Adrik
Convencer a una persona de que denuncie al tipo que le robó años de trabajo no es difícil, pero si no lo había hecho en todo este tiempo es que había algo que le frenaba, y eso era embarcarse en juicios interminables en los que no solo hay que gastar dinero, sino que no había garantías de poder ganarlos. Poe no era tonto y sabía cómo cubrirse las espaldas. Pero cuando le ofreces venganza sin gastar un céntimo todo cambia.
—¿Estás seguro? —Preguntó el hombre, aun desconfiando de que lo que le había dicho sirviese de algo.
—Si solo ocurre una vez, la duda suele inclinarse a favor del que tenga más reputación. Si pasa dos veces, esa duda se vuelve recelosa. Pero si pasa tres o más, entonces estamos ante un caso de reincidencia, y la duda desaparece.
—Pero se necesitan pruebas sólidas para convencer a un juez de que es así, y Poe ya se encargó de dejarme claro que al final se trataba de su palabra contra la mía.
—La ley suele favorecer siempre al que tiene más dinero, porque es el que mejores abogados puede permitirse. Ahora bien, si no quieres entrar en ese juego, siempre puedes recurrir a la prensa. Ellos se encargarán de escarbar en cada agujero que Poe haya escondido sus trampas, y después los expondrán a la opinión pública. Si muestras la cara del monstruo, su reputación se verá dañada. Además, eso puede que anime a otros a alzar la voz, lo que haría que Poe se hundiese más en el lodo.
—¿Y crees que la prensa me creerá? —Cogí una servilleta de papel y anoté con un bolígrafo el nombre del periodista del que iba a servirme, y su número de teléfono.
—Este lo hará. Solo tienes que decirle que conoces los trapos sucios de cierto director médico de renombre en la ciudad de Chicago. No solo habéis sido tú y esa chicha que conociste.
—Samantha.
—No solo fuisteis Samantha y tú, hay más, él solo tiene que encontrarlos.
—¿Y tú qué sacas con todo esto? —no podía decirle la verdad, pero tampoco merecía una mentira.
—Digamos que Poe tiene muchos pecados por los que pagar. Solo quiero que caiga por alguno de ellos, no me importa cuál. —No le diría que era el mismo pecado, solo que lo había cometido varias veces.
—Me lo pensaré. —Me puse en pie.
—Yo solo te he dado la oportunidad de hacer justicia, es decisión tuya el aprovecharla. —Podía haberle dicho que había puesto un arma en su mano, y que era su decisión el disparar a Poe o no, pero eso no se le puede decir a alguien que ha estudiado medicina, esa gente suele desear ayudar, no provocar dolor.
Me fui de allí dejándole con su decisión. ¿Cómo sabía que iba a terminar llamando al periodista? Me lo decía la forma en que observaba el nombre garabateado en aquel pequeño trozo de papel.
Avalon
Yo no soy de las que llora en las bodas, aunque tampoco soy de las que critican a quienes lo hacen. Pero tener a mi espalda a una mujer que no dejaba de gimotear, como que me puso un poco irritable. O puede que fuese el hecho de que el idiota de Adrik llegase a última hora, atándose la corbata y peinando ese pelo rebelde que gritaba a los vientos que había tenido una noche movida. Tampoco es que me importase con quién había pasado la noche ese idiota, no tenía que darle explicaciones a nadie, pero no podía dejar de pensar en quién le había dejado aquella estúpida sonrisa en la cara. ¡Agh!, hombres.
Si no estuviese en la cola de damas de honor, habría ido hasta él y le habría dado un golpe donde se juntan el occipital y el parietal en esa cabezota dura suya.
La ceremonia fue bonita, dulce y todo lo que se podía esperar de la unión de un chef refinado y una nube de algodón como era Bianca. No la estoy insultando, a ninguno de los dos, pero las cosas son como son, Bianca es delicada y dulce, sin un ápice de maldad en su cuerpo, y Santi es de los que busca la perfección incluso en un sándwich tostado de jamón y queso, de los que rebuscan el detalle más insignificante para hacer que se convierta en una obra de arte.
