Anker
—¿Hablaste con Astrid? – fue lo primero que salió de la boca de mi preocupada cuñada.
—Sí. – una respuesta escueta, pero no podía darle otra.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites, con los dos. – Pamina se había sentado en la silla frente a mí, y mi hermano estaba parado detrás de ella, con su mano sobre su hombro, confirmando con su gesto su mutuo ofrecimiento.
—De momento quiero saber cómo está la situación. Estoy esperando la llamada de Boby con lo que haya podido comprobar en este tiempo, y ya he reservado un vuelo para San José. Si el niño realmente es mío, y está mal, no quiero perder tiempo. –
—¿Y si no es tuyo? – dejó caer mi hermano.
—Si el niño existe, y está herido. Sea mío, o no, voy a ayudarle. – No, no soy una organización benéfica, de esa se encarga mi madre. Y sí, administro las empresas de la mafia rusa en Las Vegas junto a mi padre, por lo que se supone que soy de los malos. Pero nunca cargaría a mis espaldas con la culpa de no haber auxiliado a un niño que necesitaba ayuda, mi ayuda. Sí, hay muchos niños necesitados, pero este había tocado a mi puerta.
—Entonces iré contigo. – Pamina tenía la cabeza alzada hacia Dimitri, como si de alguna manera le estuviese pidiendo permiso para hacerlo, aunque ella no lo había hecho. Ni ella era de las que pedía autorización cuando tomaba la decisión de hacer algo, ni mi hermano sería capaz de negarle nada. Vi su asentimiento de cabeza, ¿ven?, él no le diría que no, imposible, y más si era una cuestión médica. ¿Confiar en ella y sus conocimientos? Siempre. En ella depositaría mi vida, sin dudarlo.
—Entonces te compraré un billete. – estaba abriendo la página de la compañía aérea, para empezar con el trámite, cuando mi teléfono vibró; Viktor.
—Tenéis el avión de la familia listo para despegar en la pista. –No sé cómo lo hacía. ¿Tendría alguna cámara de vigilancia oculta en mi despacho? Con el tío Viktor todo era posible.
—Gracias. Pamina y yo iremos para allá enseguida. –
—Recuerda que eres el director ejecutivo de nuestra compañía de seguros de salud. Cualquier cosa que necesites al respecto, no necesitas el permiso de nadie. – lo dicho, Viktor sabía casi tanto o más que yo sobre el asunto.
—Gracias por recordármelo. – mi terminal recibió en aquel momento un correo electrónico, así que empecé a abrirlo mientras sostenía el teléfono junto a mi oído.
—Boby va a seguir buscando, pero, aun así, me he tomado la libertad de incluir a alguien más en este asunto. – no necesitaba preguntar a quién, porque mi tío era especialista en este tipo de cosas.
—Me parece bien. –
—Intentaré mantener a tu madre al margen todo lo posible, pero… – sabía dónde quería llegar.
—Hablaré con ella cuando regrese, no te preocupes. Lo primero es ayudar al niño. – Ya podía pensar en cómo le iba a decir a mi madre que era posible que tuviese un nieto, y que necesitaba ayuda médica urgente. En fin, si algo había aprendido en mi vida, era que convertías los problemas grandes en pequeños, era más fácil solucionarlos. Convertir un problema grande, en varios pequeños. El primer paso y más urgente, hacer que operaran al pequeño, poner todos los medios para su recuperación. Segundo paso, confirmar que realmente era mi hijo. Y, por último, lidiar con su madre. Bien, ya tenía un plan de acción.
—Estaremos en contacto. –
—Sí. – cerré la línea. Volví mi atención hacia mi cuñada. – ¿Cuánto tardarás en tener una maleta lista? –
—Tengo una muda limpia en mi taquilla, ¿Cuánto tardarías tú? – eficiencia militar, lista para cualquier eventualidad, esa era nuestra Pamina. Abrí el cajón inferior de mi escritorio, y saqué una camisa todavía en su envoltorio de plástica, lista para estrenar. Allí dentro también tenía ropa interior, una maquinilla de afeitar, desodorante y una caja de preservativos, pero eso último no necesitaba meterlo en mi bolsa de viaje.
—Ve a preparar la tuya, mientras yo hago la mía. Tenemos el avión de la empresa calentando motores. – Pamina se puso en pie y empezó a caminar deprisa hacia la puerta de salida.
—4 minutos y estaré de vuelta. – cerró la puerta a su espalda, momento en el que volví mi rostro hacia mi concentrado hermano.
—¿Podrías…? – él me interrumpió antes de terminar la frase.
