Dafne
Las órdenes estaban claras: permanecer en mi puesto hasta que madre cambiase el plan de actuación. Si no lo tenía claro antes, ahora si que lo estaba; Ivan no era más que otra pieza más del tablero, una que tenía un poco más de margen de maniobra, pero que no tenía capacidad de decisión. Madre era la que gobernaba la nave, la que marcaba el rumbo y la que castigaba a los infractores. Nada, absolutamente nada se hacía sin que ella lo ordenase. Ella era la mano que movía todas las fichas, grandes o pequeñas. Ivan no era más que su perro guardián.
Era media mañana cuando ya estaba de camino a mi trabajo. El bus no era lo mismo que tener a tu disposición un coche, pero era lo que había. No siempre iba a tener a mi dispuesto chofer a llevarme de aquí para allá. Mientras trataba de evitar que el tipo del aro en la nariz se pegase demasiado a mí, me puse a revisar los mensajes de mi teléfono. Y ahí estaban, mis nuevas directrices: encontrar la manera de no abandonar un puesto mientras tomaba el otro. Como si fuese tan fácil.
Sentí una mano acariciando mi trasero de una manera demasiado íntima, acercándose peligrosamente a esa zona que no debería. No necesitaba buscar al dueño para saber de quién se trataba, aún así, alcé la cabeza para mirarle. Nada de montar un show para los pasajeros del autobús, eso provocaría que los pasajeros me mirasen a mí, en vez de al ejecutor de aquella maniobra tan repugnante. Además, si algo me habían enseñado, era a librarme de tipos pegajosos que obstaculizan mi camino hacia el objetivo. ¡Y qué demonios!, para mí era un poco de justicia divina.
Antes de que si quiera se diese cuenta de lo que iba a ocurrir, lo había aferrado por su chaqueta para inmovilizarlo, mientras mi rodilla se lanzaba fuertemente contra sus desprevenidos testículos. El aire escapó de sus pulmones con brusquedad, pero lo que me hizo sonreír por dentro fue verle palidecer y ver como se doblaba.
—Cerdo. —Le susurré cerca del oído. Luego me alejé de él con tranquilidad.
Al darme la vuelta para avanzar más adentro del autobús, tropecé con la mirada de una señora mayor que estaba sentada frente a nosotros. Ella asintió firmemente hacia mí, mientras sostenía una expresión seria. Sabía lo que eso significaba, ella aprobaba lo que había hecho. Seguramente ese depravado era un asiduo a ese tipo de maniobras con jóvenes desprevenidas y vulnerables. Esas pobres seguramente no habrían reaccionado como yo, así que la única que debió ponerle en su lugar de esa manera había sido yo. Solo esperaba no ser la única, o al menos me gustaría pensar que el dolor le apartaría un tiempo de ese camino. Tampoco me hacía ilusiones de que fuese mucho. La única manera de acabar con ese degenerado erra encerrándole en una celda de 2×2, a ser posible con alguien mucho peor que él, al que le gustase abusar de tipos como él. Recibir su propia medicina, o incluso peor.
Me detuve junto a la mujer y me di la vuelta para afrontar al tipo. Me quedé mirándolo, esperando que hiciese cualquier movimiento. No sé, gritar, maldecir, insultarme. Pero no, solo tuvo que mirarnos al as dos para saber que en esta batalla yo no estaba sola. Si decidía poner a los pasajeros en mi contra, humillarme para que no volviese a hacer algo así o castigarme socialmente, iba a tenerlo difícil. La mujer y yo nos uniríamos en su contra.
Al menos fue inteligente, bajó la mirada, y en la siguiente parada abandonó torpemente del autobús.
Degenerados hay en todas partes, en todos los países, lo único que les diferencia es la impunidad con la que actúan y el castigo que reciben. La ley, la justicia, no es igual para todos.
Cuando me bajé en mi parada, tenía una estúpida sonrisa triunfadora en la cara. Al menos, a este gilipollas le había dado lo suyo. Me sentía fuerte, me sentía bien. Ver el Crystals en la distancia me recordó que mi trabajo no era ese, no era castigar a los malos, era trabajar para… ¿Quiénes éramos nosotros? ¿los malos o los buenos? Según madre, Viktor Vasiliev era el malo, y cualquier acción para castigarlo justificaba el medio por el que lo hiciéramos. Mentira, engaño, extorsión, dolor y muerte. Todo sirve.
