Bruno
Apenas llevábamos una hora caminando, cuando comprendí que no podíamos continuar con aquel ritmo. No avanzábamos lo suficiente rápido, y ella ya estaba mostrando síntomas de cansancio. Caminar campo a través, con terreno irregular, obstáculos que superar, humedad, y tierra que se adhiere cada vez más a tus zapatos y parte baja de tus pantalones, hacía que tus piernas se fatigasen más y fueran más pesadas.
Y no, no es lo mismo que machacarse en el gimnasio como un animal por tres horas todos los días. Los aparatos que puedes encontrar allí, están pensados para trabajar uno o dos grupos de músculos cada vez. En una travesía como en la que estábamos embarcados en ese momento, se utilizaban grupos musculares más complejos, había que sumarle el equilibrio, la tensión y que el calzado no era precisamente el más adecuado. Yo llevaba unas deportivas, cómodas, aunque no demasiado prácticas en un terreno como aquel, porque necesitaba más tracción e impermeabilidad. Pero la que tendría que estar sufriendo a fondo era Nika. Sus delicados zapatitos eran demasiado endebles para este terreno. Para sus pies, sería lo mismo que caminar en calcetines. Cada roca, cada rama, se clavarían en su planta haciéndola doloroso cada paso.
Si habría estado en condiciones, la habría cargado a mi espalda, de la misma manera que hacía con mi hermana cuando jugábamos a las carreras de caballos, y la habría llevado tanto tiempo como hubiese podido. Pero mis costillas no me permitirían hacer eso. Solo había una manera para hacerla ir más deprisa, soportando la incomodidad y el dolor, posiblemente alguna que otra ampolla en sus pies. Si hubiese utilizado esta gran cabezota y pensado mejor, se me habría ocurrido buscar algún rollo de cinta aislante en el avión. Con eso, podría haber envuelto sus pies, y haberle dado más resistencia a su calzado. Pero era demasiado tarde para eso, así que, como decía, solo había una mera.
—Vamos emperatriz, te estás quedando rezagada. – Eché un vistazo hacia atrás para ver su cara, advirtiendo como el ceño había aparecido. Eso era, si conseguía enfadarla lo suficiente, ese genio suyo la haría volar.
—No puedo ir más rápido. – protestó arisca. Le di una mirada maliciosa que sabía la escocería.
—Pues con lo que han debido de costar esos zapatos, tendrías que ir pisando nubes. – Ni yo mismo me podía creer la estupidez que acababa de soltar.
—Son cómodos, pero no fueron hechos para caminar campo a través. –
—No habría estado mal que incluyeras en tu equipaje de mano unos zapatos con los que puedas caminar más de 500 metros. – Me giré a tiempo para ver su mandíbula tensarse. La estaba llevando donde quería.
—Puede que en mi próximo viaje incluya unas deportivas de montaña en mi maleta. Quién sabe, tal vez volvamos a estrellarnos en medio de un bosque. –
—Dudo que tengas unas de esas en tu armario. – me detuve en mitad del camino, para levantar una rama que impedía el paso, para que ella pasara. La mirada que me dio hizo que se me congelara el culo. Esa sí que era la emperatriz de hielo.
—¡Ah!, ¿sí? ¿Qué te hace estar tan seguro de ello? Apenas me conoces, y tampoco has visto mi armario. – Pasó a mi lado como un puma cabreado. Y no me gustaba verla así, pero había empezado todo esto con un propósito, y estaba funcionando. Ella no solo no abriría la boca para decir que estaba cansada, sino que apretaría los dientes y usaría todas sus energías para continuar. Pero debía darle algo que me asegurara que continuara por un largo rato.
—No, no he visto el interior de tu armario. Pero sé que no las tienes, porque no se llaman deportivas de montaña, son botas, zapatillas o zapatos de montaña, chirucas, incluso podrías tener algo de calzado de trekking. Pero llamarlas deportivas… te ha delatado. – Noté como apretaba sus puños. Y supe que su réplica llegaría. Si no era audaz, es que la había vencido.
—¡Piérdete! – Y ahí estaba. Estaba tan cabreada, que no era capaz de encontrar una réplica inteligente con la suficiente rapidez. Y en este juego, había que demostrar ser rápido.
—Estamos en mitad de un bosque y sin cobertura, pero seguro que ahí me ganas. – Tuve que inclinarme para esquivar una rama que venía directa hacia mí. Ella sí que sabía jugar sucio. Pero fui el novato en un par de ocasiones, así que yo podía hacerlo mejor. – ¡Eh!, alteza, a la derecha, no queremos regresar al punto de partida. – Ella se giró hacia mí y me miró con odio.
