Drake
Volví a apretar la pelota anti estrés en mi mano derecha, mientras observaba relajado el vídeo de ese cretino y Tasha. Cualquiera que me viera en aquel momento, creería que era un ser frío en inalterable, pero no tenían ni idea de lo que estaba ocurriendo en mi cabeza. Cuando detecté la presencia de aquella maldita grabación en las redes sociales, lancé las contramedidas para destruir todo rastro de él, pero me guardé una copia. Y era eso precisamente lo que me estaba obligando a ver, para castigarme por mi error. Sí, aquello que estaba sucediendo en el monitor era culpa mía. Cuando el video terminó, separé mi espalda del respaldo reclinado de mi silla, y me puse en pie. Pulsé la secuencia de teclas, para que el video se borrara definitivamente, pero no lo haría de mi memoria. Tenía cada maldito fotograma impreso en mis retinas.
—¡Eh!, Drake. ¿Te vienes a la pelea? – Troy gritó desde el otro lado de la puerta de mi habitación. Otro día habría ido con los chicos a ver una de esas peleas clandestinas universitarias, en las que más de una vez yo mismo había participado, pero no ese día.
—Hoy tengo que terminar un trabajo. Iré a la próxima. – grité para que me oyera al otro lado. Mis ojos seguían fijos en el monitor, donde ahora se veía la secuencia de código informático que había puesto en marcha.
—Ok. Ya te contaré a la vuelta. – escuché como sus pasos se mezclaban con el resto de gente que pululaba por el pasillo de la residencia. Me arrojé sobre la cama frente a mi equipo, y desde allí seguí mirando la pantalla mientras apretaba una y otra vez la maldita pelota.
Era una persona inteligente, y creía que lo tenía todo controlado, pero me equivocaba. Con Tasha uno siempre se equivocaba, ella no era como el resto, y sabía eso, pero, aun así, no predije este paso. Se suponía que ella… si, idiota, creías que la tenías en el bote, que cada vez que la veías espiarte desde detrás de alguna ventana, ella suspiraba por ti. Pero no fue así, ella… ¿En qué me había equivocado?
—Vives en la otra punta del país, idiota, ¿de verdad creías que ella guardaría tu ausencia como una niña buena? – a veces pensaba que tenía a un Pepito Grillo metido en mi cabeza, que asomaba la cabeza, justo para recordarme en dónde había fallado.
Alcé la cabeza hacia el calendario colgado en la pared, donde el día de su fiesta de graduación estaba marcado en rojo. Ahora no tenía más remedio que ir, y no para decir “¡eh!, estoy aquí, soy mejor partido que ese gilipollas de novio que te tenías”, sino porque sabía dónde iba a llegar todo este asunto, y el daño que podía hacer la gente. El video era solo la punta del iceberg, lo peor eran las habladurías. Las arpías de instituto eran letales, y más si se lanzaban sobre la gente popular. Nada peor que los que están arriba, para apartar a mordiscos a la competencia. Y Tasha era popular, con ese carácter tan arrollador, como para no serlo. Y luego estaban sus increíbles ojos azules, todo un imán para los chicos. Tenía que reconocerlo, había subestimado lo que la adolescencia podía hacer a nuestra relación.
—¿Qué relación, idiota? Lo único que hacías era dejarte querer en la distancia. Nunca le dijiste que te gustaba, nunca le diste una pista de lo que sentías. Solo eras atento y amable con ella, como lo eres con cualquier niña de la familia. Ella buscó a otro porque tú no hiciste nada. Nunca diste el paso. –
—No podía hacerlo, estaba, como bien dijiste, en la otra punta del país. —
—Excusas. Pero lo que importa ahora, ¿vas a hacer algo al respecto? –
—Quizás sea demasiado tarde. – reconocí.
—¿Acaso eres un cobarde? – no, no lo era. Por eso me levanté, y fui directo a mi PC. Como decía mi padre, “todo lo que merece la pena, requiere un sacrificio”.
Tasha
No me apetecía estar en aquella fiesta, pero se suponía que era la fiesta de fin de curso, y que no ir, significaría alimentar más las habladurías. No me importaba lo que la gente dijese de mí, pero… mentira, todavía me quedaba un año en este maldito instituto, y sé lo que pueden hacer las malas lenguas con una persona. Recuerdo a aquella chica que salió en la prensa, aquella que se suicidó porque sus “compañeros” de colegio la habían hundido en las redes sociales, la marginaban en clases, incluso llegó a sufrir alguna agresión. La pobre no aguantó más, y se tomó un frasco de pastillas. Nadie se atrevería a tocarme, y no solo por mi apellido, sino porque dejé bien claro que conmigo no se jugaba, pero eso no quería decir que me marginaran.
