Avalon
¿Nunca les ha pasado que empiezan a conducir y no se dan cuenta de cómo han llegado a su destino? El subconsciente nos lleva sin ningún percance hasta ese lugar, pero no era el que tenían en mente como destino cuando cogieron el coche.
Pues ahí estaba yo, parada frente a la Pasticceria cuando pensé que iba a casa. Supongo que sería por el hecho de que suelo ir a mi domicilio cuando ya es de noche, pero en este momento brillaba el sol, o algo parecido, porque a finales de diciembre en Chicago no es que el sol consiga brillar mucho.
Ya que estaba allí, decidí entrar y comprar algunos dulces que llevarme a casa. No suelo comer ese tipo de cosas, mi alimentación es muy sana, de eso se encargan Aisha y mamá, pero hay veces en que te apetece comer algo que le siente mal al cuerpo. Ya saben, de ese tipo de cosas que canta Zenet, «eres lo que menos me conviene, lo que tanto me apetece, lo que más me da la gana», en otras palabras, malo para tu figura, bueno para el alma.
Entré por la puerta principal, encontrando a un hombre sentado en la mesa junto a la cristalera tomándose un café mientras leía un libro. Había tres personas esperando su turno para ser atendidos, y como persona educada que soy, me puse la última de la cola.
—¿Avalon? —Pero claro, yo no era un cliente más.
—Hola, Mica. —Me hizo gestos con la mano para que me acercase a ella por el lateral del mostrador.
—¿Qué haces por aquí? —Me estampó un par de besos mientras esperaba mi respuesta.
—Vengo a darme un capricho.
—Dale a esa niña algo de lo que escondes en la trastienda. —dijo Alicia mientras le entregaba un primoroso paquetito a uno de los clientes.— Aquí tiene, que lo disfrute.
—Acompáñame. —Seguí a Mica a la trastienda, donde tenía el obrador, el lugar donde creaba todas las dulces tentaciones que vendía en su tienda. —¿Has comido?
—Un yogur con frutas hace un rato.
—Eso no es comida. —Empezó a rebuscar en los armarios, hasta que se detuvo en seco y se volvió hacia mí. —Te propongo un trato, si tú me haces un recado te invito a comer.
Y así es como terminé en el Fogón, el restaurante de su hijo Santi, con una tarta en las manos, esperando a que me abriesen la puerta.
—Mi madre es una lianta. —Dijo Santi nada más franquearme el paso.
—Hola a ti también. —Santi me sonrió igual que el niño de mamá que era.
—Trae aquí. — Tomó la tarta en sus manos con mucho cuidado, y empezó a caminar hacia el interior. Lo seguí, porque estaba claro que había dejado la puerta abierta para que lo hiciera.
—Tu madre me dijo que me cambiaba el porte por una comida. —mi estómago apoyó enérgicamente mis palabras.
—Creí que enviaría a algunos de los hombres de vigilancia a hacer el recado, por eso preparé una hamburguesa gigante con todo. Pero a ti no puedo darte eso.
—¿Por qué no? —pregunté muy indignada. Santi giró levemente la cabeza para señalar con la mirada mi estómago.
—Imposible que un monstruo como ese quepa ahí dentro. Además, voy a cambiártelo por otra cosa que nos gustará más a los dos. —Aquello me intrigó.
—¿A los dos? —Caminé un poco más deprisa para alcanzarle, pero ya casi habíamos alcanzado la cocina del restaurante, y con tanto ruido no pude escuchar su respuesta, o tal vez es que no me dio ninguna.
Esperé pacientemente a su lado mientras colocaba la trata dentro de una vitrina. Y cuando cerró la puerta de la misma, repetí la pregunta. Santi me sonrió al tiempo que me guiñó un ojo.
—Sígueme. —Obedecí a su orden. Lo que no esperaba es que saliésemos de la cocina y nos dirigiéramos a su apartamento en la primera planta del edificio.
Estaba bien esto de que estuviese directamente comunicado con el negocio, pero el subir escaleras al paso de Santi no me permitió formular ninguna pregunta para saciar mi curiosidad. ¿Este hombre se entrenaba para alguna maratón de escaleras?
—Siéntate. —Obedecí nuevamente y no protesté, porque la mesa estaba ya preparada para dos personas.
—Dijiste que no sabías que era yo la que venía. —Santi se volvió a mí con una fuente de verduras braseadas, y parecía que estaba caliente porque la sujetaba con un paño.
—Mi prometida me ha dejado tirado antes de comer. —Aquello me sorprendió.
