Viktor
—¿No vas a preguntarme? – Volví a golpear el saco de boxeo con la misma repetición de la vez anterior. Y luego esperé su respuesta.
—No. – Nikita era así de escueto cuando no le gustaba algo.
—Sé que no ten gustan los abogados. – Volvía a lanzar otra serie sobre el saco. Nikita estaba de mal humor y no solo era porque estuviese interrumpiendo mi rutina con tanta charla.
—No es que no me gusten, es que siempre que están cerca es para joderme la vida. – Hice dos secuencias de golpes, hasta conseguir que el saco casi lo golpeara.
—Esta vez no va a ser así, Nikita, te lo prometo. – Él se encogió de hombros, como si eso no le importara.
—Tú sabrás lo que haces. – Éramos adultos, y salvo por los temas que atañían a las peleas, él no podía decirme qué debía hacer. No pudimos seguir hablando porque en aquel momento llegó la visita que estábamos esperando. No sé si en todos los gimnasios de boxeo ocurriría lo mismo, pero en el de Nikita, cuando entraba alguien desconocido, la gente los seguía con la mirada, muchos de los chicos detenían su rutina de entrenamiento para observar con atención. No es que fuese algo pactado, simplemente surgía, y tampoco era algo que llegara a intimidar, pero tengo que reconocer que a los visitantes se les veía incómodos.
—Esto está muy animado. – Bob seguía controlando el entorno, mientras trataba de sostener esa sonrisa suya casi permanente. Conocía a ese tipo de gente, vendedores de humo. Ponían esa sonrisa fingida en su cara para atraer clientes, no es que estuviese feliz, aunque, pensándolo bien, sí que debía estarlo, porque venía a conseguir dinero.
—Tendrías que verlo el día antes de una pelea. – Aferré el saco de arena y lo mantuve quieto.
—Bueno, ya estamos aquí. Cuando quieras nos ponemos con los negocios. – Sacudí la cabeza hacia la derecha.
—Vayamos al despacho. – Metí una mano debajo de mi axila, para tirar del guante de entrenamiento y sacármelo de encima. La voz de Nikita llegó fuerte desde mi espalda.
—¿Esperando el autobús señoritas? Quiero oír esos guantes golpeando. – Los chicos retomaron sus rutinas con energía, devolviendo la sala a la normalidad. Bob respiraría más tranquilo, aunque dudo mucho que el tipo que venía con él pudiese llegar a hacerlo allí dentro. Estaba claro que tanto hombre golpeando le ponía nervioso. Casi parecía que estaba esperando un ruido algo más fuerte para coger su maletín y salir corriendo. Miré el reloj junto a la pared mientras hacía mi camino hacia el pequeño despacho de Nikita.
—Doce y diez, habéis sido casi puntuales. – Les comenté por encima del hombro.
—Diez minutos, para mí eso no es llegar tarde. – No, para un tipo como Bob diez minutos no era tiempo, para alguien como yo, un minuto era más de lo que estaba dispuesto a perder. Aferré el pomo de la puerta y abrí para entrar.
—Bueno, ya que estamos todos, será mejor que terminemos con esto rápido. El tiempo es oro. – Y no solo lo decía por los honorarios del notario de Bob, sino del abogado y su ayudante que estaban esperando dentro del despacho. Me giré a tiempo para ver los ojos extrañados de Bob, y la sorpresa en la cara del otro tipo. – Os presento, los señores Parker y Woods, de Borrow y asociados. Y estos son … — Le hice un gesto a Bob para que se presentara. Salvo por su apodo, Bob, no sabía más de él, pero eso iba a cambiar en unos minutos.
—Robert Jellyfish y Charles Chestnut, notario. – El último aludido pareció tragar con dificultad, al tiempo que giraba su cabeza de Bob a mis abogados. La verdad, es que los tipos que había contratado daban miedo. El ayudante estaba sentado frente a una máquina de escribir portátil, listo para ponerse a trabajar.
—Bien, yo soy Viktor Vasiliev, por si alguien no lo sabe aún. Estamos aquí para realizar una compra de parte de un negocio propiedad de aquí mi amigo Robert. – Me giré hacia un viejo archivador de metal, abría el cajón de abajo, y saqué una bolsa de deporte que deposité sobre la mesa. – Aquí está mi dinero. – Abrí la cremallera de un tirón, para dejar al descubierto unos cuantos montones de billetes de 100 y 50, todos perfectamente etiquetados por el banco. Me había llevado su tiempo acumular los suficientes billetes para lograr esa cantidad, pero ahí estaban, una buena parte de mis ahorros de los dos últimos años. Y sí, he dicho parte, porque solo un tonto invertiría todo su dinero a un solo caballo.