Menos mal que llegamos a la parte de la comida, porque tenía ganas de diseccionar algo. Odié a Santi cuando llegaron esos canapés diminutos, aunque le perdoné un poco cuando el sabor explotó en mi boca con el primero de ellos. Una no podía estar de mal humor comiendo estas cosas. Ahora entendía a Bianca.
—Podrías esperar a que todos estuviésemos sentados. —El idiota apareció. Adrik retiró la silla a mi lado y se sentó en ella.
—Ese es el sitio de mi hermano. —El aludido se estaba sentando en ese momento dos tres sillas más allá, dejando a Josh en medio de ellos dos.
—No pienso sentarme al lado de Dario. —susurró Adrik en mi oído, provocándome un escalofrío— Ya he tenido suficientes fotos de ratas calvas con párkinson para toda la vida. —¿Pero de qué estaba hablando?
—Chiguaguas. —Adrik fingió tener un escalofrío.
—Como se llamen. —Ahora sí que entendía. Algo había oído de que Darío trabajaba en una clínica veterinaria. —¿Es que no hay más razas de perros en Miami? Parece que son la mascota oficial por aquí. —Adrik se metió dos canapés seguidos en la boca.
—Así no vas a apreciar el sabor. —Adrik tragó un poco, pero seguía teniendo los carrillos llenos cuando me contestó.
—Tengo hambre. —No pude evitar poner los ojos en blanco, hombres y sus estómagos enormes. Al menos se moderó con el resto de manjares.
La charla se animó en nuestra mesa, gracias al dinámico sentido del humor de Adrik, que Josh y Owen parecían animar con sus propias aportaciones. No pude seguir enfadada con él, ¿cómo hacerlo con un hombre que te hace reír constantemente y que huele tan bien? No sé que colonia o perfume masculino utilizaba en ese momento, pero se pegaba a su piel de una manera que te daban ganas de tirarte sobre él para lamerle. ¡Avalon!, ¿Cuántas copas te has bebido? ¡Qué más da! El alcohol y Adrik estaban consiguiendo que me sintiera feliz. Aunque…
—¿Dónde está mi sitio? —la disposición de las personas no estaba en el mismo orden que recordaba.
—Aquí, princesa. —Adrik estiró su brazo hacia mí. Se había quitado la chaqueta y la corbata, y se había remangado la camisa hasta dejarla a medio antebrazo. Incluso así seguía estando sexy.
Me guio hasta el asiento que quedaba libre a su derecha. Y por el bolso colgado en el respaldo de la silla, seguía siendo el mío.
—Josh le ha cambiado el sitio a tu hermano. Parece ser que molestaba. —estiré el cuello hacia mi cuñada, para encontrarla hablando animadamente con Darío, al tiempo que Owen me hacía un encogimiento de hombros. Él no estaba enfadado porque le hubiese desplazado.
—Llevan toda la comida hablando de carburadores, cilindros y cosas de esas de las que yo también he tenido suficiente. —Se había inclinado hacia nosotros para que ellos no le oyesen.
—Creo que podremos acercarnos al bar más tarde. Tengo la intuición de que no va a querer irse a dormir pronto. —Mi hermano asintió con una sonrisa tonta al comentario de Adrik. Tenía la sensación de que me estaba perdiendo algo, pero estaba un poco achispada, así que no me importaba.
Recuerdo el momento de cortar la tarta, el brindis de los novios, y el algarabío cuando Bianca anunció que estaba embarazada, pero lo que se grabó de una manera especial en mi recuerdo, fue el calor del cuerpo de Adrik, mientras peleaba por arrebatarme parte de mi trozo de pastel.
Lo último que soy capaz de rememorar de esa noche, es que alguien del otro extremo de la mesa estaba contando una anécdota curiosa sobre cambiar un neumático sin mancharse. El cuerpo de Adrik retumbando cada vez que se reía, haciendo que mi hombro se contagiase de aquel movimiento. Estaba tan cerca, todo era tan perfecto… Luego me enteré que me quedé dormida sobre él. Me odié por ello, pero no demasiado, al menos escogí el mejor sitio para hacerlo.
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