Grigor
Había esperado ese beso como como un cactus del desierto desea un buen chaparrón. Y cuando llegó, creo que sentí como si fuera la mañana de Navidad y yo tuviese 6 años. ¡A la mierda los consejos de Sokol!, no todas las chicas son iguales, Dafne al menos no era como el resto. Ella era como yo, joven por fuera, pero vieja por dentro, como si en nuestra corta existencia sobre este planeta, hubiésemos vivido mucho más de lo normal. Mi excusa es que soy un Vasiliev con un cociente intelectual de 152, necesito saberlo todo ahora, y mi sed de aprendizaje no tiene límites. Pero ella… ¿Cuáles fueron sus aprendizajes? ¿qué la motivo? Dafne se había convertido en el último misterio que me moría por desentrañar.
Estaba trabajando y no podía apartar la mirada de ella, pero no quería presionarla como un adolescente impaciente. Ella marcaba el ritmo, y por el momento, parece que el barco avanzaba hacia buen puerto.
Los chicos de mi edad suelen ir tan rápido como pueden, buscando conseguir el premio, da igual que luego se rompa al primer uso. Lo cojo, lo dejo. Pero con Dafne yo no quería que fuese así, porque sabía que necesitaba descubrir todo lo que ella escondía. Me lo tomé como una excavación arqueológica, en la que la velocidad no es lo importante, sino el hacer bien las cosas.
—Te ha atrapado. —Me acusó Sokol mientras me lanzaba un juego de cuerdas.
—¿Y qué si es así? —Negarlo no serviría de nada. Además, las mentiras no llevan a ninguna parte, no cuando las evidencias eran tan claras.
—Solo ten cuidado. —Un año de más no le daba mucha ventaja sobre mí, sobre todo porque nos habíamos ido de correrías juntos desde que éramos niños. Pero Sokol creía que debía protegerme porque era el mayor.
—Es un juego peligroso, Sokol. Todos podemos salir lastimados, incluso tú. —Aquello le hizo abrir los ojos un poco más.
—¿Yo?, estamos hablando de ti. —Le cogí por el cuello para acercarlo a mí sin dejar de sonreír.
—Somos demasiado jóvenes para que cupido nos hiera de muerte, primo. Deja de preocuparte por mí, solo me estoy divirtiendo. —Tener un negocio no nos convertía en hombres responsables, solo en jóvenes con un futuro prometedor. Los 17, los 18, eran para equivocarse, tropezar… Así es como todo el mundo aprende a levantarse de nuevo.
Parece que no le había convencido del todo, pero no siguió insistiendo. Mientras él iba en auxilio de un novato que estaba formando cola en la pared norte, yo aproveché para buscar con la mirada a mi sirena. Y allí estaba, explicando a un par de chicos lo que tenían que hacer para rellenar un formulario. Otros que iban a picar. Desde que Dafne había empezado a trabajar en la recepción de la palestra, los nuevos socios se habían incrementado un 65% por encima de lo habitual. Y era fácil saber por qué. Con aquel atuendo deportivo era un imán para la vista, y si te acercabas a preguntar, su voz te atrapaba como si fuese miel. Y ya saben lo que ocurre con eso, que las moscas no pueden escapar.
Podía estar celoso, pero era imposible, porque ella no hacía nada para caerles mejor, no se servía de artimañas femeninas para cautivar a los hombres. Ella solo tenía que sonreírte para darte la bienvenida al local, y ya estabas perdido. Lo sé, porque a mí me ocurrió lo mismo. Ella no flirteaba, ella solo era amable con los clientes.
Dafne
—¿Cuándo dejarás que te acompañe hasta la puerta? —Sí que había sido rápido. Ni siquiera había apagado el motor, y ya me lanzaba la pregunta. Y yo pensando que la situación iba a ser incómoda porque ambos tendríamos en mente el beso furtivo que le regalé en un arrebato.
—¿Otra vez? No soy ninguna niña indefensa, puedo ir hasta la puerta yo solita. —Si él supiera. Podrían asaltarme, pero había un 99% de posibilidades de que no fuera yo la víctima. El 1% restante se lo dejaba a aquellos que eran mejores que yo con estas cosas. No soy una ingenua, siempre hay alguien mejor.
