Tasha
Antes de media mañana estábamos tomando un avión privado desde San Francisco, en dirección a Las Vegas, y en hora y media de viaje, ya estábamos siendo recibidos por una ambulancia con equipo médico en el mismo aeródromo. Estuve allí lo suficiente como para cerciorarme de que Claire estaba bien, que Lena se encargaría de mantenerla a salvo, y de que nadie más de la familia se enterase de aquello, el primero mi padre. Esa fue la razón por la que recurrí a mi tía, porque, de toda la familia, ella era la única capaz de desafiarlo y no tener miedo a las consecuencias, sobre todo porque no las habría, con ella no.
Al parecer no hice un mal trabajo médico, la mantuvo viva hasta que un médico cualificado se ocupó de ella. Y mientras lo hacía, Lena y yo tuvimos una conversación privada. Es verdad que cuando la pedí ayuda, no le conté mucho, más que nada porque no lo sabía. Pero hora y media de viaje en avión daban para mucho, sobre todo si tienes algo que contar y muchas preguntas que hacer, como era nuestro caso. Cuando aterricé en Las Vegas, tenía un buen montón de anotaciones con todo lo que Claire me había contado. Nombres, fechas, lugares… ella siempre había tenido buena memoria para esas cosas, y puede que el estar siempre asustada, la ayudara a no olvidar nada, ningún detalle.
Pero no pensaba contarle todo a la tía Lena. ¿Lo que la había ocurrido a Claire?, eso sí. Ella había sido secuestrada por una organización que se dedicaba a la trata de blancas. En otras palabras, prostitución. Y no, no eran extranjeros que traía a muchachas de otros países, estos criminales habían nacido en este país, sus raíces eran más americanas que las mías, y eso me decía, que el mal no entiende de razas, países o cualquier otro dato irrelevante. Aquellos criminales captaban a jóvenes universitarias con falsas ofertas de trabajo, y si encajaban en su estándar de belleza y juventud, sencillamente las encerraban en “la mansión”, y las obligaban a prostituirse. Podían revelarse, podían negarse, pero si no hacías lo que te pedían, o recibías auténticas palizas, o si no les eras útil o cometías demasiadas faltas, sencillamente se deshacían de ti, y no estaba hablando de un despido. Ellos estaban seguros, de que ninguna de las chicas que abandonaba “la mansión” crearía problemas. Los muertos no hablan.
—¿Cuidarás de ella, tía? – la miré esperando que me dijera que todo iba a estar bien, que ella cuidaría de Claire.
—La fundación Blue Star se encargará de ella. Cuando esté recuperada, la llevaremos a un lugar seguro. – su mirada penetrante esperaba que yo le dijera más.
—Tengo que regresar. Si sospechan que yo la he ayudado, me pondrán vigilancia hasta confirmarlo. Y si dan con ella…- “nos matarán a las dos” pensé, pero no lo dije en voz alta, no quería preocupar más de lo necesario a Lena, porque si ella sospechaba que yo estaba en peligro… el avión no me esperaría para el viaje de vuelta, mi padre lo impediría. Quién sabe, quizás meterle en todo esto estaría bien. ¡Bum! Apocalipsis Vasiliev.
Pero esta era mi guerra, así que me encargaría personalmente de que pagaran por lo que le había hecho a Claire, por lo que les habían hecho a otras, e impediría que siguieran haciéndolo a otras en el futuro. Encontraría la manera.
Cuando la policía, la ley y todos los que deberían protegernos, fallan, la única solución que nos queda es hacer justicia por nosotros mismos. Y soy una Vasiliev. Mi padre me enseñó a ser fuerte, a servirme por mi misma, y, sobre todo, a no rendirme. Iba a hacer justicia, pero a mi manera.
Volvemos a la pequeña cala que Tasha estaba vigilando….
Como iba diciendo, la otra chica apareció flotando en una playa al otro lado de la bahía, en Paradise Cay.
Nadie sospecharía que se deshacían de las chicas a este lado, no le darían importancia a los disparos, porque cerca había un campo de tiro, y tampoco es que hubiese mucha gente por ahí a esas horas de la noche, porque era una zona básicamente industrial.