—Llamaré al tío Andrey, él está más al corriente sobre el tema de derechos paternos y custodias. Cualquier problema, estoy a una llamada de teléfono. – Si los dos abogados de la familia se ponían a ello, encontrarían todos los medios legales posibles para ponerlos a mi servicio. Contaba con ello.
—Gracias. – él se encogió de un hombro.
–La familia es lo primero, y ese niño puede ser mi sobrino. Uno de los nuestros. – cuando la familia entraba en una ecuación, la que fuera, hacía que todo se inclinara de su lado. Para un Vasiliev, “familia” era la palabra clave. Vivíamos por y para la familia. Trabajamos, peleamos y si es necesario, morimos por la familia.
—Será mejor que me dé prisa, tu mujer debe estar a punto de regresar. – aquella sonrisa en la cara de mi hermano solo podía sacarla mi cuñada.
Ojalá algún día encontraría una mujer así para mí. He conocido a muchas, pero ninguna roza siquiera a las que hay en mi familia. A veces maldecía a mi abuelo y a mis tíos por poner el listón tan algo, porque todas y cada una de las mujeres que han traído a la familia, son difíciles de igualar. No es por su belleza, que todas son hermosas de maneras diferentes, no es por su inteligencia, porque las hay más o menos listas, no, lo que define a todas y cada una de las mujeres Vasiliev, es que son fuertes por dentro. Auténticas luchadoras, de esas que no se rinden, aunque la vida las golpee, sino que la plantan cara y la desafían a lanzarles otro golpe. Son auténticas supervivientes. Pero no solo eso. Las mujeres de esta familia tienen un corazón lo suficientemente puro como para amar a un hombre como nosotros. No somos buenos, aunque tampoco diría que somos malos. Si hubiese que clasificarnos, nos pondría la etiqueta de complicados. Pero lo que somos ambos, hombres y mujeres, es auténticos. No fingimos ser lo que no somos, vamos con nuestra verdad por delante, aunque a veces la ocultemos parcialmente.
Yo aún no había encontrado a alguien así. Y hablando de mujeres. Empecé a meter todas mis cosas en la bolsa del gimnasio, mientras pensaba en que le diría a Savannah. Y esa era otra cualidad que los Vasiliev aprendíamos a desarrollar desde bien jóvenes, aunque no alcanzábamos a desarrollar todo su potencial hasta que nos convertíamos en un miembro activo de la familia, y esa era la de explicar las cosas sin decir realmente nada. Sí, como los políticos buenos. ¿Mentir? No hacía falta. Marqué el número y esperé a que ella contestara. –
—Hola, cariño. – le gustaba llamarme así, pero yo sabía que era más una palabra arraigada en su vocabulario diario, que algo que sintiera realmente.
—Ha surgido algo importante y tengo que salir de la ciudad ahora mismo. Tendremos que aplazar lo de esta noche. – no he dicho que no tenga citas, ni que sea un monje. Solo he dicho que no he encontrado a la mujer adecuada para compartir mi vida con ella. Savannah está soltera, muy buena y la gusta divertirse igual que yo. Desde un principio dejamos claro lo nuestro solo iba a ser sexo y salir por ahí de vez en cuando, sin planes de futuro ni nada más. Cuando uno de los dos se cansara de ello, solo tenía que decirlo y nos daríamos la mano, ya saben, estuvo genial, espero que te vaya bien la vida. Y no, no soy un capullo, ella saca algunos beneficios de todo esto. Escapadas de fin de semana a la playa, la nieve…entradas para espectáculos, fiestas exclusivas… ese tipo de cosas que a ella le gustaban.
—Oh, vaya. Había comprado algo especial para esta noche. – no necesitaba muchos más datos. Apreté los dientes conteniendo al cabrón que vivía dentro de mis pantalones. Ella también sabía lo que a mí me gustaba. Por eso quizás llevaba con ella algo más de un mes. Savannah era joven, elástica y no tenía miedo a experimentar cosas nuevas.
—Guárdalo para la próxima, muñeca. – escuché su risa al otro lado.
—Tendrás que llamarme pronto, o la estrenaré con otro. – ambos sabíamos que era una amenaza hueca. Ella no se atrevería a utilizar a otro hombre, porque yo no soy de los que comparte, y si ella tiene relaciones con otro, mientras se supone que está conmigo, ya podía despedirse de mí. Sí, soy posesivo, y machista también, lo reconozco. Pero también soy de los que pide tan solo lo que está dispuesto a dar. De mi parte tendrá la misma consideración. No habrá otras mujeres mientras esté con ella, no la haré de menos, respetaré sus deseos y cuidaré de ella. Sé que no soy perfecto, pero es como soy.
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