Hacía mucho tiempo que no me levantaba con una sonrisa en la cara, y sabía por qué era. El día iba a ser largo, iba a comenzar a moverme por la ciudad y a dar los primeros pasos para asentarme en ella. Unas visitas de negocios, otras para mantener vivo el recuerdo, y una para cumplir una promesa. Solo había hecho dos en mi vida, e iba a cumplir la primera de ellas, no porque fuese la más fácil, sino porque una vez liquidada, podía centrarme en el trabajo que tenía por delante. Me pesara lo que me pesara, yo no era el mismo muchacho que se fue hacía 4 años. El hombre que había regresado no podía permitirse tener puntos débiles, y ella podía ser el más peligroso de todos. Quizás, cuando fuese libre, podría ir a buscarla. Quizás.
Me puse en pie, y me dispuse a prepararme. Mi primera para del día sería en el bufete de abogados que Viktor había utilizado para sus asuntos, los mismos que 3 días después de su muerte se presentaron en casa para informarnos sobre su testamento y sobre las cláusulas de este que nos atañían. Al parecer no tuvo la previsión de pensar que Emy y él morirían el mismo día, porque a Nikolay y a mí nos dejaba dos partes de sus posesiones, y a Emy la tercera parte. mitad. ¿Dónde quedaba Donna?
El problema, según nos explicaron, venía porque había creado una sociedad jurídica que era la poseedora de la mayoría de sus empresas, y se encargaba de la gestión de sus activos y pasivos. Todavía no tengo muy claro su funcionamiento, pero por lo que entendí, tenía a varias personas controlando sus negocios, sus ingresos, pero todas tenían que responder ante él, porque era el director general de la sociedad principal. A la hora de la verdad, lo único que tenía a su nombre era el coche, que quedó destrozado en el tiroteo, y una cuenta corriente en la que disponía de algo de efectivo para los gastos habituales.
Con la muerte de Viktor, Emy, Nikolay y yo pasaríamos a ser una especie de accionistas de la empresa principal, por lo que seríamos los beneficiarios de sus dividendos y seríamos los responsables de su gestión. Ya saben, tomar decisiones como qué compramos a hora o qué vendemos, a quién contratamos, a quién despedimos… ese tipo de cosas.
Emy había muerto sin haber dejado un testamento, por lo que Donna heredaría la mínima estipulada por la ley, y el resto se lo quedaría el fisco. Ni a Nikolay ni a mí nos pareció justo, pero más que por que ella heredaría una parte más pequeña, porque el fisco reclamase alegremente una aparte del trabajo de nuestro hermano. Él lo había ganado con sacrificio, y no permitiríamos que unos chupa sangre se lo quedaran así por las buenas. Como tampoco nos pareció justo que la familia, de la que Emy había renegado siempre, viniese a reclamar una parte de ese pastel. Pero el dinero es una golosina que nadie quiere soltar, daba igual que fuesen unos ladrones o unos hombres de recta moral cristiana.
Así que dejamos en manos de los abogados el trabajar en los asuntos legales, buscando argucias legales para evitar que eso ocurriera. Pero no abandonaríamos a Donna, solo protegeríamos lo que era suyo. Cuando cumpliese la mayoría de edad cobraría una buena suma de dinero, una cantidad que resolviese su vida, y que podría manejar a su antojo sin que su familia de acogida metiese la mano.
Lo malo de los temas legales es que llevan años de litigios, pero al final conseguimos que todo el pequeño imperio de Viktor quedase de una sola pieza y bajo el control de la familia. En aquel momento me reconcomió la manera en que los abogados lo consiguieron, pero ya saben lo que dice, el fin justifica los medios. La maldita autopsia de Viktor y Emy fue la carta que nos hizo ganar. Nuestros abogados apelaron a que ella murió antes que Viktor, por lo que su parte revertía de nuevo a mi hermano. Y luego, a su muerte, esta llegaría íntegramente a nosotros como su única familia.
Que Donna llevase el apellido de la familia no era importante para la ley, salvo si ella decidía reclamar su parte como heredera. Nikolay no hacía más que repetir, que si Viktor y Emy se hubiesen casado, las cosas habrían sido distintas.
