—Aquí tiene su agua mineral, señora Trenton. – levanté la vista unos segundos para distinguir a la elegante mujer mayor, que sostenía a un ¿cómo porras se llamaba ese perro reducido?, ah sí, Pinscher miniatura, esos que parecen un dóberman enanito. Pues eso, que lo tenía sentado sobre sus rodillas. La señora abrió la botella de agua, y vertió un poquito en un pequeño plato de porcelana sobre la mesa. El animalito bebió muy educadamente, eso sí, y luego volvió a erguirse todo majestuoso, al menos lo que podía con su pequeña estatura.
¿Un perro en el restaurante de un club de campo? Se preguntarán, pues sí, es lo que tiene el poder y el dinero. Se tuvieron que cambiar las normas de admisión para que los “mini chuchos” tuviesen su pequeña zona reservada para hacer sus cositas, así como pagar su cuota de socio por disfrutar del acceso al restaurante, de momento la única zona que tenía una zona acotada, y en la que podían entrar. Eso sí, los dueños eran responsables de las deposiciones de sus animales, si estos no llegaban a su “baño”. Ocurrió un par de veces, y ante el bochorno y mal trago, muchos dueños optaron por no traer a sus mascotas. Pero luego estaban algunas señoras mayores, como la señora Trenton, que seguían haciéndolo. Tengo que admitir que su mascota estaba muy bien educada, y que se comportaba con más decoro que algunas personas que conocía.
Cuando alcé la vista, los ojos de la señora Trenton me estudiaban con atención. Siempre he sido una persona tímida, así que bajé la mirada de nuevo hacia mi tarea. Números, eso es lo que hacía. Sí, soy contable. Una profesión aburrida, para una persona aburrida. Mentira, yo no soy aburrida, solo lo era mi vida.
—Hola abuela. – y ahí estaba el hombre de mis sueños, y el de los sueños de medio condado, besando la mejilla de la señora Trenton. ¿Sabía él que haciendo ese gesto derretía no solo el corazón de la anciana, sino el del resto de mujeres sentadas a la mesa junto a ella? Sí, era como una reunión de damas mayores, cotilleando sobre el hijo de unas, los nietos de otras, sobrinos… todo lo que pillaran por delante, nadie salía vivo de aquellas sesiones de “despelleja personas”. Lo único que podía decir de la señora Trenton, es que ella no abría la boca para poner verde a nadie, bueno, a un par de personas que sí que se lo merecían. Tampoco es que la señora estuviese mucho tiempo por el lugar, ella vivía en Dallas, la gran ciudad, que, aunque estuviese a menos de una hora de coche, era otro mundo. Todos los grandes negocios estaban allí.
—Hola cariño. ¿Has venido a jugar al tenis con algún amigo? –
—Con un cliente, tenemos pista reservada en 5 minutos. –
—¿Vas a quedarte a comer? –
—Depende de mi cliente, tal vez le convenza para que se quede a probar el carpaccio de sandía de Trevor. –
—Entonces puede que nos veamos más tarde. No trabajes tanto, cariño. –
—Esto es placer, abuela. – volvió a besarla y se alejó hacia las pistas. Creo que más de una de las señoras había suspirado al verle alejarse. Y es que hay que reconocer, que Dave Wilson, en pantalones cortos, es todo un espectáculo para la vista, y en bañador, y en traje, y… de cualquier manera que vaya, incluso metido en una caja de cartón estaría arrebatador.
En fin, dejé de mirar su redondito y duro trasero, para volver a… estupendo, su abuela me había pillado mirándole el trasero a su nieto. Que le vamos a hacer. Volví a mis cuentas, eso sí, después de darle un sorbito a mi limonada.
Estaba ya terminando con él montón de facturas, cuando noté que alguien se sentaba en la silla vacía frente a mí. Alcé la vista un poco incómoda, porque la única persona que ocuparía ese lugar, mientras estoy contabilizando los gastos, es Trevor. Entiéndanlo, estoy en su feudo, y soy la única de por aquí que no sale corriendo cuando está cerca, quiero decir, de la gente que trabaja en el restaurante. Le gustaba sentarse, apoyar el brazo en el respaldo de la silla, dejarse caer hacia atrás, y suspirar dramáticamente mientras me cuenta cualquier falta de sensibilidad hacia sus maravillas gastronómicas.