—No hacemos más que dar giros a un lado y al otro. No parece que tú sepas tampoco hacia dónde vamos. – Cruzó ambos brazos sobre su pecho, haciéndola parecer encantadoramente enojada.
—Si lo dices por el sol, es imposible guiarse por él cuando está nublado como hoy. – ella parecía satisfecha, mientras pensaba que me había devuelto la pelota.
—¿El chico boy scout se trajo una brújula?, porque eso me tranquilizaría enormemente. – sonrió ladina.
—Estamos en el hemisferio norte, así que lo único que tengo que hacer es buscar el musgo en cualquiera de los troncos, para saber dónde está el norte. – Rebate eso, mi emperatriz. – Estamos caminando en zig-zag, porque hay demasiada pendiente como para hacerlo en línea recta. Y antes de que lo digas, no, no sé si estamos yendo en la dirección correcta hacia la civilización. Solo intento alcanzar un terreno más llano, donde encontrar algún tipo de sendero que nos lleve a ella. – Sí, había pensado toda la maldita noche en qué debía hacer, en cada paso que tendría que hacer para sacarnos de allí. Descartando aquello que no me serviría de nada, y tomando sólo lo que podría serme útil.
—¡Qué suerte haber caído en un bosque con alguien tan bien adiestrado en supervivencia! – Pero como ella lo decía, no sonaba a alago. Alcé el brazo para indicarle el camino que debía seguir. Ella lo empezó a seguir, y yo caminé detrás suyo. Así podía sonreír sin que me viera. Era tan fácil provocarla.
—Ya me lo agradecerás cuando estemos a salvo. – ¡Maldito subconsciente!, solo esperaba que ella no se hubiese dado cuenta del auténtico significado de esa última palabra.
—Sí, te llevaré de compras. Así me ayudarás a escoger unas botas de montaña bonitas para la próxima excursión que hagamos tú y yo. – Su voz tenía un tono tan ácido que parecía que se había tragado el zumo de 6 limones.
—Seguro que puedo encontrar las mejores para ti. ¿Qué número de pie calzas? – Mis ojos estaban clavados en el torpe balanceo de su trasero. Era difícil caminar como una diva en mitad del bosque sin tropezar y caer. Aunque ella estaba haciendo un estupendo trabajo con ello.
—Eres un chico de recursos, seguro que lo averiguas tu solito. – Tuve que contener una carcajada. Pero ¿cómo podía ser tan malo?
Caminamos un buen rato en silencio, ella no hablaba, y yo solo decía a la derecha, o a la izquierda, cuando quería que ella tomase uno u otro camino. Habíamos establecido una buena dinámica, y el ritmo parecía mantenerse. Yo trataba de ayudarla con algunos obstáculos, aunque estaba algo limitado físicamente. Menos mal que ella no estaba muy por la labor de aceptar mis atenciones. Una mano aquí, un empujón allá para que pudiese levantar ese cansado trasero…
No tenía ni idea de cuanta distancia habríamos recorrido, cuando una explosión hizo vibrar el aire a nuestro alrededor. Los animales gritaron asustados, corrieron despavoridos lejos del origen de aquello que les asustaba. Y no, no parecía estar tan lejos como suponía.
—¿Qué ha sido eso? – El rostro de Nika estaba vuelto hacia mí, y había abandonado su airada indignación para sustituirla por lo que había tratado de evitar todo este tiempo: miedo.
—Puede que haya sido una deflagración del depósito de combustible. – mentí. Había revisado los tanques, y habían resultado indemnes en el accidente. Con el piloto inmovilizado, las posibilidades de que aquello fuese un accidente provocado por su torpeza quedaban anuladas. En mi cabeza solo cabía una posibilidad, una que deseaba que no existiera, pero que debía tener presente como una realidad. La persona o personas que habían provocado el accidente, habían venido a terminar el trabajo.
Y eso no era bueno. Primero, porque ya habían borrado el rastro del sabotaje del avión, y segundo, porque ya sabrían que los pasajeros no estábamos allí. Vendrían a buscarnos, y solo podíamos hacer una cosa: correr.
—Bruno. – Nika me detuvo de seguir caminando. Quería respuestas, y esta vez no podría mentirla. Una cosa era cabrearla, y otra muy distinta ocultarle todo lo que ocurría. Así que tomé aire y … la tomé de la mano y empecé a tirar de ella.
—Alguien parece empeñado en acabar con el avión y sus ocupantes. – sentí como su mano apretaba la mía. Lo había entendido, y muy bien. Era una chica lista.
—Soy una Vasiliev. No voy a ponérselo fácil. –
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