Viktor. Abrí su armario, buscando algo de ropa que pudiese servirme. No quedaba gran cosa, porque donamos a la beneficencia aquello que nos causaba dolor conservar. Cuando murió Nikolay, me negué a hacer lo mismo. Al final, entre un armario y otro, conseguí encontrar un pantalón de vestir y una camisa que me quedaran bien. Necesitaba tener una apariencia formal, pero no debía de aparentar más edad de la que tenía, no era bueno para mis propósitos. Si la gente te ve como un adolescente, te trata de manera diferente a como lo haría con un adulto. 19 años no es la mayoría de edad legal para algunas cosas, aunque sí que tenía la justa para mi primera parada.
Cuando até el último botón de mi camisa, me miré al espejo. Entendía porqué aquel idiota del barco pensó que yo era Nikolay; nos parecíamos tanto… Él bromeaba diciendo que éramos idénticos a papá, y que Viktor era totalmente de la otra parte de la familia. Pero se equivocaba, todos, los tres, teníamos los ojos iguales, azules como los de nuestro padre. Y fue al mirarme a los ojos que reconocí aquella mirada que tenía Viktor, cuando salía de casa antes de ir a una de sus peleas. Había una letal determinación en ellos, una advertencia para todo aquel que se cruzara en su camino; pasaré por encima de ti. Y ese era yo ahora, el que tenía aquella mirada, el que pasaría por encima de aquel que se cruzara en mi camino.
Una vez con la ropa encima, había llegado el momento de colocar mis armas en su lugar. Algo que aprendí gracias a los errores de otros, sobre todo de mis hermanos, es que nunca, jamás, debían de sorprenderme sin un arma con el que defenderme, y a ser posible, más de una. La primera en ocupar su lugar, aunque no la menos importante, fue la navaja mariposa que llevaba siempre en una sujeción oculta en mi cinturón. Normalmente te registran antes de una cita a la que se supone que no debías ir armado, encontrar un lugar donde no te cacheen es complicado, pero no imposible.
La segunda fue el arma que le arrebaté a aquel desgraciado, el primero de mi cuenta personal, un calibre .357 magnum. Tenía el cañón más largo que la de mi hermano, pero mucha más penetración, ideal para acribillar a alguien dentro de un coche. Contuve la ira que aquel recuerdo provocaba, y seguí con mi tarea. No tenía una cartuchera donde guardarla, así que la metí en la parte de atrás de mis pantalones. Con la chaqueta la ocultaría sin problema.
El dinero repartido en varios lugares, mi identificación en el bolsillo interior, y ya estaba listo para salir al mundo. Estaba cerrando la puerta de casa con la llave, cuando escuché la madera de la escalera crujir ligeramente. Por el rabillo del ojo atisbé los pies del hombre que estaba empezando a bajar, un vistazo rápido y reconocía aquella forma de moverse. Esperé lo suficiente para que él se encontrara conmigo.
—Buenos días Yuri.
—Hola Jacob. – Esperé hasta que llegara hasta mi posición.
—Tenemos muchas cosas que tratar ahora que has vuelto. ¿Qué te parece si te invito a desayunar y nos ponemos al día? – Una jugada muy inteligente por su parte, no retrasar lo inevitable, y sobre todo parecer dispuesto a facilitarme toda la información que necesite saber.
—Me parece bien. – Él me sonrió afable y juntos salimos del portal. Yo tampoco debía mostrarle mis auténticas cartas, dejaría que él mostrara las suyas primero. ¿Qué porqué desconfiaba de él?, pues porque todo este tiempo que pasé fuera reflexioné sobre lo que había ocurrido aquella noche. Pero el que me abrió los ojos realmente fue Lev. Aún recuerdo sus palabras.
—¿De verdad piensas que él te ayudó, cachorro? Sí, consiguió ponerte a salvo, te envió lejos de aquellos que te buscaban, pero… ¿Crees que es fácil preparar un viaje así? Lleva tiempo encontrar a las personas que te trajeron al continente, cachorro. No es algo que se decida un día y al siguiente ya esté hecho. No, es más complicado que eso. Necesitas los contactos indicados, necesitas engrasar las ruedas con una buena cantidad de dinero para que giren, y sobre todo tienes que despedirte, porque es muy probable que no vuelvas a ver a esa persona. Tiempo, planificación y mala fe, cachorro.
Para Lev estaba claro que Jacob no fue un buen samaritano, pero es que en el mundo de la Bratva no había sitio para ellos. Antes de condenarlo, yo necesitaba saber si él me había traicionado o si pecó de ingenuidad. A fin de cuentas, ninguno de los dos sabía dónde me estaban metiendo. Lo que sí tenía claro, es que él había planeado alejarme antes de lo ocurrido, y no precisamente había pensado en que hiciera un viajecito al campo.
Próximamente a la venta….