Avalon
Lo que menos esperaba encontrarme en mitad del salón era a un hombre en calzoncillos levantándose del sofá, y no es que fuese tímida, bueno, un poco sí, pero es que, a parte de mi hermano y mi padre, no he visto a un hombre levantarse con el mástil enarbolado viniendo directamente hacia mí. Lo sé, algunos hombres suelen despertarse con una tumescencia peneal nocturna, o lo que es lo mismo, con el pene erecto, que no tienen nada que ver con el cerebro, o el hecho de que yo fuese la primera mujer con la que se tropezaba esa mañana. Lo siento, eran más de las doce del mediodía, pero no hacía más de una hora que me había despertado, y en su caso creo que era primera hora de la mañana.
—Buenos días. —Era uno de los gemelos Di Ángelo, y no necesitaba preguntar para saber cual de ellos era. Aquella sonrisa lasciva, y aquella seguridad al mostrarse desnudo frente a mí, solo podía encajar con una persona, y era Hugo. Si no recordaba mal, era el único que quedaba soltero de los chicos Di Ángelo.
—Buenos días. —Pasé hacia la habitación de la abuela Lupe como si su presencia no me perturbase, pero no pude evitar darle una miradita a su trasero mientras se alejaba en dirección al baño. Tenía que reconocer que el chico estaba bien proporcionado.
—Deja de mirarme el culo. —Alcé la vista hacia su cara, para encontrar que no me estaba mirando. Engreído. Es lo que ocurre con algunos hombres, que son atractivos a rabiar, tienen un cuerpo de pecado, pero solo necesitan abrir la boca para perder todo el sexapil. Pues eso le ocurría a Hugo, que pasaba de tener 100 puntos a perderlos todos.
—Creído. —No lo grité, pero lo dije en voz alta para que me oyese. De la misma manera que yo oí su risa mientras desaparecía.
Mi cuerpo estaba agotado, o más bien resacoso. No tenía ganas de hacer nada, así que me tiré de espaldas sobre la cama, y dejé que mi mente divagara sin rumbo. Y como no, fue directa al tormento de mis pensamientos; Adrik. No podía culparle por haberse ido sin despedirse de mí. Una idea estúpida llegó en ese momento a mi aturdido cerebro, ¿y si sí lo había hecho? Busqué a mi alrededor mi teléfono sin encontrarlo. Ni siquiera sabía donde estaban mis zapatos, por eso acabé en la cocina descalza y con un vestido arrugado como toda vestimenta. Seguramente mi pelo parecería un nido de ratas, y mis ojos tendrían unas marcadas ojeras grisáceas. En fin, como no estaba la única persona a la que quería impresionar con mi aspecto, no me importaba parecer una loca.
Escuché un grito y un quejido, seguido de algo de alboroto. Soy médico, quizás necesitaban ayuda, así que salí a ver qué podía hacer.
—¡No lo toques! —Gritó Josh a mi hermano.
—Solo quiero comprobar si está…—Josh no le dejó terminar.
—Torcido, lo sé. Pues te aseguro que sí.
—Déjame mirar, soy médico. —Aquella era la voz de Hugo.
Abrí la puerta para encontrar una escena un poco incómoda. Josh vestida solamente con la camisa de mi hermano, Hugo en calzoncillos cogiéndola por la pierna, y Owen a punto de saltar sobre él para estrangularlo.
—Ve a ponerte algo encima, ya se encarga mi hermana de revisarlo. —Hugo giró la cabeza a su espalda para mirarme.
—Todo tuyo. —Se puso en pie y se apartó. Solo tuve que seguir la mirada de mi hermano para saber que Hugo se estaba alejando de nosotros.
—Vamos a ver. —Palpé algunos puntos del tobillo y del pie, buscando la reacción que me dijera que había algo roto.
—¡Ouch! —finalmente se quejó Josh.
—No parece que haya algo roto. Se trata solo de una torcedura leve. Un vendaje compresivo, hielo y el pie en alto unos días. Estarás como nueva en nada.
—Eso también podría haberlo dicho yo. —Miré por encima de mi hombro para encontrar a Hugo dentro de unos pantalones.
—Estupendo. Iré a buscar un botiquín a ver si tienen vendas.
—Mejor iré a buscar a Angie. —Hugo se movió rápidamente.
