre 5 y 10 minutos. La crema deberás ponerla alrededor de las fosas nasales y encima del labio superior. —El resto de la información ya la sabía; no respires por la boca y sal de allí lo antes posible. El agente vaporizado pronto se extendería por toda la habitación, impregnándose en todas las superficies. Dependiendo del tamaño de la sala y la ventilación, entre 15 minutos y media hora todos los que estuviesen allí estarían contaminados. Todo aquel que respirase aquel aire por más de 10 minutos, que tocase una superficie, estaría contaminado. No solo el paciente, sino las visitas, el personal del hospital… todos acabarían muriendo. La única manera de descontaminar el lugar era someterlo a una limpieza con luz UV.
—¿Y la mucosa ocular? —Si era un aerosol, también podría contaminarme si el agente bacteriológico entraba en contacto con mis ojos.
—Tendrás mareos, nauseas y cansancio. Pero procura no estar más de 15 minutos expuesta, o el antídoto no servirá de nada. —Deslizó un par de pastillas protegidas en sus capsulas.
—¿Cuánto tiempo antes debo de tomarlo? —Todos sabíamos que eso que ocurría en las películas era mentira, si estabas contaminado, tomarte una pastilla no te salvaría, había que meter la antitoxina antes para que el cuerpo tuviese tiempo de distribuirla por todo el torrente sanguíneo, o en todo caso, suministrarla al paciente por inoculación intravenosa, y eso último no garantizaba el éxito.
—3 horas. —Cogí el paquete para observarlo detenidamente en mis manos.
—Lo tengo. —No quería mirarle, no quería que viese las dudas en mis ojos, porque eso acabaría conmigo como otra víctima más en esta misión. La vacilación acabaría con tu vida, era la primera lección que te enseñaban. Y como aprendí con el tiempo, no solo se refería a que el enemigo te ganase en la pelea, si no que tu propio aliado vería en ti una debilidad que había que erradicar.
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