—No es algo habitual en Bianca. —Asentí con la cabeza cuando Santi preguntó en silencio si quería que me echase una ración de aquello.
—Cuando el jefe le dice que quiere tratar con ella algunos asuntos, no tiene ningún inconveniente en llamarme y decirme que no viene a comer. Como amo de casa me siento maltratado. —Santi puso una mano sobre su corazón de forma teatral.
—¿Amo de casa? —Pregunté con una ceja alzada.
—Voy a la compra, preparo una comida suculenta y equilibrada para mi pareja, y ella va y me deja por un chasquido de dedos de su jefe. —Este hombre no tenía precio para el drama cómico.
—En su defensa diré que su feje es mucho jefe. —Metí un calabacín en mi boca. La verdura se deshizo suavemente. No estaba tan caliente como esperaba.
—Lo sé. —Santi me mostró otra fuente con algo de pescado en salsa. Volví a asentir. —Pero ella se lo pierde. No pienso comer solo. —Se sentó frente al otro servicio y se dispuso a comer lo que se había servido en su plato.
—Estás hecho todo un chico malo. —Le acusé con una sonrisa. —Seguro que no vas a dejarle nada de esto para cuando llegue. —Santi se encogió de hombros.
—Que se contente con lo que le dé su jefe. —Sabía que Santi estaba de broma, pero había algo detrás de todas aquellas palabras, que me decía que no le gustaba que mi padre absorbiera de esa manera a su chica.
Comimos tranquilamente, hablando sobre cosas del día a día. Santi y yo nos habíamos criado prácticamente juntos, así que puedo decir que nos conocíamos bien. A nuestra manera, pero éramos de la familia.
Estaba saboreando un flan de café que había hecho el mismo Santi, cuando la puerta del apartamento se abrió, mostrándonos la imagen de una cansada Bianca.
—Ya estoy en casa. —Santi caminó hacia ella, y puede que diese más rápidos los últimos pasos para llegar a su lado.
—Siéntate, estás agotada. —Con delicadeza la quitó el maletín, el bolso y el abrigo.
—Quiero uno de esos. —Señaló con un dedo el flan que tenía en mi mano. Santi se apresuró a servirle uno.
—Tu jefe es un explotador. —Santi le dio un pequeño beso en los labios antes de poner el flan frente a ella.
—No le flageles tan rápido. —Bianca metió la cucharilla en el flan, se lo llevó a la boca y lo saboreó con deleite. —Igual que el de la tía María. —susurró.
—Dame una razón para que no le odie por hacerte trabajar tanto. —Santi apoyó las manos sobre la mesa de manera amenazadora.
—¿Recuerdas ese viaje que querías hacer por Asia?—Santi asintió con la cabeza—Pues mi querido jefe me obliga a cogerme vacaciones y nos paga tu capricho. Dice que es su regalo de bodas.
—Wow. —Dijo Santi. No pudo evitar dejarse caer sobre la silla.
—India, China, Corea del Sur y Japón.
—Wow. —Volvió a repetir.
—Ahora que Avalon ha terminado su investigación, puedo tomarme esos días libres, porque no tendré que estar tan pendiente del laboratorio. —Su mirada parecía perdida dentro del flan. Apenas había tomado dos cucharadas, pero no había seguido comiendo, y eso me extrañó.
—¿Te encuentras bien? —mi pregunta la hizo girar la cabeza hacia mí.
—Eh… Sí, es solo… —Giró la cabeza hacia Santi y luego de nuevo hacia mí. —Es que la comida no me sienta del todo bien últimamente. —Como médico eso me preocupó. Mi primera reacción fue acercarme para estudiar más de cerca el estado de sus ojos. Solo con eso se obtiene mucha información.
—En cuanto descanses un poco iremos a hacerte un chequeo.
—No hace falta, de verdad. —Conocía lo suficiente a Bianca como para saber que ella era de ese tipo de personas que no quería ser una molestia. Pero era su salud, y eso a mí me preocupaba.
—Tenemos todo un hospital y un laboratorio a nuestra disposición. Puedo hacerte todas las pruebas que sean necesarias y… —Su mano me detuvo.
—Estoy embarazada. —Aquellas dos palabras lo decían todo.
—Embarazada. —Repetí.
—No queríamos decírselo a nadie todavía, al menos hasta asegurarnos de que todo iba bien.
—¿De cuánto tiempo?
—16 semanas. —fue en ese momento de que me di cuenta de lo importante de la noticia.
—Embarazada. —Me lancé hacia ella para abrazarla con fuerza. —Enhorabuena.
Si alguien merecía ese regalo eran ellos dos. Embarazada.