Dimitri
El soldadito se lo había currado. En un solo día había conseguido encontrar un sitio apartado y tranquilo, donde podría hacer conmigo lo que quisiera y nadie lo viera. Miré a mi alrededor, para hacerme una idea de qué podría utilizar a mi favor, de cómo podría aprovechar cualquier cosa para hacerme con el control de la situación.
—Ni lo pienses. – Karl se estaba acercando hacia mí, con un arma automática en la mano. Con un fuerte tirón arrancó la cinta americana de mi cara. Pues sí que estaba pegada. Karl se alejó hasta sentarse en una silla a un metro de distancia de mí, con el respaldo entre los dos. Sí, una auténtica pose de chulo pandillero, con el arma colgando de forma desenfadada de su mano. Si no hubiese tenido los tobillos atados a las patas de la silla, le iba a enseñar un par de cosas sobre intimidación ¡capullo! Y no, no he olvidado que estoy maniatado también. Lo primero que aprendí fue a reducir a un oponente con las manos atadas.
—Si no quieres problemas, será mejor que me sueltes. – el soldadito tubo la desfachatez de sonreír.
—Yo creo que los tendría si lo hago. Así que mejor te quedas como estás. –
—Bien, capullo, y cuál es tu plan. ¿Tenerme aquí encerrado para que no pueda acudir a mi boda? – sus ojos se levantaron fingiendo que lo pensaba.
—Es una buena opción. –
—Eso no te dará acceso a la fortuna de Pamina. –
—No tengo prisa por llegar ahí, pero la conseguiré. – gilipollas, no pude contener una carcajada cuando dijo eso.
—Voy a decirte cuales son los fallos de tu plan, gilipollas. He revisado todo el puñetero testamento de Rachel Gordon, y ahora que Pamina ha tomado posesión de su herencia, tu familia no va a volver a tener acceso sobre sus bienes. Podrán impugnar todo lo que quieran, pero Rachel ya se ocupó de hacer todo el trabajo en ese aspecto. La única opción que queda, es que Pamina os regale todo, y permíteme decir que eso no va a ocurrir. –
—Lo imagino. Nadie se desprendería de tanto dinero cuando lo tiene en sus manos. –
—No es por lo que piensas. Ella no es como vosotros, no la mueve la codicia. –
—El dinero mueve el mundo, y tu deberías saberlo, eres abogado, ¿verdad? –
—Es un estupendo aliciente, no voy a negarlo, pero Pamina no aceptó la herencia por el dinero, sino por cumplir los deseos de Rachel. No quería que todo su esfuerzo se desvaneciera. – Karl bufó.
—Sí, claro. Y yo me lo creo. – dejé que mi espalda se recostara mejor en el respaldo de la silla. ¿Se daría cuenta de que estaba manipulando mis ataduras para conseguir liberarme?
—Tú mismo. –
—Ella es como todas. El dinero, el poder, la posición social, todo eso las deslumbra, y si lo tienen ya no querrán soltarlo. –
—¿Cómo tu madre? – advertí como su mandíbula se tensaba. Bien, toqué el botón correcto.
—Mi madre es la peor de todas. Nunca ha tenido escrúpulos o remordimientos para conseguir lo que ha querido, incluso si tiene que manipular a otras personas. – Ah, ahí estaba.
—¿Y eso es lo que hizo contigo?, pobrecito, no me extraña que la odies. –
—No tienes ni idea. – su mirada destilaba tanto resentimiento…solo necesitaba empujarle un poco más.
—¿Qué hizo?, ¿quitarte la tarjeta de crédito de papá? – había modulado una auténtica voz de cretino gilipollas, provocándole… ahhhh, y ahí estaba lo que quería. Karl se puso en pie con agresividad.
—Esa zorra lloró, suplicó…utilizó todas las malditas armas que tienen las mujeres para conseguir que los demás hagan lo que ellas quieren. –
—Fuiste un blandengue. – le acusé.
—Tenía 16 años y besaba el suelo que ella pisaba. Si me hubiese pedido que saltara a un pozo de mierda lo habría hecho. – más, necesitaba más…
—¿Tú soldadito? Puf… – me mofé. Justo en la herida. La silla salió disparada hacia atrás cuando Karl tiró de ella.
—¿No crees que hubiese sido capaz? – preguntó enfadado. Le tenía calado. El soldadito tenía un ego del tamaño de un elefante, y el que los demás le infravaloraran le cabreaba, y mucho. Tenía tanto resentimiento e ira acumulado, que solo había que rascar un poco para llegar a él.
—Por favor. – me cachondeé. – Ni el ejército ha podido quitarte de encima el brillo rosa que tienes encima. –
—¿Qué? – me miró medio confundido.
—Que eres una nenaza. –
—No soy ningún gay. –
—No, ellos tienen el valor de reconocer lo que son y decírselo al mundo. Tu eres peor, tu eres un pusilánime, un calzonazos, un… – el golpe llegó como esperaba, directo a mi pómulo derecho. Fuerte, pero había recibidos mejores.
—Pamina golpea más fuerte que tú. – el siguiente impacto llegó con el arma, y ese sí que dolió de lo lindo.
—¿Mejor? – podía haber seguido provocándole, pero tenía que pensar en mi cara. Se suponía que al día siguiente era mi boda, y me gustaría que mis hijos me reconocieran en las fotos.
—Sip, mucho mejor. – escupí algo de sangre para demostrarle cuanto mejor había sido. Su sonrisa arrogante me dijo que al tipo le gustaba esto de la violencia.
