La verdad, era un lugar precioso. No me extrañaba que hubiese tanta gente disfrutando de él. Podía haber hecho alguna estupidez como salir corriendo, pero estaba claro, que yo me mantenía en forma, pero aquellos hombres estaban físicamente mejor que yo. Tampoco es que me estuviesen forzando a caminar a un paso rápido, más bien era tranquilo, como si tuviésemos todo el día para disfrutar del paisaje.
— La roca que llora, o la roca de Níobe. – me señaló Argus. La verdad, yo no veía una mujer o una cara con semblante triste, pero ya se sabe, con imaginación… hasta las nubes tienen formas conocidas.
— Ya es echarle imaginación. – Argus sonrió para mí, mientras me tendía una mano para facilitarme el paso sobre unas rocas sueltas.
— Los griegos y sus tristes historias. Una pena que no recuerdes esta. –
—¿Por qué lo dices? –
— Según la leyenda, Níobe portó el cadáver de su hija pequeña desde Tebas hasta el monte Sípilo, donde sus piernas finalmente no pudieron caminar más, su sangre se detuvo, su corazón dejó de latir. Se convirtió en piedra, pero sus lágrimas seguían derramando lágrimas por la vida de sus hijos perdidos. De esas lágrimas nació una fuente. – Su forma de narrar la historia, su forma de mirarme, me dieron a pensar que…
—¿Sus lágrimas dieron origen a mi fuente? – Argus asintió antes de responder.
— Recuerdo a uno de los hombres, el que más tiempo llevaba contigo, que tenía una teoría de tu nacimiento. Él aseguraba que tú habías sido en la otra vida esa hija perdida de Níobe, la más pequeña, aquella que llevó en brazos hasta aquí, y que el propio Zeus te devolvió a la vida en forma de ninfa, para que custodiaras el manantial creado por tu madre. – ¡Vaya!, dioses y todo estaban implicados…hasta que recordé un par de cosas.
—¿Era griego ese hombre? – Argus abrió los ojos sorprendido e ilusionado.
— Sí, ¿lo recuerdas? –
— No, pero alguien me dijo que los griegos son muy de dar una explicación mitológica a todo lo que no entendían. – un atisbo de decepción cruzó por sus ojos.
— En eso tienes razón. Él era muy de dioses y cosas de esas. –
—¿Y tú no?, recuerda que estás intentando recuperar a una ninfa. – Argus se encogió de hombros al responder.
— Cuando nuestro grupo llegó a ti, él llevaba mucho tiempo a tu lado, así que todos supusimos que conocía tu historia. – Eso me llevaba a pensar que no fui yo quién les transmitió esa información sobre mi origen. Un momento…
—¿Has dicho nuestro grupo? – la sonrisa de Argus regresó.
— Si. –
—¡Eh!, no puedes dejar la historia así. Quiero saber. –
— Nuestro destacamento se perdió del grueso del ejército, y no sé cómo llegamos hasta aquí. El caso es que os encontramos a ti y a un grupo de personas disfrutando de un día de calor bañándoos en las aguas del lago, ajenos a la guerra que se estaba desarrollando no muy lejos de vosotros. Hoy en día podría encajaros como una comuna hippy, de esas de paz, amor y naturaleza, pero en nuestra época, erais algo irreal, algo sacado de un libro de fantasía. Túnicas largas, mucha piel expuesta, fraternidad, inocencia… Todo vuestro concepto de vida nos sedujo, y muchos decidieron quedarse y dejar la guerra atrás. De los que se fueron no volvimos a saber, los que nos quedamos enseguida nos dimos cuenta de que el tiempo pasaba de forma diferente. Comíamos de aquello que proveía la naturaleza, nunca teníamos hambre, ni frío. Beber el agua que nos ofrecías parecía más un ritual de confianza y de purificación que lo que realmente era. Yo, y creo que la mayoría de los que llegaron conmigo, no nos dimos cuenta de lo que eras hasta que un hombre anciano llegó hasta nuestro refugio. Los antiguos moradores parecieron reconocerle, así que no era de extrañar que lo recibieras con alegría. Nos narró a todos sus experiencias de vida y de cómo había ganado y perdido seres queridos. Parecía más alguien que venía a terminar sus días, que alguien que buscara recuperar su juventud. Pero cuando bebió de tus manos, contemplamos absortos como el hombre fue rejuveneciendo. Y ahí fue cuando nos dimos cuenta, de que aquellos que permanecíamos a tu lado no solo no envejecíamos, sino que los más mayores habían recuperado una lozanía real. Cierto que a la guerra no iban hombres de más de 45 años, muy pocos sobrepasaban esa edad, pero aquellos más viejos parecían retroceder a cuando tenían 30 años, tal vez menos. – Wow, vaya historia.