Pero no era de mí por quién me preocupaba, sino por Nika. Ella estaba sentada en la mesa junto a mí, haciendo que le interesaba todo aquello, sintiéndose fuera de lugar. A cualquiera que se lo diría pensaría ¿en serio?, mírenla, es preciosa, tan elegante, tan… perfecta. Pero no sabían lo que yo. Este era su primer año en el colegio, y salvo a mí, no conocía a nadie de nuestro curso. Ella siempre había estado un curso por detrás, pero aquella enfermedad que sufría, la había mantenido fuera de las aulas por dos años. Había vuelto bien fuerte, un curso adelantada, pero eso no era más que el resultado de estar encerrada en casa entre algodones, y de no te permitieran otra cosa que realizar actividades que no requiriesen esfuerzo físico.
Giré la cabeza a mi alrededor, dejando que la música pegadiza rellenara los vacíos de nuestra conversación. No le había dicho a ella lo que había pasado, no se lo había dicho a nadie, pero era un secreto que todo el mundo conocía, o al menos creían saber. Quizás ella parecía algo dolida, porque pensaba que no confiaba lo suficiente en ella para contarle lo sucedido. Pero no era eso, yo… no quería que ella sintiera lástima por mí.
—Acaba de llegar. – me miró con aquella expresión de “lo siento”, pero es que ella no tenía la culpa de nada, la que cayó como una estúpida en las garras de ese cretino, fui yo. Giré la cabeza hacia la entrada del pabellón de eventos deportivos, reconvertido en salón de baila para esa ocasión. Y allí estaba, intentando disimilar la cogerá en su pierna, el brazo en un cabestrillo, y la cara llena de moratones.
¿Orgullosa de mi trabajo? Totalmente. Aquella rata rastrera… podía seguir teniendo engañado a todo el mundo, pero yo sabía lo que era. Para todo el mundo, profesores, compañeros de equipo, chicas… él era una buena persona. El líder del equipo, el quarterback titular, guapo, con buen físico, agradable en el trato, con notas más que aceptables. Destacar era lo que le gustaba, pero ahora me daba cuenta de que no era demasiado brillante. Sus notas no eran espectaculares, no era el más guapo, y no es que fuera el líder del mejor equipo de la ciudad, simplemente, era una suma de todo ello, lo que lo hacían popular. Y yo caí, como la mayoría delas chicas del instituto. A ver, el chico había tenido una novia durante dos años, y hacía 6 meses habían roto. Pasaron tres meses de llamémosle luto, hasta que decidió volver a intentarlo, y la elegida fui yo.
¿Que por qué había aceptado salir con él?, porque había cometido el error de fijarme en un hombre que amaba a otra, y sabía que eso no iba a ir a ningún sitio, así que fui a por el segundo plato. Al principio Preston fue encantador, atento, caballeroso y totalmente romántico. Creí que estaba enamorada, incluso llegué a perder mi virginidad con él, y fue bonito, romántico, salvo por el hecho de que dolió, podría decirse que no fue un fracaso, hasta aquel maldito día en que ganaron el partido. Como he dicho, no es que tengamos el mejor equipo de la ciudad, por eso las victorias se celebran a lo grande. Y lo estábamos pasando bien, y dejé que me llevara al asiento trasero de su coche para hacernos algunos arrumacos, pero… Preston había bebido alguna copa de más, y la delicadeza se había esfumado. El idiota se bajó la cremallera del pantalón, y empujó mi cabeza hacia abajo para que le hiciera una felación. A ver, nuestra relación no había llegado a ese grado de intimidad. Nos acostamos una vez, sí, pero nunca habíamos llegado a … eso. Pero lo que mejor me sentó, fue que me lo exigiera con aquella brusquedad. Me negué, evidentemente, y él no recibió de buena gana ese rechazo. Que si se lo merecía, que si era una estrecha, que era una puta como todas, …ya saben, esas cosas que un borracho no se calla, y que acaba descubriendo lo rata que es. Me amenazó con publicar el vídeo de cuando nos acostamos juntos, y aparte de sorprenderme de que nos hubiese grabado, no le creí capaz de mostrarlo a todos, hasta que lo vi con mis propios ojos. Y entonces estallé.
He visto personas a las que se le despeja la borrachera con una buena dosis de adrenalina, pero nunca tan rápido como ocurrió con Preston.
Él era más grande, tenía más músculo, y estaba enfadado, pero no contaba con una Vasiliev cabreada, que ha aprendido a destrozar hombres más peligrosos que él desde pequeña. Cuando le vi retorciéndose de dolor en el suelo, di las gracias a mi padre por haberme enseñado a defenderme.
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