Yuri
—Imposible, no puedo seguirte el ritmo. —Patrick estaba a mi lado, con la vista perdida en la puerta que Mirna acababa de cruzar. Podía imaginar el lío de su cabeza, intentando encajar lo que había visto.
—No te distraigas Patrick, tenemos trabajo que hacer. —Me giré para tomar las escaleras que bajaban a la carnicería. No necesité asegurarme de que él estaba detrás de mí, como lo estaría Mathew en cuanto el apartamento estuviese despejado de intrusos y Mateo no fuese un problema.
El escenario que encontré allí abajo podría haberse clasificado con muchas palabras, pero yo me quedaría solo con una: sangriento. El sádico estaba tendido en el suelo en un charco de su propia sangre, Dante había dejado un reguero de la suya desde el lugar donde le disparé, hasta donde finalmente lo habíamos maniatado hasta que todo hubiese terminado. David lo tenía vigilado, aunque seguramente estaba más interesado en evitar que se escapara que en prevenir que muriese desangrado. Sus ojos me observaron un segundo cuando aparecí en la habitación, para después regresar sobre su objetivo. Podía sentir sus ganas de alzar el revolver que tenía en su mano y dispararle el tiro de gracia, pero no lo haría hasta que se lo ordenara. Todo aquel asunto del secuestro y paliza que habíamos sufrido Mateo y yo, había despertado sus propios recuerdos.
—Busca las llaves de su coche. — David asintió y se inclinó para rebuscar entre los bolsillos de Dante. Mientras, yo me acerqué a la cámara frigorífica y abrí la puerta. — Nos vamos de paseo. — Antes de que me inclinara para agarrar a Lenny Donoso y ponerlo en pie, Patrick pasó a mi lado e hizo él el trabajo. Estaba bien ser el jefe y que tus soldados cuidaran de ti cuando estabas herido.
Costó ponerle de pie, porque su cuerpo estaba demasiado aterido por el frío. Y tampoco creo que él tuviese muchas ganas de ir hacia donde queríamos llevarle. ¿Mis planes para él? Seguro que ambos lo sabíamos, la única diferencia es que él trataría de impedirlo.
—Aquí, de rodillas. — Patrick obligó a Donoso a ponerse de rodillas en el mismo lugar que yo había ocupado antes. No es que quisiera jugar con él…. Bueno, sí. Después de tanto tiempo, quería que sufriera antes de matarlo, que pasase por la angustia de saber que, hiciera lo que hiciera, iba a morir.
—Las tengo. – David alzó las llaves en su mano.
—Bien. —Las tomé de su mano y se las lancé a Boris. — Seguramente sea el mismo coche en el que vinieron la semana pasada, estará aparcado cerca. Búscalo y mételo en el callejón marcha atrás. —Boris asintió y fue a cumplir la orden, saliendo por la puerta trasera.
—No puedes matarme, muchacho. Desatarás una guerra. —Donoso necesitaba salvar el pellejo, y sabía que no me temblaba la mano al usar un arma. Lo único que le quedaba era apelar a las consecuencias que podía traerme su muerte. Como si no contase con ellas. Idiota. Incliné la cabeza hacia él antes de responder a su inútil intento.
—Por si no te has dado cuenta, ya estamos en guerra. Este es mi territorio, has quemado un local en mi barrio cuando te dije que te largaras.
—Costas sabía a lo que se exponía si no pagaba.
—No estoy hablando de Costas, él no es más que un simple tendero. Fui yo el que te dije que no iba a pagar, porque en mi territorio la gente me paga a mí. Todos los que están en este barrio me pertenecen, son mi rebaño, y solo yo lo ordeñaré.
—No puedes llegar aquí y hacerte con el control de este territorio. Los Gransino han controlado esta parte de la ciudad durante décadas, tú no puedes…—Le interrumpí porque no íbamos a llegar a ningún sitio por ese lado.
—Sí puedo, de hecho, ya lo hice. Y voy a decirte más, si cualquiera que no pertenezca a los míos entra en este barrio, si pone un pie en mi territorio, estoy en mi derecho de hacer con él lo que me plazca. Yo soy juez y ejecutor en mis dominios. Él cometió el error de ponerme una mano encima, y ha pagado con su vida. —Señalé con la cabeza el cuerpo inerte del sádico. — Él está vivo porque todavía me sirve. —Señalé esta vez a Dante. —En cuanto a ti, ya sabes lo que va a ocurrir. — Odio, eso es lo que había en su mirada. Y cabreo, porque su ego no le permitía asumir que un niñato de apenas 20 años, un recién llegado, acabara con su vida con aquella impunidad.
