—Esta es la estatua de Cibeles. Es de origen hitita. Los griegos después la nombraron como Meter Oreie, que viene a ser algo así como madre de la montaña. – contemplé una enorme estatua femenina labrada en la pared de roca de la montaña. Era espectacular. Si no había escuchado mal, no era griega, si no hitita. Estos griegos y sus manías de apropiarse de las cosas de otros. No, espera, todos hicieron eso, como los romanos, que copiaron a todos los dioses griegos y sus mitos y leyendas. Al final, los que llegan los últimos se apropian de las cosas de los que estaban antes.
—Es preciosa. – Argus me ayudó a continuar por el sendero.
—Cerca de aquí hay unos restos que pertenecían a una ciudad antigua. Y alrededor de un kilómetro al este hay algunas fuentes termales y por supuesto la gruta de Apolo. – Bien, así que estábamos cerca. Mis piernas ya estaban sufriendo por aquella caminata. Ni bebida reconstituyente, ni barritas energéticas. Mis músculos protestaban con razón por la paliza que les estaba dando.
—¿Podemos descansar un rato?, estoy algo cansada. – Argus me miró con pesar y lanzó un silbido al aire para detener el paso del resto de hombres.
—10 minutos de descanso. – no sentamos en el mirador desde el que se contemplaba la enorme figura esculpida en la roca. Terminé con los restos del agua de mi botella, pero no me quedé con sed, porque Argus me dio la suya.
Cuando volvimos al camino, mi cuerpo protestó, pero, aun así, le obligué a continuar. Como para lanzarme a una huida estaba yo. Encontramos los restos de la ciudad, y después una de las fuentes termales. No pude resistirme a meter mis dedos en sus aguas calientes. Lo malo de aquel lugar era que uno no podía demorarse demasiado en disfrutar de ellos, porque a veces había alguien detrás esperando su turno para hacer lo mismo que yo. Escuché sus voces suaves, casi susurradas a mi espalda… me giré para abandonar mi lugar y dejarles ocupar mi puesto, cuando me di cuenta de que estaba sola. No había nadie, solo Argus observándome a 4 metros de distancia, y como a 10 metros Schullz y sus hombres controlando el perímetro. Pero aquellas voces, aquellos susurros… se oían tan cerca. ¿Sería una alucinación por mi cuerpo agotado?, ¿sería mi cerebro dándole vida a los sonidos del viento enredado entre los árboles? Todo podía ser. Me encogí de hombros, y decidí volver a meter mis dedos en el agua. Y ahí estaban, esos susurros, más audibles cuando entraba en contacto con el líquido.
—¿Estás bien? – giré sobresaltada hacia atrás, para encontrar el gesto preocupado de Argus.
—Eh, sí. Está calentita. – él me sonrió.
—Estamos sobre un volcán extinto. El lago Atalani se formó en el hueco de la chimenea. –
—Ah. Curioso. –
—Vamos, tenemos que llegar a la gruta de Apolo antes de ir al campamento. –
Seguimos algunas indicaciones del camino, pero me di cuenta de que no seguíamos los carteles que indicaban el camino a la gruta.
—¿Conoces un atajo? – pregunté. Argus se volvió hacia mí y me dio una pequeña sonrisa.
—Esa gruta de Apolo no es la auténtica gruta. –
—¿No? –
—Verás, podemos visitarla si quieres, pero no es la que estamos buscando. –
—Me gustaría verla. – Argus asintió e indicó el camino al resto de hombres. No me había dado cuenta antes, pero ahora éramos nosotros los que estábamos en cabeza, guiando al resto.
No es que la gruta me decepcionase, pero esperaba algo más…impactante, no sé. Tuvimos que entrar por el río para acceder a la entrada a la gruta. Mis deportivas se empaparon, antes de que Argus me tomara en sus brazos y nos llevara hasta allí. Cuando me depositó en el suelo, pude apreciar que sus pantalones estaban mojados casi hasta las rodillas. No sé si es que se había instalado esa costumbre en mí, pero mis dedos se arrastraron por la pared de roca para tocar el agua que se deslizaba por una de las paredes. El murmullo estaba allí, pero no tan intenso como la vez anterior. Por una vez estaba de acuerdo con Argus, aquella no parecía la gruta que buscábamos, aunque estaba cerca.
—¿Podemos dejar la ruta turística ya?, tengo hambre. – Y así Schullz acabó con nuestra excursión.
Regresamos por el camino anterior, hasta tomar una bifurcación que nos llevó hasta el campamento que habían preparado la gente de Agneta. Había un par de vehículos todo terreno, y unas cuantas tiendas montadas. Pero lo que más le gustó a mi estómago, fue el olor que flotaba en el aire. Comida, allí nos esperaba comida recién hecha. Al llegar a la tienda principal, la primera en recibirnos fue la “agradable” cordialidad de Agneta.
—Llegáis tarde. – su tono parecía el de una madrastra mandándote a la cama sin cenar, o al menos eso era lo que esperaba que ocurriese. Gracias a… ya no sabía a quién agradecerle, bueno, que no nos castigó sin cenar.
En la mesa estaba el abuelo tomándose algo caliente en una taza, mientras Agneta estaba… uf, el pobre Cort sí que debía estar mal. Su madre estaba alimentándole con una jeringuilla por una sonda nasogástrica, ya saben, ese tubo que te meten por la nariz para introducir el alimento en forma de puré hasta tu estómago. Cort me miraba resignado, como si la vergüenza ya no tuviese espacio en su vida.
—Podemos ponernos en camino al alba, no pasa nada por retrasarnos unas horas. – indicó Argus. Agneta se volvió hacia él bastante enfadada.
—Ese no era el plan. Teníamos que llegar a ese lugar esta noche. – empujó el émbolo de la enorme jeringuilla del puré de forma brusca, haciendo que un pequeño quejido lastimero saliera del pecho de Curt. – ¡Oh, lo siento cariño!, te he quemado. – sus manos acariciaron amorosamente el rostro de su hijo, mientras su rostro mostraba una expresión culpable y abatida.
—Son solo unas horas, Agneta. La gruta seguirá estando allí mañana. – Agneta se giró hacia Argus de nuevo con esa expresión asesina en su rostro. Se estaba mordiendo la lengua para no hablar, pero yo casi podía escucharla en mi cabeza “tal vez no tengamos esas horas”.
—Será mejor que os vayáis a descansar. Schullz, prepara todo para salir al amanecer. –
—Sí, señora. – Schullz se levantó, y se dispuso a dar órdenes a los hombres del campamento. Argus se giró hacia mí.
—Come algo. Iremos a la tienda a descansar unas horas. Saldremos al alba. – Asentí para él y cogí todo lo que había en la mesa a mi alcance para llenar mi estómago. El día siguiente iba a ser duro, o en su caso, definitivo. Ya no había vuelta atrás.
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