17 meses después….
Tasha
Estaba terminando de pintarme los labios frente al espejo del baño, cuando escuché el grito de Diandra desde la cocina, o puede que fuese el salón, no sé, con estos mini apartamentos universitarios, todo se confundía, porque eran tan pequeños…
—¡Wen!, tu transporte acaba de llegar. – apreté mis labios para fijar el carmín, y le lancé un beso a mi reflejo.
—Ya voy. – guardé el maquillaje en el neceser, y salí del baño.
—¿Cuándo vas a presentármelo, Wen? – puse los ojos en blanco mientras cogía mi cazadora del respaldo del sillón. Habíamos tenido esta misma conversación como un millón de veces, y mi respuesta seguía siendo la misma. Ya estaba pensando en que me lo decía solamente para ver si cambiaba de respuesta.
—Charly no merece la pena, Di. No quiero estropear el buen rollo entre nosotras por culpa de un impresentable. – la encontré en pijama, sosteniendo una taza de cacao caliente en su mano. Definitivamente, no estaba lista para que le presentara a mi chofer esta noche.
—Pero está bueno. – De lejos puede, pero cuando hablabas un par de veces con él, sabías que era de los de “úsalas y deséchalas”. Por eso era tan servicial y atento conmigo, porque quería “usarme”, pero lo llevaba claro. Solo había un hombre para mí, y todavía no estaba lista para regresar con él.
—Volveré tarde, no me esperes levantada. – Diandra puso los ojos en blanco y esbozó una sonrisa chistosa.
–Algún día iré a ese lugar donde trabajas, y haré que me invites a un par de copas. – Me giré para contestarla, pero seguí caminando hacia la puerta.
—Si eres capaz de pasar del aparcamiento, te merecerás ese trago. – cerré la puerta, y empecé a bajar las escaleras de las dos plantas que me separaban de la calle.
Cuando alcancé el portal, revisé la carretera, para encontrar la moto de Charly estacionada junto a la acera, con él encima, fumándose un cigarrillo tranquilamente. Iba de chico malo, y eso le funcionaba con el resto de chicas. Nunca dije que se reservara para mí, el tipo no aguantó más de tres semanas sin meter su “cosita” en una madriguera, como las llamaba él. Cómo he dicho, todo un chico malo.
—No te he hecho esperar, ¿verdad? – el torció la sonrisa antes de responder.
—Te lo perdonaré si me presentas a tu compañera de piso. – cogí el casco llevaba sujeto en la parrilla trasera, y empecé a colocármelo en la cabeza.
—No pienso hacerlo, Charly. Aprecio a la chica. – Esos dos nunca pasarían de hablarse por el telefonillo, y de echarse vistazos a través de la ventana. No iba a permitirlo. Aunque la sonrisa de Charly me dijera que tenía motivos ocultos para mantenerla lejos de él. Sí, había secretos que era imposible que yo no descubriera, como que los chicos del bar me llamaban bragas de acero, o que pensaban que yo era lesbiana. Y todo porque no había caído en brazos de ninguno de ellos, sex simbol oficial incluido, pasando por el jefe.
Era duro ser la única joven y guapa detrás de la barra, en un bar tipos duros. Todo el que tenía algo que demostrar paraba en el “box nº 6”, no pregunten, yo no le puse el nombre. Sólo sé que antes era un taller de reparaciones, aunque no sabría decir a ciencia cierta si de coches o motos. La decoración del local evocaba el mundo de las carreras de coches, sobre todo NASCAR, y Henry, el dueño, controlaba un montón de mecánica. Pero, por otro lado, estaban sus “contactos” y buenas relaciones con un par de club de moteros de la ciudad. Algo que traía consigo alguna que otra pequeña “desavenencia violentamente agresiva” al local.
Alguien podría pensar que era un bar solo de moteros, pero la política de bien venida era sencilla “trae la cartera llena, y serás bien venido”. Y lo del dinero no solo era para pagar la consumición. Allí dentro se negociaban transacciones… poco legales. Apuestas, compra y venta de material ilegal, o robado… e incluso drogas. Pero una cosa era la negociación, y otra muy distinta la transacción. Henry era muy tajante con eso, “dentro del local, NO”.
—Anda, sube, o se nos hará tarde. – me senté detrás de Charly, mientras él lanzaba su cigarrillo al aire, haciendo un perfecto arco. Lo dicho, imagen de tipo duro, aunque luego no lo fuese tanto. Gritó como una nenaza cuando le enderecé un dedo que le habían desencajado en una medio pelea. Eso le estaba bien por meterse en ella. Yo aprendí, que es mejor ver estas cosas al otro lado de la barra. Y que no es mi cometido sacar a los tipos a la calle para que terminaran su “disputa”, no, para eso estaba Oso, un armario ropero de tres puertas con muy malas pulgas, y el ego de una bailarina. Le gustaba ser la estrella.
