Paula
No podía decir que mi experiencia con Alex Bowman como jefe fuese mala. Intensa sí, pero no mala. A ver, tenía una idea en mente y nosotros teníamos que materializarla, así de sencillo. Lo difícil era conseguir darle lo que quería ajustándonos a los requisititos de las normas urbanas. Burocracia, si para trámites sencillos uno se podía volver loco, para algo enrevesado como lo de Bowman era como comprar un billete al otro lado del agujero de conejo, ya saben, el de Alicia en el país de las maravillas.
Pero sobrevivimos, los tres lo hicimos, Bianca, Mo y yo. Cuando regresé de Chicago no solo estaba satisfecha por haberle dado a nuestro cliente lo que quería, sino contenta por el trato recibido por él y muy feliz por que Bianca estuviese también trabajando para él. Se la veía… feliz era la palabra.
Nada más regresar a Miami Fran decidió encerrarse en el despacho con Owen y Bianca para preparar su declaración ante el fiscal. Preparar el caso con otro abogado parecía tenerlo nervioso. Solo esperaba que no fuesen demasiado duros con Bianca, el asalto ya había sido bastante traumático para ella, como para tener que desmenuzarlo y vivirlo de nuevo una y otra vez. Soy abogado, pero tengo que reconocer que muchos de esta profesión son peores que los criminales que defienden. Quizás por eso me hice abogado, para equilibrar la balanza. No, yo no pensaba ser nunca como ellos.
—Bueno, nos han dejado tirados. Te acerco a casa. —Escuchar ese ofrecimiento de Mo me hizo recordar algo.
—Sí, por favor, tengo muchas cosas que hacer allí. —Ver su ceja alzarse me dijo que le había picado.
—Creí que habíamos terminado con lo de Bowman.
—Si, eso está liquidado. Ahora tengo que ponerme de lleno con la mudanza.
—Ah, ya me han contado sobre eso. —Su comentario me intrigó.
—¿Cuándo te lo han dicho? —Apenas se lo he comentado a mis padres hacía nada, y Mo no había coincidido con papá desde…
—Anoche me lo contó Danny. —Acabáramos, mi madre se lo había contado a ella. Todas las enfermeras son unas cotillas.
—No se pueden tener secretos en esta familia. —me quejé con un bufido.
—¿Quieres que te ayude con ello? —¡Acabábamos de regresar de un viaje en avión!
—Seguro que tienes mejores cosas que hacer. —Él se encogió de hombros para quitarle importancia.
—Tengo la tarde libre. —Sopesé su ofrecimiento durante un segundo. Las oportunidades hay que aprovecharlas cuando llegan.
—Ahora ya no puedes echarte atrás. —le amenacé con una sonrisa.
Una vez en casa, repartí tanto como pude en cajas y maletas para llevarme a mi nuevo apartamento. Mientras iba llenando, Mo las iba cargando en el coche para llevárnoslas. Cuando terminé con todo el contenido de mis armarios y cajones, quedó poco en la habitación; algunos posters adolescentes, peluches, fotos con compañeros… incluso cierto chico que en su momento me tuvo encandilada. Pero todo ello ya era parte del pasado, lo que me estaba llevando era para afrontar el futuro, mi nueva vida.
—¿Está todo? —preguntó Mo cuando vio que no quedaban cajas para cargar. Su mirada abarcó la habitación, seguramente notando que no había barrido con todo.
—Lo que voy a llevarme, sí.
—Entonces pongámonos en marcha, ¿o tenemos tiempo de tomar un tentempié? —Tenía que haberlo previsto, no se puede someter a un hombre a un desgaste físico intenso sin darle algo con lo que coger fuerzas.
—Seguro que hay algo para tomar de forma rápida en la cocina.
Estábamos tomando un café con bizcocho, cuando entraron mis padres por la puerta. Seguramente papá habría ido a recogerla al trabajo.
—Hola cariño. —Mamá besó mi mejilla como hacía siempre.
—He visto el coche cargado hasta los topes de cajas, ¿te mudas hoy? —preguntó directo papá.
—Mo se ha ofrecido a ayudarme, tenía que aprovechar la oportunidad.
—Por el mismo precio puedo ayudarte yo. —Papá señaló con la mirada el trozo de bizcocho que Mo se estaba metiendo en la boca.
—Podemos ayudarte todos. Así terminaremos antes. —Lo de mamá no era un ofrecimiento, parecía más una orden.