Estaba saliendo de la zona donde los empleados nos cambiábamos para el servicio, donde guardábamos nuestros enseres personales en taquillas, cuando pensé que era el momento idóneo para tratar mi reducción de horas. Así que fui directa hacia el metre. Lo encontré en su pequeño reservado, supongo que anotando el pedido de vinos para la semana.
—¿Puedo hablar con usted, señor Richardson? —El hombre levantó la cabeza hacia mí. Odiaba que le interrumpiesen, pero le encantaba que los empleados le mostrasen el debido respeto, así que asintió serio.
—¿Qué sucede? —Avancé tímidamente un par de pasos más cerca de él.
—Cuando empecé a trabajar aquí le expuse mi situación, y que era posible que necesitara reducir mi jornada para cumplir con mis otras obligaciones. —En aquel entonces le conté una sarta de mentiras sobre familiares enfermos que podrían necesitar mi ayuda. Cuando le dices la palabra cáncer a un hombre cuya esposa murió por causa de esa terrible enfermedad, no solo consigues que te contraten, sino que es capaz de ponerse en la situación de enfermo y sus necesidades.
—Lo recuerdo. ¿Necesitas unos días libres? ¿Cambiar los turnos? —Aunque su voz pareciese cortante, la oferta era demasiado flexible.
—Yo necesitaría trabajar solo medio turno. El horario de noche… —Lo dejé en el aire, haciendo que mi voz se debilitase antes de callar. Una buena interpretación era mejor que una mentira.
—Está bien. ¿Será a partir de hoy? —Sabía que lo decía para buscarme un sustituto rápidamente, o para contar con más tiempo.
—Dentro de un par de días. —Él entendió.
—Lo anotaré. Regresa a tu puesto. —El tiempo del hombre sensible había pasado, así que me retiré. Ya había conseguido lo que quería, solo me quedaba el conseguir ese puesto temporal de recepcionista.
Con este cambio, tendría controlado a Viktor Vasiliev tanto como me permitía mi ubicación, y eliminaba el horario de tarde-noche, en el que salvo excepciones, el rey negro quedaba lejos de mi radio de observación. ¿Por qué no haberme liberado antes de ese turno inútil? Pues porque se suponía que necesitaba el dinero. Ahora, con la perspectiva de otro trabajo, podría cubrir esa aparente necesidad.
Aquella noche no hubo pedido del rey negro, así que sabía que fuese lo que fuese lo que lo había mantenido en su castillo la note anterior, ya había sido solucionado. Solo necesitaba confirmarlo con los datos registrados por el gusano. Pero eso quedaba fuera de mi alcance.
¿Mi siguiente paso? Encontrarme con mi futuro compañero de trabajo y decirle que…
—He pensado sobre tu oferta de trabajo y… Creo que si me das tiempo a salir del restaurante después del servicio de comidas, podría trabajar unas horas por las tardes, al menos hasta el cierre. ¿Qué te parece? —Su contenida sonrisa me dijo que los dos habíamos conseguido lo que queríamos.
—Eso sería estupendo. No tendrás ningún problema en el restaurante por eso, ¿verdad? —Y el pobre se preocupaba.
—No creo. Solo avisaré y alguien cubrirá mis turnos.
—Bien. Entonces avisaré al gestor para que vayan preparando tu contrato. Necesitaré algunos datos como tu identificación, número de la seguridad social… Esas cosas.
—De acuerdo. ¿Lo necesitas ahora? —confiaba en que mis papeles estuvieran en regla, pero tenía que prevenir a Ivan de que probablemente alguien escarbaría en todo ello. Él ya me había prevenido sobre el sistema que utilizaban los Vasiliev con todos sus empleados. Con el fin de evitar que alguien que no debía o malas intenciones entrase en su nómina, rebuscaban en el pasado de sus nuevas incorporaciones. No se detenían en su vida laboral o sus antecedentes penales, iban un poco más allá.
—Todo no, pero… ¿puedes enseñarme tu identificación? —Asentí hacia él y rebusqué entre mis cosas para sacar lo que se suponía que era mi carné de conducir. Se lo enseñé.
—¿Este te vale?
—Sí. —No lo cogió, solo sacó una fotografía con su teléfono. —Mañana firmaremos el contrato, acuérdate de traerlo todo.
—¿Así de fácil? ¿El jefe no me tiene que entrevistar? —Él sonrió de manera autosuficiente.
—Se fía de mi criterio. —Bien. Entonces ya estaba dentro, había sido fácil.
Seguir leyendo