—Sí, eso será más rápido. Iré a buscar algo de hielo a la nevera. —Nos dejaron solas, así que confesé ante Josh lo que ni mi hermano ni Hugo le dirían.
—Mejor que te haga el vendaje una enfermera, porque si te lo hace un médico…—Puse los ojos en blanco. Todo el mundo sabe, al menos en el ámbito sanitario, que las que se encargan de los vendajes, inyecciones, coger vías, y hasta poner puntos, son las enfermeras. Y ya se sabe, cada uno sabe de lo suyo.
No sé cómo ocurrió, pero unos minutos después estábamos todos mirando como Angie vendaba el tobillo de Josh, y surgió el asunto de que iba a viajar a Asia para visitar algunos laboratorios de investigación. Una cosa llevó a la otra y…
—Quizás te gustaría visitar el laboratorio con el que trabajamos en el Altare. Drake y yo estamos trabajando en un proyecto de piel artificial que ya está dando sus primeros frutos. —Aquello despertó mi curiosidad.
—¿Piel artificial? Hace décadas que ya se trabaja con algo así. —Hugo esbozó una sonrisa autosuficiente.
—No de la manera en que lo hacemos nosotros. —Ahora sí que quería saberlo todo.
—Cuéntame más.
Hugo empezó a hablarme sobre técnicas de cultivo de células epiteliales a partir de células madre fabricadas con el método… Bueno, no voy a aburrirles con los tecnicismos, pero resumiendo y para que lo entienda un profano, fabricaban una capa de piel a partir de una materia orgánica creada en laboratorio. Con una impresora creaban capas con este material, que simulaban una piel real. Con sus vasos capilares básicos, terminaciones nerviosas… En fin, con cada parte que estaba presente en una piel real. Pero antes de injertarla en el sujeto, elaboraban un mapa 3D con todos esos minúsculos detalles, para saber exactamente dónde debían cortar, y encajar las venas, los nervios… Como si fueran tuberías que hubiese que empalmar, salvo que a un tamaño casi que microscópico. Algo complicado y tedioso que habían conseguido realizar gracias a una complicada inteligencia artificial y ordenadores cuánticos. Ahí prácticamente me perdí, pero no en lo que era la parte científica.
—Es realmente asombroso.
—Lo sé. —Bruno cruzó sus brazos sobre el pecho mientras sonreía.
—¿Quieres que hable con Drake? Seguro que puede concertarte una visita con el laboratorio en la India que elabora nuestro fluido orgánico de cimentación. —¿Qué si quería?
—Ya estás buscando tu teléfono y haciendo esa llamada. Es más, dame el número de Drake, le pasaré nuestra ruta y las citas que ya tenemos programadas para solicite esa visita cuando pasemos por allí.
—¿Y qué me darás a cambio? —La sonrisa de Hugo se volvió depredadora.
—Dejaré que me lleves a la playa. —Hugo ladeó la cabeza.
—¿Has traído bikini? —Sus ojos recorrían mi cuerpo como si tratase de imaginar esa prenda sobre mí.
—¿Quieres que le diga a tu madre que tratas así a nuestros invitados? —La voz de Angie nos hizo girar la cabeza a ambos hacia ella.
—Es una pregunta inocente. —Se defendió Hugo mientras alzaba las manos en señal de rendición. Nada como mencionar a la madre de uno para apretar el trasero, da igual la edad que tengas.
—Tranquila, Angie. Para romperle algún hueso ya tengo a mi hermano. —Owen alzó una ceja.
—¿Por qué tendría que romperle algo? —Preguntó mi hermano.
—Porque nos vamos a ir todos a esa playa, ya sabes, en plan familiar.
—¿Podemos? —Preguntó ilusionada Josh.
—Pues claro, cariño. Y ya sé quién me va a ayudar a cargar con la nevera de los refrescos. —La mirada que le dio Owen a Hugo le dejó claro que no iba a poder escaparse.
No es que sea mala, pero me encanta pararle los pies a los chicos que se creen un regalo de Dios, y que los simples mortales estamos aquí para adorarles y satisfacer todos sus caprichos. Hugo había encontrado la horma de su zapato conmigo si pensaba que podría seducirme como a una tierna adolescente. Tengo un hermano, y primos, sé cómo piensan los hombres, casi puedo escuchar lo que dicen en su cabeza cuando son las hormonas las que toman el control. Al único que no he conseguido descifrar ha sido a Adrik. Pero algún día…
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