—No he dicho que no puedas, solo que me gustaría caminar a tu lado y dejarte en la puerta de casa para que mi alter ego caballeresco se sienta realizado. —Todavía no entendía como un chico de 17 era capaz de unir en la misma frase más de una palabra culta. Quiero decir, de las que usaría alguien más mayor, más… más leído.
—Así que seríamos tres de camino a mi apartamento, tú, yo y tu ego. Si me traigo a una amiga podemos montar una fiesta. —Poco a poco me estaba haciendo con ese sentido del humor que él gastaba. Escucharle reír era agradable.
—¿Eso es un sí? —¿Era el momento? Quizás había llegado la hora de dejarle echar un vistazo al otro lado de la puerta, aunque no atravesarla.
—Está bien. —Puse los ojos en blanco mientras cogía la mochila que descansaba a mis pies.
Él salió feliz del vehículo y apresuró el paso para alcanzarme antes de que cerrase la puerta. Su sonrisa era una mezcla de alegría infantil y triunfo adolescente; imposible no caer rendida ante ella. Por suerte yo ya estaba vacunada de ese tipo de cosas.
Caminamos en una especie de cómodo silencio hasta que llegamos frente a mi puerta. Metí la llave dentro de la cerradura, pero no la giré. Me di la vuelta para encontrar a Grigor parado a medio metro de mí, esperando con las manos en los bolsillos como un niño bueno.
—¿Contento? —Su sonrisa se amplió, haciendo que el verde de su mirada brillase.
—Mucho. —Mi muñeca se movió para que la llave girase finalmente y la puerta se abriera, aunque solo un centímetro, lo justo para que no viese lo que había dentro, así mantenía su expectación hasta el último segundo.
—Entonces ya puedes regresar a tu coche. Has entregado a la damisela en el castillo, sana y salva. —La punta de su lengua asomó entre sus labios, al tiempo que bajaba la vista para no mirar directamente mis ojos. Conocía ese gesto, sabía lo que venía ahora.
—¿No merezco un premio por tan buen trabajo? —Sus ojos se alzaron tímidamente hacia mi rostro. ¿Cómo un chico que se desenvolvía con tanta confianza ante desconocidos, podía mostrar esa timidez ante mí? La respuesta estaba delante de mí; yo le gustaba mucho. Y sabía lo que quería.
—¿Premio? —Antes de que me diera cuenta él se movió rápido. Su boca estaba sobre mis labios, besándolos con ganas y delicadeza al mismo tiempo. No sé cómo podía conjugar ambas.
Mi labio inferior fue succionado con dulzura, convirtiéndolo en un prisionero que se resistió a liberar cuando empezó a alejarse de mí, aunque no demasiado. Sus ojos me miraban con ganas de más, pero con el miedo de ser recriminado por aquella osadía.
—Hasta mañana. —No me dio tiempo a reaccionar. Se despidió, me dio una sonrisa y se alejó. Aceptaba mis límites, y se conformaba con atravesar unos pocos centímetros cada vez, como si de esa manera empujara ese límite un poquito, lo justo para que no se notara.
Esta vez fui yo la que le observó alejarse por las escaleras, asegurándome de que llegaba sano y salvo hasta su coche, como si de alguna manera los roles de protector y protegida se hubiesen intercambiado. ¡Era tan inocente! Sacudí esa idea de mi cabeza y empujé la puerta para entrar en el apartamento, encontrándome de frente con la mirada depredadora de Ivan, y aquella sonrisa que me hizo sentir un escalofrío. Esto era un trabajo, no debía olvidarlo.
—Qué tierno. —Se mofó con ironía.
Para un hombre con la edad y experiencia de Ivan, la reacción casi infantil de Grigor quedaba demasiado lejos en su memoria. Incluso me atrevería a decir que él nunca sintió algo tan… tan… no tengo una palabra para definirlo, pero definitivamente, Ivan nunca sintió lo mismo que Grigor. Donde él era pureza, Ivan estaba corrompido.
Seguir leyendo