Observé los rostros de todos y cada uno de los allí presentes. Desde Bob, el notario, mi abogado y su ayudante, y puedo jurar que cada uno decía una cosa diferente. Bob se relamía, como el zorro que se va a comer la gallina. Él había venido por eso, y no se iría sin ello. El abogado estaba sorprendido por la cantidad en efectivo, pero no dio muestra alguno de ello. El ayudante tenía dificultades para controlar la excesiva apertura de sus párpados, y casi podía ver los esfuerzos de su mandíbula por mantener la boca cerrada. El notario… ese parecía no estar demasiado cómodo, como si las reglas del juego hubiesen cambiado. Y es que era así. Esta vez era yo el que pitaría el fin de partido, el que tendría a los árbitros en el bolsillo, y el que sacaría la pelota del estadio de un buen golpe.
—Disculpe, ¿dónde está el baño? – La voz del notario no salió demasiado firme, y su frente estaba empezando a brillar a causa del sudor.
—La puerta de la derecha, según entre, tome el pasillo de la izquierda. – Le indiqué, el tipo asintió, y salió hacia allí con el maletín en su mano. Aquello era realmente raro, muy raro, pero nadie dijo nada.
—Si me deja los documentos de las propiedades y los registros fiscales de la empresa, procederemos a incluirlos en el contrato estándar que tenemos preparado. – Informó mi abogado a Bob.
—Sí, claro. Denme un minuto, están en el maletín de Charly. – Así que Bob desapareció también. No era una persona que confiara demasiado en los demás, la vida me había demostrado que hay demasiados carroñeros sueltos por esta ciudad, por eso todos mis sentidos se pusieron en alerta máxima. Sonreí al abogado, y me dispuse a salir detrás de ellos dos. Algo trababan y no iba a gustarme.
—Denme un minuto, voy a pedirle al menos que me de los nombres para que puedan empezar a rellenar los huecos. – ¿Qué iban a decir?, el tipo cobraba por horas, si tenía que esperar a que nos decidiéramos, el seguiría cobrando mientas tanto. El reloj corría a su favor.
—Por supuesto. – Asentí hacia él, y me apresuré para entrar en los vestuarios. Lo bueno de llevarlos a mi terreno, era que conocía las instalaciones como si fueran mi casa, y sabía que en el pasillo de la derecha estaban los vestuarios, y que desde las duchas, si estaban vacías, podría oírse hasta el chorrito de pis del tipo que estaba en los urinarios del otro lado. Por suerte, el vestuario estaba vacío en aquel momento, así que no tendría que mirar mal a nadie para que se alejaran de mi camino.
—… Dijiste que sería sencillo. Solo tenía que hacer un registro falso, y nada más. – Le reprochó el asustadizo a Bob.
—¿Cuál es el problema?, todavía puedes hacerlo.
—No lo entiendes, si levanto un acta falsa delante en un abogado me pueden demandar, retirarme la licencia y además pagar una multa. Hay demasiados testigos ahí dentro que pueden echar por tierra tu versión de que no se ha registrado nada. En un juicio, la palabra de un abogado colegiado en activo tiene más peso que la de un notario. Tirar por tierra la declaración de un hombre de dudosos e ilícitos ingresos podría hacerse, pero de un abogado y su ayudante… No pienso jugármela.
—¿Le tienes más miedo a él que a mí? Solo tengo que presentarme delante de tu mujer y enseñarle un par de fotos. Acabaré con tu matrimonio con solo un chasquido de mis dedos.
—Prefiero arriesgarme a un divorcio antes de que me expulsen del colegio de notarios. Duele menos una mordida a mis ingresos que el que me los quiten todos. – Escuché unos pasos, seguramente los del tipo yendo hacia la puerta. Y después un suspiro derrotado.
—Está bien. Lo haremos como debe hacerse.
—¿Quieres que haga el registro de forma legal? – Quiso asegurarse el tal Charly.
—El ruso es mejor opción que la alternativa, y ya no puedo demorarme más con los pagos.
—De acuerdo, entonces volvamos.
—Espera. – le detuvo Bob. – Antes lávate la cara, tienes el aspecto de un ternero que va al matadero. – En cuanto escuché correr el agua, salí de allí a toda velocidad. Lo justo para salir por la puerta, y hacerme el encontradizo, como si acabara de ir a buscarlos.
—¿Se encuentra bien, Charles?, tenía mal aspecto cuando salió del despacho. – Pregunté amablemente. Sí, puedo ser el perfecto y atento samaritano que comulga cada domingo en la iglesia, o al menos parecerlo.
—Eh, si, sí. Solo una ligera indisposición. Podemos proceder si no le importa. Querría ir a casa para descansar lo antes posible. – Sostuve la puerta del despacho para franquearle el paso.
—Por mí no hay ningún problema. – Y así es como un Vasiliev evita que lo utilicen, usando la cabeza y cubriendo sus flancos. Pero Bob… esta iba a pagármela, porque no se juega conmigo, y mucho menos con el sustento de mi familia.
Próximamente a la venta….