Yuri
El investigador privado había tardado en dar con ella, pero lo había conseguido. No me arriesgué a utilizar a uno de mis hombres, ni siquiera a alguien de Las Vegas. Necesitaba mantener el secreto de todo ello, necesitaba mantenerla al margen de mí, de lo que mi nombre significaba en ese momento. No quería salpicar su pulcra existencia con la mancha de mis oscuros negocios, ella debía seguir viviendo una existencia limpia de… “pecado” sería la palabra que utilizaría Martha, su madrastra.
Estaba sentado dentro del coche, esperando a que el servicio religioso terminase, y las puertas de la iglesia escupieran a las docenas de fieles que se cobijaban del asfixiante sol de Florida en su interior. Cuando eso sucedió, mis ojos estudiaron a todos ellos, buscando entre la multitud los rostros que tenía memorizados. Martha y su esposo habían envejecido, pero no me costaría reconocerlos. El problema era dar con Donna. Había pasado demasiado tiempo, ahora tendría 14 años, casi una mujer. Ya no era el bebé que recordaba, la niña que dormía en mis brazos después de comer. La había extrañado tanto….
—Donna, date prisa. —Aquella voz jamás la olvidaría. Giré la cabeza hacia ella, para encontrar a una Martha de cuello estirado, vestido recatado y anodino, y pelo con algunas canas. Le tendía la mano a alguien, y esa persona llegó deprisa hacia ella.
Donna. Llevaba un vestido blanco, con pequeños dibujos azules en el estampado. Recatado y nada a la moda era la mejor manera de describirlo. Pero no era viejo, se notaba que era ropa nueva, como exigía una visita a la iglesia. Su pelo oscuro estaba recogido en un par de trenzas, que le daban un aire más infantil de lo que sus curvas de mujer intentaban gritar.
—Ya estoy aquí mamá. —Mamá, aquella palabra me dolió, porque ella no era realmente su madre, pero en cierta manera eran verdad.
Martha la sonrió con cariño mientras la besaba en la cabeza y la arrastraba hacia el grupo que las esperaba. Allí estaba su marido, y un niño que le sacaría una cabeza. Eran una familia, y yo jamás le arrebataría eso.
Hice girar la llave en el contacto, y el motor se puso a funcionar. Le di un último vistazo, para grabar aquella imagen en mi memoria. No volvería a verla, no volvería a acercarme, no la pondría en peligro. Los ojos de Martha estaban sobre el coche, sobre mí, y vi el recelo en ellos. ¿Me habría reconocido? No es posible, era un niño entonces y ahora estaba demasiado lejos. Percibí como apretaba a Donna contra su costado, ejerciendo aquella actitud de gallina protectora. Ella la protegería.
Dejé escapar un suspiro antes de poner el coche en marcha. Pero no pude resistirme a dar ese otro último vistazo antes de incorporarme a la carretera. Donna tenía el rostro girado hacia un lugar varios metros alejado, y estaba sonriendo como solo una adolescente enamorada podía hacerlo. Busqué a la persona a la que dirigía aquella atención, para encontrar a un muchacho no mucho más mayor que ella, que la sonreía de la misma manera. Y aquello me llenó de la manera que necesitaba para irme tranquilo. Donna formaría su propia familia. No llevaría el apellido Vasiliev, pero tenía nuestra sangre, le iría bien.
El coche empezó a rodar calle abajo, alejando a Donna de mi vida por última vez. El pasado dolía, pero ahora tenía un sabor agridulce.
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