El tipo de la camisa de color claro arrastraba a la pobre chica por el sendero, y después la llevaba hasta la orilla. Allí le quitaba las esposas, un acto con el que ella tomaría algo de confianza, pero que era una ilusión. Con la luna iluminando la noche, y desde aquella posición, podía ver la figura de aquel desalmado. No necesitaba estar cerca para saber lo que le estaba diciendo, seguro que sería algo así como “Voy a darte una oportunidad. Nada y lárgate de aquí”. La pobre chica pensaría que había esperanza, que sus súplicas habían hecho efecto, que él se había apiadado de ella. Pero eran mentira. En cuanto la pobre chica tenía el agua casi a la altura de sus caderas, el tipo sacó su arma y apuntó a su espalda. Sabía lo que venía ahora, dos disparos, y su problema dejaría de serlo.
Pero esta vez no le dio tiempo, esta vez el ángel vengador metió una bala de punta hueca en su cabeza. No necesitaba ver la sangre saliendo de su cabeza, explotando como una sandía madura. Sabía que estaba muerto antes de que su cuerpo se desplomase en la arena. Giré hacia el vehículo, para encontrar a mi otro objetivo fumando un cigarrillo, disparé sobre él, pero el cabrón se movió asustado cuando se dio cuenta de lo que le había ocurrido a su compañero de fechorías. Debí de darle en un hombro, porque noté su torpeza al meterse en el coche a toda prisa. Me llevó dos disparos más hacer que el coche se detuviese, con los sesos de ese bastardo desperdigados allí dentro.
Mi trabajo allí estaba hecho. Empecé a desmontar mi rifle de francotirador, y lo guardé meticulosamente en su estuche. ¿La chica? No podía hacer más por ella. Si era lista, nadaría por la costa hasta encontrar un lugar al que regresar a tierra firme. Tampoco es como si pudiera presentarme delante de ella y decirle, “hola, acabo de reventarle la cabeza al tipo que quería meterte dos balazos en el cuerpo. Por favor, no le digas a nadie lo que ha pasado, y olvídate de mi cara”.
Caminé deprisa entre los matorrales, y llegué al lugar en el que escondí mi coche alquilado. Pequeño, rápido y discreto, difícil de identificar en la noche. Antes de devolverlo por la mañana, le volvería a cambiar las matrículas. Cuando regresé a Berkley, volví a activar mi teléfono. Allí no había dejado pistas, porque borré mis huellas. Nada físico, nada digital, nada que me señalara como la autora de aquellos asesinatos… mejor dicho, ejecuciones. ¿Remordimientos? Ninguno. Esos tipos tenían las manos demasiado manchadas de sangre inocente. Sacarlos de este planeta, era lo mejor que se podía hacer. ¿Avisar a la policía?, no desde que sabía que algunos de ellos también estaban implicados.
Mi padre dijo una vez, que me había convertido en un arma letal, pero no imaginé la magnitud de todo ello, hasta que decidí hacer uso de todo lo que me había enseñado. ¿Conseguir un arma de precisión sin que él lo supiera?, conocía el dónde, el cuándo y podía pillar a algún incauto temeroso de mi apellido que mantuviese la boca cerrada. ¿Municiones?, fácil, solo tenía que dejar caer un par de cajas del campo de tiro que poseía la familia en Las Vegas, y al que había ido cientos de veces a practicar mi puntería. Papá dijo que tenía que aprender a utilizar un arma, por si acaso. ¿No lo había dicho?, contamos con una galería de prácticas, para que los agentes de seguridad, de la empresa de vigilancia de papá, se mantengan al día.
Así que, esa noche, me había convertido en juez y verdugo, esa noche, había hecho justicia, otra vez. Sí, ¿no lo había dicho? Este no era el primero de esos tipos que me cargaba. Estos dos hacía 4, pero me faltaba el peor de ellos, el que daba las órdenes, el que no había manera de encontrar. En fin, ese sería el trabajo para otro día.
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