Tres años después….
Pamina
Levanté la cabeza para ver mi rostro en el espejo del baño. Ya había olvidado como se sentía eso, casi que ni necesitaba confirmarlo, pero lo haría nada más legar al hospital. Pediría una prueba de embarazo y confirmaría lo que este vómito matutino quería decirme. Embarazada, seguramente estaba de nuevo embarazada. Cepillé mis dientes y me peiné. Estiré mi uniforme de azul de médico bajé las escaleras para reunirme a desayunar con mi familia, o al menos ver como ellos lo hacían. Tendría que hablar con Dimitri después de hacerme la prueba, pero de momento lo mantendría en secreto, porque ¿quién decía que no había cogido algún virus?, ¿con tres días de retraso en la menstruación?…
Llegué a la cocina, donde Dimitri tenía a Sacha sentado sobre la mesa del desayuno, mientras Beberlyn, nuestra ama de llaves, cocinera y mujer para todo, estaba preparando el desayuno para mis hombres.
—Bien, hombrecito, los cordones ya están atados. – Sacha inspeccionó el trabajo que había hecho su padre en sus pequeñas deportivas.
—¿Fuerte? –
—Sí, campeón. Está bien fuerte. No se van a deshacer. – Sacha asintió satisfecho. Y luego sus ojos me descubrieron acercándome a ellos. – ¡Mami!, no se caen – alzó su pie izquierdo para que admirara su lazada perfectamente hecha. Besé los labios de mi marido antes de coger el pie de mi pequeño e inspeccionarlo.
—¿Seguro? – estudié el trabajo de Dimitri con expresión seria. Aunque era difícil no reír con su pose engreída y autosuficiente.
—Este no vamos a perderlo, ¿verdad campeón? Hoy vamos a regresar de la guardería con los dos zapatos en su sitio. – aseguró mi marido. Yo no estaría tan segura. A Sacha le duraban muy poco los zapatos puestos, y apostaría mi sueldo de tres meses a que era por esa afición suya a trepar por todas partes. El calzado infantil era demasiado rígido para unos pies que intentaban meterse por cualquier pequeño resquicio que encontraran en su ascenso hacia el lugar más alto. Menos mal que mi monito era de los que no se caía, se aferraba como una garrapata, chillaba pidiendo ayuda como un gatito encaramado a un árbol del que no podía bajar, pero no perdía la sujeción. Miré el reló de la cocina, para darme cuenta de que íbamos justos de tiempo.
—Vamos tarde, chicos. – Dimitri pasó sus manos por mi cintura, para retenerme entre la encimera y nuestro hijo, y él.
—No has desayunado. –
—Tomaré algo en el hospital. – una de sus cejas se subió inquisitiva hacia mí.
—¿Seguro? – tenía que escapar de su escrutinio.
—Hoy hay junta, pregúntale a Anker, seguro que pasa a tomar un café por mi despacho antes de ir a la batalla. – Dimitri sonrió y me besó dulcemente, mientras Sacha se cargaba en mi cuello y me besaba infantilmente en la mejilla. Él y su papá tenían una lucha de a ver quién era el que me daba más besos, así que, si uno lo hacía, el otro venía por su ración. Aunque tengo que reconocer, que su papá le sacaba una gran, enorme, ventaja. Estaba en el cielo de los besos, cuando mi teléfono comenzó a sonar. Me escabullí como un cerdo untado en mantequilla y alcancé mi aparato. El número era desconocido, pero aun así acepté la llamada.
—¿Diga? – una voz femenina sonó al otro lado.
—¿Pamina Hendrick, la doctora Pamina Hendrick? – Hacía mucho tiempo que nadie me llamaba así. En el hospital era Costas-Hendrick, e incluso la mayoría dejaba solo el Costas. No había oído a nadie llamarme doctora Hendrikc desde que me pasé mi primera entrevista de trabajo. Aun así…
—Sí, soy yo. – escuché un suspiro de alivio al otro lado.
—Gracias a Dios te he encontrado. Soy Astrid, Astrid Minecroft, tu antigua compañera de habitación en Stanford. – ¿Astrid?
—Sí, te recuerdo. – ¿Qué podría querer ella de mí?, habían pasado como 9 años desde la última vez que la vi.
—Yo… necesito localizar a alguien de tú conoces, es… es una cuestión de vida o muerte. – aquello me asustó, sobre todo porque su voz parecía realmente desesperada.
—Claro, ¿cómo puedo ayudarte? –
—Necesito hablar con tu primo Anker – aquello me dejó clavada en el sitio.
—¿Y por qué quieres localizarle? – escuché como tomaba aire profundamente al otro lado de la línea.
—Mi…mi hijo Tyler ha sufrido un grave accidente, y yo…necesito localizar a su padre. – creo que la sangre abandonó mi cara, porque vi el rostro preocupado de Dimitri frente a mí, con aquella expresión seria suya.
—Ah… ¿Estás segura de eso? – su tono parecía pesaroso.
—Sí, lo estoy. –
—Eh…bien, le daré tu número y le diré que te llame. –
—Gracias, Pamina. Dile que es urgente, yo… por favor, que sea pronto. –
—Lo haré, sí. ¿Dónde está el niño ingresado? –
—En el mismo hospital donde hicimos nuestras prácticas, aquí en Stanford. – aquello me extrañó muchísimo.
—Dame tu número y dime cómo puede localizarte. – anoté toda la información, y luego cerré la comunicación. Cuando alcé la mirada hacia Dimitri, advertí que solo estábamos él y yo en la cocina. Había tenido la precaución de enviar a Beberlyn y a Sacha de todo esto.
—¿Ocurre algo? – esa era su manera de decirme “sé que algo pasa, ¿vas a decírmelo?”.
—Creo…creo que Anker tiene un hijo. – a Dimitri hay pocas cosas que le hagan apretar el culo y ponerse serio, y puedo jurar que esta fue una de ellas.