—Puedo hacer cualquier cosa, incluso matar si fuese necesario. –
—¿Eso fue lo que te pidió tu madre?, ¿qué los mataras? – Karl me miró fijamente, en silencio, como sopesando decírmelo o no. Podía apreciar las ganas que tenía de hacerlo, pero se contenía. Vamos Dimitri, un empujoncito más. – ¿Eso es lo que vas a hacer conmigo? Porque sé que vas a hacerlo. – sus ojos se clavaron en mi con más intensidad – Vamos, ¿crees que soy estúpido? Un arma, un lugar apartado… secuestrarme para no acudir a mi boda no va a darte lo que quieres.
—¡Cállate! – sus pies empezaron a llevarle de lado a lado.
—¿Por qué? ¿Ahora tienes miedo de meterme una bala en el pecho? ¿No decías que matarías si fuese necesario? –
—¡Cállate! –
—No serías capaz de …-
—Lo hice. – gritó sobre mi cara cuando se me echó encima – Yo saqué de la carretera su maldito coche. Los seguí todo el maldito día y esperé. Cuando llegaron a esa mierda de carretera me puse a su lado y los empujé terraplén abajo. Así que no digas que no soy capaz, porque los maté a todos. – Ahí lo tenía, su confesión. Mis sospechas eran ciertas.
—Menos a Pamina. Ella se te escapó. –Karl soltó una especie de risita socarrona.
—No, eso fue una suerte. – no entendía.
—¿Qué quieres decir? –
—La muy zorra de mi madre siempre ha gastado tanto como llega a sus manos. A mí solo me daba unas migajas que tenía que mendigarle. Con la muerte de la hija de Rachel solo consiguieron el control de Rock Mountain, pero no su propiedad. Y eso le vino estupendamente a mi padre, hizo un montón de dinero. Pero mi madre nunca ha tenido suficiente. No hacía más que presionar y presionar para que terminase el trabajo, pero cuando yo tuve problemas, la muy puta me dio la espalda. Su hijo el depravado no tenía cabida en su mundo perfecto, así que dejó que aquel maldito juez me mandara lejos. Mi padre me salvó aquella vez también, pero se estaba cansando. Primero se deshizo del coche, pero no preguntó qué demonios había ocurrido para que tuviese aquellas abolladuras. Tampoco quiso escucharme cuando le dije que yo no tenía nada que ver con el asunto de la fraternidad. Él solo se encargó de tapar todo lo que pudo y ya está. ¿Qué iba a hacer?, soy su único hijo. –
—No acabo de entender entonces porque no mataste a Pamina. –
—Estuve… estuve a esto de hacerlo. – me mostró un pequeño espacio entre sus dedos. – Eso conseguiría que Rock Mountain siguiera bajo nuestro control, aunque el premio gordo se lo llevase alguna ong de esas. Mi madre ya estaba trabajando para hacerse también con eso. Pero cumplí 21 y todo cambió. –
—No entiendo. –
—Abogado listillo, ¿no dices que has estudiado el testamento de Pamina?, entonces sabrás los juegos que se traía Rachel. –
—Cobraste tu parte de la herencia. –
—Si, a la que también quiso meter mano mi madre, por cierto, aunque no tuvo suerte. Pero Pamina…solo… solo tenía que conseguir casarme con ella, y habría tenido mi parte de todo eso. – retorcido hijo de puta.
—Por eso impediste que el albacea testamentario la localizara. –
—La llevé a mi terreno, la atraje a mi territorio. Lo tenía todo controlado. La seduciría, la preñaría si fuese necesario, y me casaría con ella. Pero ese maldito Falco desbarató mis planes. Tuvo que divorciarse y ponerse a correr tan lejos de la base como fuese posible, llevándose a todos sus alumnos con él. –
—Así que mantuviste a los abogados lejos de Pamina todo ese tiempo. –
—Pero llegaste tú, cabrón, y empezaste a revolverlo todo. Primero la seduces, luego haces que cobre su herencia…- Ah, ¡joder!, estaba cabreado no solo porque me había quedado con el dinero de Pamina, sino porque le había copiado el plan.
—Estuviste lento, chaval. – le sonreí, de esa manera arrogante que decía “te gané”.
—Todo lo que vas a conseguir me pertenece. – sólo un empujoncito más.
—Te equivocas, cretino. Ya es mío. –
—No te creas tan bueno. Solo necesito meterte en una habitación con un par de putas, y sacarte algunas fotos comprometidas. La boda de mañana se irá a la mierda. Luego apareceré para consolarla, y poco a poco conseguiré su corazón. – asentí con la cabeza levemente.
—Buen plan, genio. Pero te ha fallado una cosa. Pamina y yo nos casamos la semana pasada. Esta boda es solo para tener contenta a la familia, por las fotos, el banquete, esas cosas. –
—¡Mientes! – sus dientes se apretaron, al igual que el agarre de su mano sobre el arma.
—Un chico listo como tú sabrá navegar por el registro civil y encontrar lo que te digo. –
—¡Agh! – pero se fue directo a una mesa alejada, sobre la que estaba su teléfono. Lo vi rebuscando un par de minutos, y como suponía, lo que encontró no le gustó nada.
—Veo que lo encontraste. –
—Eres un hijo de puta. – con mi madre no se metía nadie.
—No, gilipollas, la puta es tu madre, la mía es una mujer de la cabeza a los pies. – Karl alzó el cañón de su arma hacia mí. Y no creo que fuera por lo que dije a su madre.
—Tuviste que venir a destrozarme los planes. –
—Sí, capullo. ¿Y qué vas a hacer? Una cosa es sacar un coche de la carretera a golpes, y otra muy distinta disparar a alguien a sangre fría. No tienes pelotas para…- pum, pum. Me descerrajó dos disparos sobre el pecho, y ya con el primero estaba cayendo hacia atrás.
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