—Pues vamos, antes de que me siente y no quiera levantarme. —Pellizcó un trozo de bizcocho para metérselo a la boca y girarse hacia la puerta.
—Ya has oído a tu padre, en marcha. —Mamá se encogió de hombros y le siguió.
—Cuando el capitán se pone en marcha…—Mo se levantó del taburete, aclaró su taza rápidamente en el fregadero y salió disparado para alcanzara mis padres. Imité su gesto, aunque yo me detuve un par de segundos para despedirme de mi casa al tomar mi bolso. No era un adiós, volvería, pero ya no sería MI casa, sería la casa de mis padres.
El acceso para entrar al aparcamiento subterráneo es diferente si eres trabajador VIP o inquilino. Me había estudiado bien toda la documentación técnica que acompañaba a la vivienda, y esta salvedad venía bien detallada. La primera barrera se abría para aquellos directivos o visitantes acreditados. La segunda, con la que se accedía al aparcamiento de las viviendas, solo admitía inquilinos. Eso sí, podían llevar los acompañantes que quisieran.
Lo me di cuenta de que mis padres no estaban acreditados si quiera para acceder al primer aparcamiento hasta que la barrera de seguridad los dejó fuera.
—¡Mierda! —Me bajé del coche para ir hasta ellos, que me hacían señales con las luces del coche. Alcancé el intercomunicador para pulsar el botón hablar con alguien de seguridad.
—¿Necesita ayuda? —preguntó alguien al otro lado.
—Sí, soy la inquilina del apartamento B de la planta 11. Necesito que den permiso de acceso a mis padres.
—Por supuesto, ¿podrían presentar alguna identificación en el lector? Donde parpadea la luz roja. —No tuve que buscar mucho, estaba pegado al botón de llamada que había utilizado.
—Papá tienes… —Dejé de hablar cuando vi que ya estaban rebuscando en sus carteras.
—Si que son quisquillosos aquí.
—Es por seguridad. —Papá estiró el brazo para ser él mismo el que acercara su identificación por el lector.
—No que quejo cariño, en el fondo está bien que para acceder a tu casa haya tantos controles.
Después de que reconocieran las identificaciones, la barrera se abrió dejándoles el paso libre. Mientras regresaba a mi vehículo, pensé que yo iba en el asiento del acompañante, y que el coche no era el mío, así todo no tuve que mostrar ninguna identificación, y Mo tampoco. ¿Tendrían cámaras para hacer eso del reconocimiento facial? Apostaría a que sí. En un edificio tan moderno y tan a la última como este no podrían faltar.
Pasamos por la segunda barrera, la que daba al aparcamiento de la zona residencial, pero esta vez estaba alzada para ambos coches. Seguro que el vigilante había tomado nota y nos había seguido todo el recorrido. A esa hora no había muchos coches por allí.
Subir cajas y maletas entre cuatro personas era mucho más rápido que solo haciéndolo dos, sobre todo si dos de los porteadores eran tipos fuertes. En el primer viaje ya llevábamos la mitad de todo lo que había traído. Pulsé los dígitos del teclado de acceso a la vivienda bajo la atenta mirada de mi padre. Tenía la ceja alzada, así que estaba segura de que además de algo curioso le pareció muy interesante.
—¡Vaya! —dijo mamá nada más mirar al otro lado de la puerta. —Es impresionante.
—Demasiado grande para mí, pero venía entre los beneficios de mi contrato. —Papá se giró bruscamente hacia mí.
—¿En serio?
—La de Fran está justo enfrente, y es igual que esta.
—¿No necesitarán un inspector de seguridad? Porque no me importaría cambiar de empresa. —Todos sabíamos que eso nunca lo haría, estaba encantado con el trabajo que tenía. Pero era su forma de decirme lo orgulloso que estaba de que su hija tuviese algo así.
—No lo creo, pero si me entero de algo te lo diré. —le giñé un ojo.
—¿Dónde está tu cuarto? Esto pesa. —Sabía que mamá no soltaría su carga hasta que viese el lugar donde dormiría su hija, y ya puestos, estaba por apostar que le dejaría el resto de la carga a los chicos mientras ella curioseaba por toda la casa. Es lo que tenemos las mujeres, somos cotillas.
Y así, sin haberlo pretendido, les había mostrado a mis padres el lugar donde iba a vivir su pequeña. Ahora estarían más tranquilos, sobre todo porque sabían que iba a estar muy segura allí dentro.
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