Pero no, lo que encontré frente a mí no era lo que esperaba. El elegante y sobrio rostro de la señora Trenton estaba mirándome con atención, como si llevase la cara manchada de chocolate.
—¿Puedo… puedo ayudarla en algo, señora Trenton? – ella ladeó la cabeza, como si me estudiara desde otro ángulo, una nueva perspectiva, que no consiguió más que hacerme sentir un poco más incómoda.
—Te gusta. – tenía varias alternativas: hacerme la tonta, cosa que con una mujer como ella no funcionaría, mentir y negarlo, que tampoco diría nada bueno sobre mí, o sencillamente reconocerlo, pero no dándole la importancia que tenía.
—Como a la mayoría de mujeres de por aquí. – ella se sentó más erguida, haciendo que su cabeza retrocediera, al tiempo que alzaba una ceja.
—Pero tú no eres como esa mayoría, ¿verdad? –
—¿Qué quiere decir? – no quería demostrarle que su clasificación me había desconcertado, así que regresé mi atención hacia mi balance de cuentas, como si mi pregunta no fuese demasiado importante.
—Que tú no eres como el resto de las chicas que vienen por aquí. Te he observado, y lo que he visto no encaja aquí como lo hacen ellas. – Estupendo, una clasista. Yo no era suficiente para su nieto, porque no era una niña rica de buena familia, porque no vestía ropa de diseñador, y porque no hablaba de esa manera tan…tan idiota que ellas creían que era refinada.
—Eso es porque yo no soy socia de este club, solo trabajo aquí. – ya la podían dar viento fresco a la vieja estirada esta. Cuando alcé la mirada desafiante hacia ella, pude ver como asentía con la cabeza y ¿estaba sonriendo? ¿Esta vieja estúpida y elitista se creía que me había puesto en el lugar que me correspondía?, pues no la decía un par de cosas porque no quería causarle problemas a mi padre, que si no… yo no soy de las que agacha la cabeza y acepta los golpes.
—Eso es a lo que me refería. Tú eres mejor que ellas. – pues ya podía esta vieja de culo huesudo y cuello de pollo irse a… ¡espera!, ¿me había hecho un ¡cumplido!?
—¿Cómo dice? –
—Esas niñas caprichosas no ven más allá del brillo del dinero y la clase social. Quieren un marido rico, que pague sus antojos, que tenga un buen estatus social, y, a ser posible, que esté por encima del resto. A ti, esas cosas no te impresionan. –
—¿Y eso lo ha deducido observándome? –
—Aquí hay hombres más ricos, con mejor posición social, pero no has mirado siquiera en su dirección, y no es porque sean viejos, que muchos no lo son, sino porque lo que te llama la atención es el carisma, la pasión, como la de ese tipo que se encarga del cuidado de los caballos, el doctor Carver. –
—¿El veterinario? – pregunté sorprendida. ¿Cuándo me había visto esa mujer mirar al doctor Carver de la misma forma que lo hacía con su nieto? Nunca, lo prometo.
—No estoy diciendo que te guste de esa manera en que lo hace mi nieto. – ¿podía leerme los pensamientos? – Sólo digo, que cuando él habla, te quedas fascinada escuchándole. – Pues claro que sí, daba gusto oírle. Él no tenía esa forma de hablar de finolis con el cerebro reblandecido por su ego, él disfrutaba con su trabajo, e intentaba explicarte las cosas para que las entendieras, sin resultar pomposo.
—Porque sabe hacer la conversación interesante. –
—Ves, eso es a lo que me refiero. Tú ves más allá de su fantástica sonrisa. – ¡Vaya!, la abuela se había fijado en el doctor. Pilluela.
—Vale, si, lo reconozco, me agrada la compañía del doctor Carver, ¿y qué? –
—Pues eso nos lleva al asunto principal. –
—¿Qué es…? –
—Te gusta mi nieto. –
—Eso ya quedó claro antes. –
—Y vas a hacer que se enamore de ti. – ¡¿Qué?! ¿Qué tenía el té que se había tomado esta mujer? ¿Mariguana?