Charly estacionó su moto en la parte de atrás, por donde descargaban la mercancía para el bar, y donde nadie la” arrollaría accidentalmente”. Había mucho ego sensible pululando entre la clientela. Entramos por la puerta de personal, y nos encaminamos hacia las taquillas. Guardé mi bolso-bandolera, y mi cazadora, metí el abre botellas en el bolsillo delantero de mi pantalón, y un bolígrafo y una pequeña libreta en el bolsillo trasero. Si tenía que salir a atender mesas, convenía ir preparada. Un último vistazo a mi pelo, en el ridículo trozo de espejo junto a la puerta, y lista para el servicio. Estaba saliendo hacia la barra, cuando escuché la risa medio ebria de Henry. La que nos esperaba, una hora que hacía que el bar había abierto, y ya estaba algo “tocado”. Menos mal que era de los que se iba a dormir la borrachera al despacho, y dejaba que sus empleados hicieran el trabajo.
—Y yo le pregunté ¿por qué voy a pagarte a ti lo mismo que a Lee, si no tienes ni idea de servir copas?,¿y sabes lo que me dijo? ¿Por qué yo estoy más buena? ¿te lo puedes creer? – sí, su anécdota favorita, pero no fue así como yo lo recuerdo. Él estaba más sobrio que ahora, yo había pasado mi primera prueba tras la barra, y estábamos negociando mi contrato laboral. En la parte de honorarios, yo pedí un incremento con respecto a su oferta de mierda. Y él me dijo “eso es lo que cobra Lee, y lleva 5 años trabajando aquí. ¿Por qué tendría que pagarte a ti lo mismo? No sabes cómo funciona esto. Dame una razón.” Y yo le dije “Porque aprendo rápido y estoy más buena. Y esas son dos razones.” Henry empezó a reírse como loco, y acto seguido me contrató.
Me coloqué detrás de la barra, saludé a Lee y eché un vistazo a “los parroquianos, como llamaba él a los clientes asiduos.
—Todavía no ha llegado tu enamorado. – susurró junto a mi hombro. Sabía de quién hablaba. Era un chico de unos 25 o 26, que solía sentarse al final de la barra. Venía todos los días, salvo el que yo tenía libre, y se pedía sus dos cervezas y su ración de nachos con queso. Prácticamente se tiraba 4 horas con eso. Y no, no le buscaba, porque ya me conocía sus pautas.
Empezó a venir más o menos tres semanas después de que yo empezase a trabajar en el “box”, y su horario se había vuelto regular. Es decir, venía un par de horas después de que empezara mi turno, y se iba una hora antes. Podía variar en minutos, pero siempre estaba ahí. La verdad, era una monada con sonrisa dulce y carácter muy tranquilo, quizás demasiado para mi gusto. Lee le había pillado mirándome en más de una ocasión, y estaba convencido, que el chico solo venía al bar por mí. Lo entraño, es que, después de tanto tiempo, el tipo no se hubiese decidido a decirme nada. Él solo viene, toma su consumición, mira, y se va. Lee decía que tenía un enamoramiento platónico hacia mi persona, yo pensaba que el hombre era demasiado tímido. A este sí que se lo presentaría a Diandra, porque parecía un buen chico.
—Todavía no es su hora, Lee. –
—Le tienes demasiado calado, dama de hierro. – sí, esa era otra. Aquí te ponían un apodo y te quedabas con él para toda tu vida. Lee, le llamábamos así por su apodo “General Lee”, y es que mandaba como nadie al resto. Organizaba las tropas como todo un general. Oso… bueno, ya pueden imaginarse que su tamaño y carácter decidieron su nombre, y el mío… bueno, quizás el apodo que me puso Charly hizo peso en eso, pero surgió una noche, cuando un tipo demasiado borracho para tener juicio, se atrevió a tocarme una teta. Yo le rompí dos dedos de esa mano al retirársela de encima de mi cuerpo. Eso fue a los dos meses de trabajar en el “box”, y desde entonces los clientes me conocen con ese nombre. Dudo que la mayoría de ellos sepan cómo me llamo, al menos el nombre por el que me llaman las personas que me conocen en la universidad.
Bueno, y esta es mi vida ahora. Trabajo de martes a domingo en el “box”, media jornada de martes a jueves, y jornada completa de viernes a domingo. Y sí, puedo compaginarlo con las clases en la universidad. No es que obtenga sobresalientes, pero mis notas son aceptables. No es que salga mucho, lo justo para comprar algo que necesite y algún que otro trámite. Diandra dice que tengo la vida social de un mejillón, pero a mí me sirve. No vine a Los Ángeles a divertirme, sino a aprender, y entre la universidad y el “box”, he conseguido aprender mucho. Pero todavía no puedo volver, porque sé que no es suficiente.
Seguir leyendo