—Mételo en el asiento de atrás. —Patrick estaba a punto de decir algo, cuando la puerta de la trastienda se abrió. Boris acababa de estacionar el coche, lo había escuchado, por eso sabía que entraría en breve. Patrick tiró del brazo de Donoso y lo arrastró hacia donde le indiqué. Iba a seguirlos, cuando giré la cabeza hacia David y Mathew. —El fiambre va al maletero. — Después miré a Boris. —Y ese al asiento del acompañante. — Cada uno de ellos se puso a cumplir mis órdenes. Cuando el coche estuvo cargado, abrí la puerta del conductor.
—¿Dónde quieres que los llevé? —Antes de que Patrick se sentara detrás del volante, lo aferré por el brazo.
—Tú síguenos en tu coche. —Alcé la vista hacia el resto del equipo que parecía impaciente porque les asignara su papel en aquella nueva misión. — Id limpiando la trastienda. Mucho agua con jabón y legía. El desagüe se llevará todo. Nosotros tenemos un paquete que entregar, enseguida volvemos. —Estaba a punto de entrar en el coche cuando una idea traviesa se apoderó de mi cabeza. — ¿Os apetece pizza para cenar? —Vi la sonrisa en sus rostros y supe que habían captado la ironía del asunto.
—Sí, pizza está bien. Pero trae mucha, estas cosas me dan hambre. — Ya sabía de dónde había sacado Patrick su sentido del humor, de su padre.
—Bien, porque a mí me pasa lo mismo. —Me metí en el coche, revisé el contacto y giré la cabeza para ver a Donoso sentado en el asiento que hacía ángulo conmigo. Sabía que estaba atado de pies y manos, pero además, Patrick se había encargado de atar su cinturón de seguridad. Era un pollo listo para el horno.
Arranqué el coche y salí despacio del callejón. Por el retrovisor comprobé que mi chico iba detrás en su vehículo. Bien, lo que tenía en mente requería sangre fría, rapidez, y sobre todo, naturalidad. Nada como cometer un delito delante de las narices de todo el mundo, a fin de cuentas, la gente veía lo que tú querías que viera.
Sabía perfectamente cual era mi destino, y que, pese a la avanzada hora de la noche, habría alguien para recibirnos.
—Los tres dentro del mismo coche. ¿Vas a hacernos un ataúd de metal, muchacho? —Sabía a qué se refería. Nada como meter un cadáver en el maletero de un choche y después pasarlo por la trituradora en un desguace. Salvo que a los operarios se percataran de algo extraño y avisaran a la policía, nadie encontraría ese cuerpo. Un método rápido con el que no tenía que preocuparme por las huellas o las otras pistas que hubiésemos dejado en el vehículo. Pero ese no era el plan para ese día.
—Ya lo verás, no seas impaciente. —A un kilómetro de mi destino, paré el coche.
—¿Aquí? —Donoso observaba por la ventanilla, seguramente reconocía el lugar.
—¿No te gusta el sitio? Al Don creo que sí, de hecho, su casa queda ahí adelante. —Señalé con el dedo un punto en la oscura carretera.
—No tienes pelotas para entrar ahí, muchacho. —Giré la mitad de mi cuerpo, dándole un buen vistazo al tipo del asiento de detrás.
—Vuelvo a repetirte, me llamo Vasiliev, Yuri Vasiliev.
—Ya lo sé. —Y se atrevía a ponerse todo gilipollas conmigo. Bien, era la hora de enviarle al lugar donde llevaban tiempo esperándole.
—Hay algo que suele decirse en este negocio, y es que “esto no es personal, son negocios”. — Mi revolver se puso rápidamente frente a su cara, apuntando ese punto entre sus ojos cuyo significado todo el mundo conocía.
—Pero para ti si es personal, ¿no muchacho?
—Si atacas a uno de los míos siempre es personal. — Aquella frase no era para él, sino para el espectador que estaba sentado a mi lado. Todo aquel teatro era para él, para que transmitiera un mensaje a su jefe. Por eso seguía vivo, porque era un mensajero. Donoso era el mensaje.
Seguir leyendo