15 años antes ….
Jonas
Cerré la puerta de mi habitación cuando entré en ella, pero no di un portazo, no lo merecía. Estaba cansado de todos y de todo. Lancé la mochila con los libros del colegio a algún lugar de mi cuarto, y me tiré sobre la cama. Estiré la mano hacia los auriculares que estaban en mi mesita, y conecté el reproductor de audio. Las fuertes notas de la ensordecedora canción enmudecieron los gritos de mi madrastra y mi padre. Bueno, más bien los de ella, mi padre pasaba de decir nada. A él siempre le di igual, nunca le importé mucho. Lo único que hacía por mí, era pagar a alguien para que se ocupara de mí; comida, ropa limpia… esas cosas, y en ese momento había encontrado más práctico el liarse con una mujer, que además de hacer eso, podía tirársela. Sí, ya, soy muy joven para entender de esas cosas, o debería serlo, pero no soy un inocente niño de 13, sé lo que significan los ruidos que salen de su habitación.
La puerta de mi cuarto se abrió, para dejar paso a la cara roja de la Barbie, así la llamaba yo. Rubia, tetas grandes, como le gustaban a mi padre, todo lo contrario a las mujeres que podía encontrarse en la reserva. A mi padre le gustaba el exotismo de la piel blanca y piernas largas, y a ellas supongo que les atraía la tez oscura y pelo largo y negro de mi padre. Un guerrero indio enterrando su “lanza” en una “colona blanca”.
—Hoy no vas a cenar, Jonas, estás castigado. Y espero que esto te sirva de lección para que no te metas en más líos. – la puerta se cerró detrás de ella. Sí, la oí, o más bien leí sus labios. Pero si creía que me importaba una mierda ese castigo, lo llevaba claro. Metí la mano en mi cajón, y saqué una chocolatina de esas con barquillo y frutos secos. Le di un mordisco y pensé en como tendría que hacer para que no volviesen a pillarme.
El problema de hacer cosas “malas” no es el hacerlas, si no el que te pillen. ¿Colarte en el cuarto del de mantenimiento y robarle los cigarrillos?, estaba mal, sí, pero estaba peor que ese cabrón me los hubiese confiscado para así no tener que comprarlos él. Tenía pensado rajarle las ruedas de su mierda de coche, más que nada porque me empujó demasiado fuerte contra la pared para quitarme los cigarrillos. Él sabía que no le denunciaría por el golpe, porque entonces se sabría lo de los cigarrillos, pero no contó en que buscara justicia por mis propios medios. Entré en su zona privada, abrí su taquilla, y recuperé mis cigarrillos, además de dejarle un pequeño regalito sobre los zapatos. Lo malo es que un profesor me pilló saliendo de allí, aunque pensó que estaba tratando de entrar. Que lo había conseguido solo lo sabíamos el conserje y yo, y seguro que él haría algo para devolverme el “favor”.
Puedo ser un crío, pero hace tiempo que aprendí a no dejar que me pisaran. Primero en la reserva, donde los otros niños no hacían más que meterse conmigo porque era mestizo. Blanquito me llamaban. Al principio agachaba la cabeza y pasaba de largo, pero cuando empezaron los empujones, decidí defenderme. A partir de ese día aprendí que el respeto hay que ganárselo, y si no lo consigues, siempre queda el miedo. Nadie se mete con alguien al que tiene miedo. Pues bien, iba a enseñarle a ese tipo de uniforme desgastado que con Jonas “Nube Gris” Redland nadie se metía, y si se atrevía a hacerlo, pagaría las consecuencias.
Mi padre acertó cuando me llamó Nube Gris, porque, al igual que ellas avisan de la llegada de la tormenta, mi nombre avisaba de que no había nada bueno detrás.
Esa era mi vida con 13. Con 14 mi padre me envió de vuelta la reserva con mi abuela, porque la Barbie rubia le había dejado, o la dejó él, no me interesó como fue. A los 15 me pillaron pasando pellote a unos blanquitos pijos, culpa suya. La primera y única vez que me detuvieron. A los 16 pasaba de contrabando mercancías pequeñas entre Canadá y EEUU, y a los 18 era un auténtico “conseguidor” Lo que quisieras, podía hacértelo llegar por un precio. Y así fue como conocía a Bowman, el que es hoy en día mi jefe. Primero trabajé para él en un par de ocasiones, y me di cuenta de que él sí que manejaba el dinero. Lo suyo no eran unos cientos de dólares, si no miles. ¿Qué por qué no trabajé por mi cuenta como mi propio jefe?, porque con sumas como esa, había que estar preparado para perder mucho dinero si salía mal, pero, sobre todo, porque la infraestructura que él tenía nunca podría tenerla yo en toda mi vida. Pero lo más importante, es porque él respondió por mí una vez que la cosa se complicó. Un capullo me la jugó, y Alex pagó el dinero que debía desembolsar yo. Pero lo que me hizo respetarle fue el hecho de Alex le devolvió a aquel tramposo la jugada. Me creyó a mí, y le hizo pagar al otro. Alex se convirtió en la única persona que respetaría siempre. Si él me pedía que saltara dentro de una casa en llamas, yo lo haría.
Por eso hice de guardaespaldas de su chica en la Universidad de Chicago, porque ella era importante para él. Negocié por ello, porque yo soy así, y Alex me lo permite. Podría decirse que somos amigos. Por eso también dejé que los amigos de su chica rondaran cerca de mi espacio, aunque no quisiera complicaciones con la Argentina de ojos claros, ni me cayese bien su amiguito el trans-género. No soy xenófobo, es que el tipo me ponía de los nervios, babeando por la argentina, por Palm y por Aisha. Sí, esa es otra. Connor, el hombre de confianza de Alex Bowman encontró también a su media naranja, y con ella llegaron de regalo un peque con un excelente gusto para la comida, y una chica que lo pasó muy mal con su ex prometido.
Esas son historias que no quiero contar ahora. El caso que esa era mi vida en los últimos tiempos. Ocuparme de las “transacciones” entre Canadá, mi tierra natal, y EEUU, tener un ojo sobre la mujer de mi jefe, en el buen sentido, y no permitir que ninguno de nuestros allegados descubra o resulte dañado por nuestras actividades fuera de la ley. Un trabajo no muy complicado para mí, tan solo que tenía sus momentos buenos y malos. Buenos, Aisha era cocinera y me tenía encantado con sus comidas. Y malos, tenía que soportar al baboso de Oliver persiguiendo a las dos chicas. Sí, las dos, la argentina, Alicia, estaba en su punto de mira desde un principio, pero el idiota se había quedado estancado en la zona de amigos. O tal vez esa era su estrategia, quién sabe. La verdad es que tenía que reconocerle que tenía buen gusto, esa argentina estaba bien buena, y Aisha era una buena chica.
La vida podía haber sido buena conmigo, pero debí ser malo con alguien que no debía, y me estaba castigando. La mujer de Connor abrió una de esas pastelerías de delicatesen, en la que Aisha colaboraba de vez en cuando haciendo repostería turca. Pero en la tienda, además de la madre de Connor por las mañanas, también estaba Alicia por las tardes. Y como la mosca que persigue la miel, el tal Oliver tenía que estar, cada dos por tres, metido por allí.
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