—¿Por eso te fuiste tú también?, ¿para tener esa experiencia de vida que tuvo aquel hombre? – Argus asintió.
— Comprendimos que podíamos salir al mundo, buscar lo que nos faltaba, vivir, y si no lo conseguíamos, podíamos regresar, beber de tus aguas, e intentarlo de nuevo. –
— O sea, que mientras permanecías lejos de mis aguas, cuando dejabais de beber, envejecíais. –
— Correcto. –
— Pero lo hacéis más lento. Porque si me llegó la muerte en la segunda guerra mundial, tú y los demás lleváis sin beber al menos…-
— Casi 80 años. –
— Pues no los aparentas. –
— Porque al beber durante tanto tiempo de forma continua, nuestro cuerpo parece tener una especie de llamémosle reservas. Poco a poco nos vamos equiparando a los ritmos de envejecimiento normal. –
— Entonces, si solo bebes una vez puedes curarte de una enfermedad, por ejemplo, pero si bebes de forma continua mantienes los efectos por más tiempo. –
— Creo que sí. – Interesante.
— Tengo curiosidad, ¿dé donde eras tú cuando…? –
— De un pueblo pequeño que podría decirse estaba en Alemania. –
—¡Ah!, por eso lo hablas tan bien. ¿Y cómo un alemán acaba en una batalla en Turquía? –
— Órdenes del papa. –
—¿El papá? – el papa solo ordenaba ir a la guerra para…
— Cuarta cruzada. – ¡Señor!
— Wow. –
Más de 800 años. – Como decía la abuela “¡Jesús, María, José y todos Santos y los Apóstoles!
— Pues te conservas muy bien. – ¿Qué más podía decirle?
— Hago lo que puedo por seguir de una pieza. – Sí, como dijo Evan, no eran inmortales, tan solo no envejecían, eso era todo.
— Entonces, si tu vuelves a beber de mis aguas, volverás a ser joven de nuevo. – su mirada se tornó triste.
— Mi objetivo es devolverte lo que perdiste, no vivir eternamente. – Sus ojos me decían, que una vez restablecido a su ninfa, él había terminado con aquello que lo mantenía luchando, aquello que lo conminaba a seguir vivo. Sentí pena por él, cuanto dolor debía llevar dentro.
— Evan, Arión, y Angell, ¿ellos también eran de tu grupo? – Argus asintió.
— Todos estábamos en aquel grupo, sí. –
— Tu nombre puede sonar alemán, pero los de los otros…- Argus sonrió un poco más.
— Ninguno es alemán, todos son griegos. Tú nos los pusiste. –
—¿Yo? –
— Lo que ocurrió, es que al final acabamos respondiendo por los apodos que nos ponías, solo eso. Argus significa brillante en griego, supongo que me lo pusiste porque llevaba una armadura muy lustrada, tanto que brillaba. Evan significa soldado joven, Arión músico, Arsen fuerte, Angell mensajero… todos teníamos nuestro sobrenombre o apodo. – Era curioso, ¿por qué escogería precisamente el griego? Una pregunta a la que me gustaría encontrar una respuesta.
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